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A tres años, la fiesta de AMLO

Dolia Estevez

En el balance de los tres años desde la victoria de Andrés Manuel López Obrador, la relación de México con Estados Unidos no se halla en el inicio de una promisoria “nueva era”, como presume Relaciones Exteriores, pero tampoco en crisis. El fin de la luna de miel con Trump no dio lugar al divorcio automático con Biden que algunos pronosticaban. A mitad de sexenio, la relación vuela en piloto automático, sin tempestades visibles en el horizonte.

A López Obrador le hubiera gustado seguir con Donald Trump. Aceptó a regañadientes el triunfo de Joe Biden, con una felicitación tardía y desganada. En redes sociales, sus seguidores se hicieron eco de las más descabelladas calumnias del golpismo trumpista y granjas de bots rusos contra el nuevo presidente. Comentaristas afines al obradorismo lo acusaron de injerencista y auguraron un negro panorama bilateral para México.

Pero Biden llegó sin afán de confrontación. Con una agenda de política exterior que busca resarcir los dañados en la colaboración con aliados y amigos. Llamó primero que a nadie a Justin Trudeau de Canadá y López Obrador. Revivió la tradición interrumpida por su antecesor de reservar las primeras deferencias diplomáticas para los vecinos. Retomó los temas históricos de la agenda bilateral: comercio, inversión, migración, drogas, corrupción y derechos humanos.

Por ser EU el mercado más grande para las exportaciones mexicanas y la principal fuente de inversión extranjera, así como casa de millones de mexicanos que aportan miles de millones de dólares en divisas, ningún presidente mexicano, de izquierda, centro o derecha, tiene mucho margen de maniobra ante el Coloso del Norte. Así lo entiende AMLO.

“Fue un encuentro amistoso y por el bien de nuestros pueblos”, informó en redes sociales tras su primera reunión virtual con Biden en marzo.

En los seis meses de presidencia de Biden, destaca la cooperación para reducir los flujos migratorios, el compromiso mutuo al éxito del tratado neoliberal T-MEC y la entrega de vacunas contra el Covid19. México fue el primer país que recibió vacunas del gobierno estadounidense.

De acuerdo con la Embajada de EU en México, entre marzo y abril llegaron dos embarques por un total de dos millones 720 mil dosis de la vacuna de AstraZeneca. A esto se suma el arribo la semana pasada de 1.3 millones de la unidosis Johnson & Johnson, que se están aplicando principalmente a lo largo de la frontera. En total más de 4 millones.

En junio, viajaron a México por separado la vicepresidenta Kamala Harris y el secretario de Seguridad Interna Alejandro Mayorkas, y esta semana se espera la llegada de la Representante Comercial de la Casa Blanca, Katherine Ta.

La ausencia de crisis no significa que, de haberlas, la burocracia esté preparada para capear el temporal. Tras la desaparición de la Subsecretaría para América del Norte, Marcelo Ebrard delegó sus atribuciones a un inmaduro personaje falto de pericia y ávido de protagonismo.

La marginación del Servicio Exterior Mexicano en cargos de autoridad es la regla no la excepción. La titularidad de la Embajada de México en Washington pasó de una sazonada embajadora del SEM a un priista de la vieja guardia, principiante en la diplomacia.

Ayuda a abrir paso en esta capital, en la que cerca de 200 países se disputan diariamente la atención de los altos gobernantes, cuando el embajador habla en nombre del presidente como era la percepción que proyectaba Martha Bárcena. Esteban Moctezuma, en cambio, no mueve dedo sin el previo palomeo del noviciado en la Cancillería y su interlocución de mayor jerarquía es Ebrard.

La embajada ha perdido acceso. El gobernador electo de Nuevo León tuvo más entrevistas con think tanks y congresistas en un sólo día que Moctezuma desde que llegó.

Tampoco se cumplió la promesa de AMLO de que, como son diferentes, no usarían los cargos diplomáticos para pagar favores políticos y saldar cuotas partidistas. Ebrard tuvo que cancelar varios nombramientos de cónsules en medio de escándalos de corrupción, acoso sexual, estupro y abuso de poder.

En los tres años pasados destacan dos episodios de alta tensión, ambos bajo Trump: la amenaza de imponer aranceles punitivos a las exportaciones mexicanas si México no cedía al despliegue de la Guardia Nacional para frenar migrantes y aceptaba el programa “Quédate en México”. El gobierno obedeció. Y la detención por cargos de narcotráfico de Salvador Cienfuegos. Tras la amenaza de AMLO de expulsar a los agentes de la DEA de México, el ex secretario de la Defensa de Peña Nieto fue repatriado.

Aun así, AMLO se entendió con Trump y llegó a admirarlo. El sentimiento fue mutuo. Hace exactamente un año, entre sonrisas y un clima de camaradería, fue recibido en la Casa Blanca con pompa y circunstancia pese a las restricciones sanitarias de la pandemia. Con sus respectivas rúbricas, marcaron el “inicio de una nueva era” en un texto sin más valor que el precio de la hoja en que está escrito. AMLO pronunció un discurso adulador y omiso que complació a su anfitrión.

En los dos años que coincidió con Trump, AMLO minimizó la construcción del muro, no denunció la imposición del programa “Quédate en México”, ni condenó el racismo de sus políticas anti migrantes. Apenas le reclamó el incumplimiento de la promesa de invertir dos mil millones de dólares en Centroamérica a cambio del despliegue de la Guardia Nacional. Trump ofreció el envío de tropas estadounidenses para combatir a los carteles, que AMLO rechazó. Agradeció el trato “con respeto”.

Incidentes de posible fricción bajo Biden, como la nota diplomática exigiendo el cese al financiamiento estadounidense al grupo Mexicanos contra la Corrupción e Impunidad, acusado de “golpistas” por AMLO, han sido mayormente ignorados. Ebrard no respondió a mi pregunta si después de dos meses ha tenido algún tipo de respuesta.

En suma, Biden y AMLO han llevado la fiesta en paz. No ha habido amenazas ominosas ni ataques racistas, pero tampoco exuberancia e invitaciones a la Casa Blanca. Ha sido respetuoso e institucional el trato. No hay nada que sugiera que los siguientes tres años sean diferentes.

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