Adiós a Lupita Jiménez

ALDO VALDEZ SEGURA

Antes de iniciar esta nota quiero informar a los que leen la sección deportiva de Despertar de la Costa, a los hijos, a los deportistas, en especial a las mujeres del volibol que en vida convivieron o conocieron a Guadalupe Jiménez, que realizo este texto con lágrimas en los ojos y con el dolor que sienten cada uno de ustedes por la pérdida de esta gran mujer.

Espero no ofender a nadie. No hablaré acerca de lo que causó su muerte, sino de lo que hizo en vida.

Ella llegaba desde muy temprana hora a las canchas de la unidad deportiva, esos rectángulos y ese techado que para muchos se ha convertido en su segundo hogar, se instalaba en un punto estratégico para vender sus cubitos y gelatinas. Lo hacía donde ella veía que no iba a interferir en los encuentros, ahí estaba sentada recargando su mano sobre la hielera, en la espera, quizás de dos cosas, de poder vender todo lo que llevaba o de jugar, ya que jugaba en varios equipos y categorías, puesto que fue una jugadora aparte de querida, deseada por muchos equipos.

Era una colocadora nata, les ponía muy buenos balones a sus compañeras y estas las convertían en puntos, con el conjunto que más se identificó y que pudo probar lo amargo de la derrota así como la misma gloria, fue con Emoción Deportiva. Lejos de ser solo compañeras, crearon un lazo muy fuerte de hermandad, de hecho siempre que podían salían, el lugar era lo de menos, lo importante era convivir y distraerse.

Llegaba la noche y ella seguía ahí sentada con su uniforme bien puesto, por si le tocaba jugar. Mientras que su pequeño hijo andaba por ahí con sus amistades o jugando, ya que también es apasionado del volibol. Se retiraban ya hasta muy tarde. Al oscurecer, cruzaban la calle para finalmente tomar el camino a casa.

Dejó de ir debido a que se suspendió la actividad. Muchas veces postergaron el regreso debido a que la comitiva quería que todas regresaran, todas completas, que no hiciera falta ninguna, que nadie a causa de la pandemia les hiciera falta, todos acataron y respetaron la decisión.

Desde el grupo privado de la liga municipal de volibol se dio la noticia que Lupita había sido internada, posteriormente que fue intubada. Fue en ese momento donde los mensajes de oraciones no pararon y tampoco el económico, tenían que hacer lo posible para juntar recursos para su recuperación, a decir de sus compañeras, Lupita les dijo, yo haré mi parte, le echaré ganas.

Desafortunadamente se dio la noticia que nadie quería leer. Ella había perdido la batalla, pero antes dio guerra, luchó, pero no soporto más. Tenían que hacerle un homenaje de cuerpo presente así que el ataúd que llevaba su cuerpo fue llevado el día sábado por la mañana a esas canchas, donde tantas veces entró caminando. En esta ocasión lo hizo en un féretro.

Fue un sencillo pero significativo momento en donde sus hijos fueron los encargados de darle el último pase. Las lagrimas rodaron, la comunidad estaba unida por un mismo lamento. Lupita se despidió para siempre de su segundo hogar, de las canchas de volibol, en donde jamás se le volvera a ver, pero donde siempre la recordaremos.

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