EDITORIAL

Los sin ingreso

Los estragos más fuertes que la pandemia del coronavirus está causando en el mundo, se ha repetido de forma insistente en las últimas semanas, se registran en el terreno económico. Y en dicho campo la pérdida de millones de puestos de trabajo es, sin duda, la consecuencia más preocupante.

En México, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), tan solo durante el mes de abril la pandemia dejó sin ingresos a más de 12 millones de personas, la inmensa mayoría de los cuales se ubican en la economía informal.

Esto, de acuerdo con los resultados arrojados por la Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo publicada ayer por el Instituto y según la cual, el índice de participación laboral en nuestro País disminuyó de 59.8 por ciento en marzo, es decir, antes de que nos golpeara la pandemia, a 47.5 en abril.

El referido índice considera que la población económicamente activa está integrada por todas las personas mayores de 15 años, de las cuales unos 12.5 millones dejaron de estar en esa categoría en abril, “principalmente por encontrarse en un estado de suspensión laboral temporal ocasionado por la cuarentena”, de acuerdo con el Inegi.

El ejercicio realizado por la institución no es necesariamente comparable con las ediciones anteriores de la misma encuesta debido a que, también producto de la pandemia, esta vez debió realizarse por teléfono, lo cual implica que tiene algún sesgo que es necesario considerar a la hora de emplear los datos para tomar decisiones.

Sin embargo, se trata de un buen indicador que permite evaluar el impacto que la pandemia ha tenido en la economía, particularmente en algunas áreas, como la industria restaurantera, en donde 2.6 millones de personas se habrían quedado sin ingresos en el periodo señalado.

Por otro lado es necesario tener en cuenta que solamente se está evaluando lo ocurrido el mes antepasado y todavía es necesario considerar los empleos que se habrían perdido en mayo.

No estamos hablando pues de cifras menores, sino de un gigantesco impacto del que aún hace falta evaluar con detalle los datos desagregados, particularmente los relativos a empleos que no serán recuperados porque las empresas que los ofrecían simplemente no pudieron soportar la presión económica que implica sostener altos costos fijos sin ingresos, razón por la cual han cerrado definitivamente.

Adicionalmente, el hecho de que las actividades hayan comenzado a reactivarse este mes no significa que las cifras negativas de la economía se revertirán, pues múltiples áreas productivas continúan detenidas y eso implica que cientos de miles –o millones– de personas siguen sin poder recuperar el ingreso que perdieron en los meses anteriores.

Y si el Gobierno de la República insiste en su estrategia de solamente subsidiar a las personas más vulnerables –lo cual es correcto, desde luego– sin voltear a ver a quienes les proporcionan empleo, es predecible que los estragos económicos de la pandemia no harán sino profundizarse al correr de las semanas.

Sobernia y malos modales

Dolia Estévez

Felipe Calderón Hinojosa se estrena en el exclusivo club de “autobiografías” a modo de expresidentes de México. México, un paso difícil a la modernidad, de Carlos Salinas de Gortari; Cambio de Rumbo, de Miguel de la Madrid; Mis Tiempos, de José López Portillo y, ahora, Decisiones Difíciles, de Calderón. Libros marcados por omisiones y realidades discrecionales. Brochazos sin matices ni sombras. Retratos monocromáticos y simples.

No es mi intención reseñar el libro de Calderón, otros más versados en las intrigas del PAN y en la sórdida carrera pública del autor lo han hecho. Álvaro Delgado en Proceso. Me limitaré a destacar las omisiones y exageraciones sobre la relación con Estados Unidos, que pese a calificarla como la “más compleja” de México, le dedica menos de diez páginas de un total de 584.

Felipe Calderón se pone la medalla por haber logrado que Estados Unidos, “por primera vez en la historia de la relación”, asumiera su responsabilidad y colaborara con la militarización de la guerra contra las “bandas criminales” mediante la polémica Iniciativa Mérida. Estados Unidos contribuyó con 1.4 mil millones de dólares para entrenamiento, equipo, inteligencia y apoyo tecnológico a través de la Iniciativa Mérida. Pero no asumió el compromiso de reducir el consumo de drogas y el tráfico de armas de fuego a cambio de que Calderón declarara la guerra a los carteles.

Los fondos de la Iniciativa Mérida fueron condicionados a que México se volviera satélite de las agencias de procuración de justicia y del Pentágono. En materia de seguridad, el país dejó de ser soberano.

