Dinamarca queda en sentido contrario

Jorge Javier Romero Vadillo

Hace unos días, Tyler Cowen, articulista de Bloomberg, publicó un artículo pletórico de optimismo e ingenuidad en el que afirma que México está destinado a convertirse en una suerte de Dinamarca americana, simplemente como producto de una suerte de evolución natural provocada por la vinculación de su economía con la de los Estados Unidos. Como prueba de su predicción pone el testimonio de “muchos centroamericanos que dicen que México se esta volviendo muy parecido a Estados Unidos”.

El artículo de Cowen es bastante bobo y no merecería más que una mueca de sorna, de no ser porque algún reportero le preguntó al Presidente de la República su opinión sobre él. López Obrador reconoció no haber leído el texto, pero, dijo, Dinamarca “sí es mi modelo a seguir en lo que tiene que ver con un país extranjero” y con una simpleza parecida a la de Cowen, se lanzó a afirmar que los daneses no tenían pobreza porque allá no existe la corrupción.

No es la primera vez que López Obrador pone al país escandinavo como ejemplo y meta. En los días de la demolición del Seguro Popular y la creación del malhadado INSABI, ofreció que en unos meses México contaría con un sistema de Salud como el danés, lo cual no pudo haber sido tomado en serio ni por los más fieles seguidores, capaces de defender todos los disparates presidenciales con una vehemencia aterradora. Sin embargo, la aspiración presidencial resulta curiosa, sobre todo porque Francis Fukuyama, considerado por muchos el politólogo neoliberal por antonomasia, también ha usado a Dinamarca como la meta a alcanzar en cuanto a desarrollo político, social y económico.

La eutopía danesa de Fukuyama implica una sociedad imaginada que es próspera, democrática y segura, que está bien gobernada y registra bajos niveles de corrupción. Supongamos que López Obrador comparte estos objetivos y que en verdad él aspira a que México se transforme en la versión tropical del modelo escandinavo, lo que nos convertiría en el mismísimo paraíso terrenal, pues seríamos ricos y ordenados como daneses o suecos, pero con clima tropical. No creo que a alguien le disguste la idea de vivir en el edén, aunque es bien sabido que la idea de edén de los tabasqueños es bastante cuestionable.

El problema surge cuando se contrasta el sueño de Andrés con la vía que ha tomado para alcanzarlo. Ahí es cuando parece que el Presidente anda bastante desorientado y que ha tomado la ruta en sentido contrario a donde nos dice que quiere llegar, pues ¿cómo se llega a Dinamarca? Según Cowen casi no tenemos nada más que esperar a que la mano invisible nos conduzca por la senda del progreso. Fukuyama es mucho menos optimista, y ni siquiera tiene totalmente claro cómo es que Dinamarca misma ha llegado a ser Dinamarca. Sin embargo, los elementos que identifica como relevantes en el proceso de desarrollo de los órdenes sociales cercanos al tipo ideal danés implican un desarrollo institucional muy diferente al de los empeños de López Obrador.

En primer lugar, está el Estado. En este terreno, Fukuyama se aleja de los tópicos antiestatistas comunes a la ortodoxia neoliberal, pues en su ruta a Dinamarca lo primero que se requiere es un Estado fuerte. Hasta aquí parecería que López Obrador coincide: una de sus críticas al neoliberalismo es precisamente el desmantelamiento del Estado, así que de lo que se trata es echar abajo las privatizaciones neoliberales y reconstruir los monopolios estatales. El problema surge cuando vemos que la idea de Estado fuerte de Fukuyama es totalmente distinta a la del Presidente mexicano, pues se trata de un Estado moderno, impersonal, garante del orden y la seguridad, y fuente de los bienes públicos necesarios. Mucho más importante que el tamaño del sector público es su calidad, su profesionalismo, su capacidad técnica de la que se derivan los buenos resultados económicos y sociales. Nada más lejano al Estado clientelista, repartido como botín entre seguidores a los que se les pide un 90 por ciento de lealtad y un 10 por ciento de conocimientos.

La ruta a Dinamarca también pasa por la democracia. Otra coincidencia, dirán los corifeos, pues nuestro Presidente clama ser un demócrata. De nuevo, el problema está en el tipo de democracia requerida. Mientras que López Obrador defiende la democracia mayoritaria, la de la voluntad general encarnada en su persona, donde 30 millones de votos han hablado de una vez y para siempre, la democracia que conduce al desarrollo es la liberal, comprensiva de todas las instituciones del Estado, con imperio de la ley y rendición de cuentas, cuya calidad se mide no por la fuerza de la mayoría sino por el respeto y la consideración que merecen las minorías. Una democracia de consensos, no de hegemonía.

Y luego están las clases medias. Para López Obrador, estas son “aspiracionistas”, egoístas y conservadoras, la némesis de la pureza natural del pueblo. En cambio, en el camino a la eutopía danesa, la conversión de la clase trabajadora en clase media es valorada como un desarrollado inesperado que irrumpió en el camino hacia la revolución del proletariado. El edén escandinavo es una sociedad de clases medias y su repliegue es, según Fukuyama, uno de los grandes riesgos de retroceso hoy en las sociedades avanzadas. La clave para lograr el desarrollo de la clase media está en un sistema educativo que tenga éxito en situar a la gran mayoría de ciudadanos en niveles de formación elevados, también en el sentido contrario al que López Obrador ha conducido al sistema educativo mexicano, sometido a la inanidad presupuestal y condenado a la gobernabilidad corporativa en los niveles básicos, mientras se desmantela y ataca a la educación superior de calidad.

Si el Presidente cree que va rumbo a Dinamarca, está bastante norteado.

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