DEL ANECDOTARIO POLÍTICO “El alcohol desinhibe”

César Antonio Aguirre Noyola

Allá por el año 2000 el licenciado Emiliano Corona Solano (q. e. p. d.) era por segunda vez el director de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Guerrero. Cierto día de ese año nos invitó —a su chofer, a una joven de Cuajinicuilapa y a quien esto escribe— para que lo acompañáramos a visitar su pueblo natal, San Luís Acatlán, cabecera del municipio homónimo que se localiza en la Región de la Costa Chica del Estado de Guerrero.

Salimos muy temprano de la ciudad de Chilpancingo, aproximadamente a las 07:00 horas. El lugar acordado como punto de coincidencia o de reunión había sido el domicilio del licenciado Emiliano, ubicado en las calles Niños Héroes número 10 esquina con Ignacio Zaragoza. El conductor hacía su función en el auto Sentra de la marca Nissan, modelo 2000, edición limitada, bañado con un color vino metálico. El licenciado Emiliano iba cómodo en el asiento del copiloto; mientras la señorita Marisol y yo ocupamos parte del asiento trasero.

De Chilpancingo a Acapulco transitamos por un tramo carretero de la llamada “Autopista del Sol”, haciéndonos casi una hora en recorrer los casi 110 kilómetros que comprende la ruta de la capital del Estado a La Perla del Pacífico. Una vez llegado a Acapulco el coche compacto viró hacia la derecha, por una desviación, y continuó su marcha rumbo a la Costa Chica. Cerca de hora y media nos hicimos para llegar a San Marcos, como una hora más en pasar por Cruz Grande y cerca de 35 minutos adicionales en toparnos con Copala.

Al arribar a la población de Copala, el licenciado Emiliano le ordenó al operador de la unidad que se detuviera a la vera de la carretera federal, junto a un puesto donde vendían frutas tropicales de temporada. El coche detuvo su movimiento y nosotros descendimos del mismo para desentumirnos. Nuestro anfitrión se dirigió al local modesto construido con madera de la región y hojas de palma de cocotero —la típica enramada que es un elemento básico del cuadro tropical— con la finalidad de comprar unos productos y llevarlos consigo a su destino.

Estaba mi jefe en plena plática con la tendera, regateando sobre el precio de los artículos en venta, cuando de pronto, de un pequeño cuarto con paredes de hueso de palapa y con techo de lámina negra de cartón, que estaba adosado al local comercial, salió un joven moreno que frisaba los 25 años de edad, cabello chino, estatura mediana, labios gruesos, rollizo, y apoyado en dos muletas que evidenciaban la inhabilitación de sus dos extremidades inferiores. Se trataba de un muchacho, no recuerdo su nombre, pero era aguerrido en la Facultad de Derecho, sobre todo en la grilla interna. Al ver al licenciado Emiliano, el referido personaje expresó con júbilo, “Señor director, qué anda haciendo por acá”, y mi jefe le respondió, “Voy para mi tierra, negrito, voy a San Luís Acatlán”, entonces el joven se le acercó y lo convidó para que lo acompañara al humilde lugar de donde había salido con el fin de presumirlo con sus amigos y compartir una cerveza.

Para no hacer el desaire, el licenciado Emiliano entró a la choza —que tenía piso de arena, unos trozos secos y carcomidos del tallo de palma de cocotero que servían de asiento, y de fondo a la agrupación musical los Donny’s de Guerrero interpretando en una vieja grabadora la canción popular La Mula Bronca— sentándose junto a los costeños y aceptándoles una cerveza, “Sólo una”,  acotó el licenciado Emiliano.

Los minutos pasaron, y cuando el joven alumno vio que su invitado de lujo tenía muy poco líquido en el envase, le dijo, “Tómese otra, director”, y el docente le respondió “Sólo te acepto una más, porque voy a continuar mi travesía hasta llegar a mi pueblo”. La plática seguía su curso entre anécdotas, chistes e historias, y al poco rato el joven costeño, cuando miró que el licenciado Emiliano ya se había terminado la cerveza, le manifestó, “Te estás quedando director, chíngate la otra”, y el licenciado Emiliano la recibió para seguir en el convivio. Cuando faltaba poco para que la tercera botella quedara vacía, el alumno, pendiente del licenciado Emiliano, le expresó, “Bueno, pinche Emiliano, ya se te hizo caldo”, y enseguida ordenó, “Sírvanle la que sigue”. Conforme incrementaba el nivel de intoxicación etílica, se apreciaba que el aguerrido alumno abandonaba gradualmente el respeto por mi jefe, llegando el momento en que perdió todo el pudor, entonces sin miramiento alguno, al más puro estilo costeño (sin recato o pudor alguno) se atrevió a decirle, “¡Tómale, puej, verga¡”. La expresión espontánea, lejos de provocar enojo al catedrático, la tomó con buen sentido del humor, aunque nada más ingirió el contenido de esa fría bebida compuesta de cebada y alcohol, y se despidió de ellos. Fue una sabia decisión, en razón de que las circunstancias ya habían cambiado. Allí se confirmaba, una vez más, que el alcohol desinhibe.

Investigador en materias política y electoral.

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