Se vanagloria de haber sido el único con el que Barack Obama se reunió antes de asumir la Presidencia. Al parecer no sabe que las reuniones con presidentes electos mexicanos es una tradición que empezó con Díaz Ordaz y Johnson en 1964, y concluyó con Peña Nieto y Obama, en 2012.

Calderón no se arrepiente de haber entregado la seguridad nacional del país y la formación de la Policía Federal a un presunto colaborador de los carteles, “quizá uno de los legados institucionales más importantes que fueron creados durante mi Gobierno”. Corrupción y tácticas gansteriles de los altos mandos, tráfico de puestos de confianza, desalojo de policías de carrera para poner a ineptos en las oficinas de inteligencia y coordinación regionales, trato indigno al personal de campo y encarcelamiento de los que se atrevían a denunciar las tropelías, ese fue el legado de la Policía Federal de Genaro García Luna y Calderón.

Simultáneamente García Luna construyó y destruyó la Policía Federal. A través de la Unidad de Investigaciones Sensibles (SIU), que dirigía Iván Reyes Arzate, preso en Nueva York acusado de nexos con los narcos, los policías federales se convirtieron en lacayos de la DEA. Órdenes de allanamiento, cateo de inmuebles y seguimiento de pistas in situ, por lo general falsas, venían de la DEA. García Luna, con la anuencia de Calderón delegó el mando operacional a la DEA.

Calderón critica la falta de voluntad política de Vicente Fox para extraditar capos a Estados Unidos prefiriendo pasarle el costo político a él. No dice que los cientos de extraditados en su sexenio fueron principalmente los enemigos de “El Chapo” Guzmán, a quien García Luna presuntamente protegía.

Paradójicamente, Calderón extraditó a Osiel Cárdenas Guillén en 2010 sin investigarlo por planear asesinarlo, según alega. Osiel saldrá libre en 2024, luego de cumplir dos tercios de una generosa sentencia de 25 años. Quizá creyó Calderón que le darían cadena perpetua, sin saber que la justicia estadounidense es benévola con los que colaboran.

Tampoco aborda la misteriosa emboscada realizada por elementos de la Policía Federal de García Luna contra dos agentes de la CIA en Santa María en 2012, el episodio que el Embajador Tony Wayne califica como el más tenso de su gestión. Wayne pidió una reunión de urgencia con el Presidente. Duró más de una hora. Calderón echaba chispas. El cable “secreto” que el segundo emisario de Obama envió a Washington, describiendo a Calderón como “muy perturbado”, sigue clasificado 90 por ciento.

Calderón usa más tinta que la necesaria en detallar sus presuntas presiones para que el Gobierno de Obama aceptara discutir formalmente el “espinoso tema del régimen legal de drogas” en Estados Unidos. Narra que lo trajo a colación en un almuerzo en la Casa Blanca con Obama y Hillary Clinton, quienes respondieron que una medida de legalización unilateral puede llevar a sanciones comerciales. “Interrumpí y les dije que si habíamos llevado adelante una relación de tanta confianza no había lugar a deslizar semejantes amenazas”. Pese a las “presiones e insinuaciones” que se dieron de un lado y del otro, “nunca tensaron a reventar ninguna cuerda”.

Aprovechando su viaje pagado por los mexicanos para asistir a la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2012 en Nueva York, Calderón se entrevistó secretamente con Ginna Angelopoulos, una acaudalada filántropa griega que había fundado la Beca para Líderes Públicos Globales en la Kennedy. En una cena privada en el Hotel Palace, Angelopoulos aceptó pagar por el exilio dorado de Calderón y su familia en las orillas del Rio Charles.

Ni una línea de agradecimiento le dispensó a la generosa griega, como sí hizo con el empresario Bernardo Gómez por haber patrocinado su primer pase por la Kennedy en 2000. Tal vez no quiso revelar que su nueva etapa como ciudadano privado la negoció mientras seguía en funciones, con fondos del erario.

Decisiones Difíciles no es un texto que contribuya al atendimiento de la relación con Estados Unidos. O al esclarecimiento de hechos clave aún latentes. Tampoco creo que haya sido el propósito. Rebasa su capacidad. Entender al país con el que se tiene la relación “más compleja” no se aprende con becas de oropel en la Kennedy.

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