Con todo el encono que durante la campaña le prodigó, las denostaciones, las referencias a su edad y a su agilidad mental, Ricardo Anaya Cortés, el derrotado candidato del PAN a la Presidencia de la República en el 2018, el que peleó por y quedó en segundo lugar, después de un auto impuesto retiro ha regresado, siguiendo los pasos de aquel que le ganó a la buena y a quien tanto criticó, el de los 30 millones de votos que hicieron trizas sus 12 millones: Andrés Manuel López Obrador.
Ricardo Anaya logró notoriedad cuando desde la dirigencia nacional del Partido Acción Nacional acordó alianzas electorales con el PRD y Movimiento Ciudadano, solo para él, por encima de sus compañeros de partido que buscaban convertirse en candidatos a la Presidencia de la República, imponerse como tal, en medio de un mar de traiciones y juego político sucio. A él le debe el panismo también la salida del expresidente Felipe Calderón Hinojosa, y de su esposa y entonces legítima aspirante a la nominación presidencial albiazul, Margarita Zavala.
Anaya dividió al PAN como hacia tiempo no sucedía. Cuarteó las bases de ese partido y obtuvo en la elección del 1 de julio de 2018 100 mil votos menos que la candidata del PAN en 2012, Josefina Vázquez Mota. Este es un indicativo que ni sus correligionarios azules votaron en mayoría por él. Los estragos que dejó tras de sí, no sólo al servirse con la candidatura, sino al encabezar una campaña unipersonal que dejó a las bases y a los ideólogos panistas fuera de la jugada político electoral de aquel año, hicieron mella y siguen latentes.
Como pocos lo consideraron cuando decidió después de la derrota dedicarse a la academia y a la familia, menos le han puesto atención ahora que pretendió su triunfal regreso. La realidad es que en el PAN dejaron de ser una estructura vertical para convertirse en un partido de sucursales con líderes individuales en los estados, que ya no responden a su dirigencia nacional de manera gratuita, aun cuando Marko Cortés, el joven líder nacional azul, es hechura y albacea político de Anaya en ese instituto no tuvo ni la capacidad ni la entereza para unir el partido que Anaya dividió. Algunos se fueron con los Calderón en su ahora fallido intento por instaurar un partido político, otros se aventuraron en Morena, unos más se apropiaron de sus parcelas partidistas y los gobernadores se unieron entre ellos para combatir desde su trinchera, y no la de las siglas, los embates de la 4T.
En este escenario, Ricardo Anaya seguramente buscará y le concederán una candidatura plurinominal a la Cámara de Diputados, la que seguramente también ganará al ubicarse su nombre si no en el primer sitio de la lista de partidos, en los primeros tres renglones. De ahí se convertirá en líder de lo que resulte de la bancada del PAN en la Cámara Baja, y solo desde ahí, en calidad de Gobierno Legislativo, podrá hacer realidad eso que propone de “demostrar que nosotros lo podemos hacer mejor”.
Habrá qué ver qué tanto le funciona, pues a diferencia del líder de Morena, a Anaya lo persiguen fantasmas del pasado, de las traiciones de partido, de las negociaciones con otros partidos y con otros gobiernos que no eran los suyos, hechos que llegaron al terreno judicial, aunque pretenda curarse “anticipando” que le atacarán. Porque eso de hacerse la víctima, justificadamente o no, también es política electoral.