Corrupción: un virus endémico, ¿que no tiene cura?

Una de las preguntas que especialistas de las más diversas disciplinas han intentado responder es la relativa al origen, al germen de la corrupción. ¿Es un fenómeno cultural diseminado en toda la sociedad o es un mal que aqueja solamente a un segmento muy específico de la comunidad?

El presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ha señalado que el propósito fundamental de su gobierno es erradicar la corrupción, sostiene que se trata de un fenómeno de corte vertical que transita de arriba hacia abajo en la escala social, pues los menos favorecidos, el “pueblo raso” es “honesto por naturaleza” y solo se involucra en actos de corrupción si es forzado a ello.

De cuando en cuando, sin embargo, se ventilan públicamente casos que parecen evidenciar que la corrupción es un fenómeno que se encuentra arraigado más allá de lo deseable y que no está enraizado exclusivamente en una capa de la sociedad.

Señalar lo anterior no sirve, desde luego, para “exculpar” a quienes desde posiciones de poder -económico o político- se sirven de la corrupción para afianzar y multiplicar ese poder. Reconocer el hecho debe servirnos para acceder a un mejor entendimiento de cómo operan los resortes de la corrupción y de esa forma diseñar mejores soluciones para combatirla.

El comentario viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición, relativo a la denuncia formulada por Ismael Leija Escalante, secretario general del Sindicato Nacional Democrático de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos Siderúrgicos y Conexos, que agrupa a trabajadores de la empresa Altos Hornos de México.

De acuerdo con Leija Escalante, exempleados de la siderúrgica habrían pagado sobornos de hasta 100 mil pesos a médicos del Instituto Mexicano del Seguro Social para que les expidieran certificados que les permitieran tramitar, sin merecerlo, una pensión.

“Alteraban dictámenes y le daban (una pensión) a un trabajador que no (la) merecía, trabajadores que están completamente sanos… pagaban hasta más de 100 mil pesos…Hay gente enterísima de 50 a 52 años y cuenta con mejores pensiones que esta gente que anda en muletas”, ha denunciado el dirigente sindical, quien dijo tener pruebas de sus dichos.

Se dirá, desde luego, que el problema está en el lado de los médicos -que en este caso serían “los de arriba”-, quienes con su actuar inescrupuloso promueven este tipo de conductas. Pero la corrupción, como bien sabemos, requiere necesariamente de la participación de al menos dos partes y en todos los casos ambas partes tienen la misma posibilidad de contenerla.

Sin duda que el grado de reproche es mayor en la medida en que los partícipes de la corrupción cuentan con mayor formación académica u ocupan posiciones de mayor jerarquía en la escala social o laboral. Pero eso no implica exculpar a quienes participan e intentan beneficiarse de la corrupción porque se encuentran en la parte “débil” de la ecuación.

Por lo menos el caso que hoy publicamos parece dejar claro que estamos ante un fenómeno de ramificaciones inmensas que solo si es reconocido en su exacta dimensión podrá ser combatido con eficacia.

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