(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Winston Churchill: “Muchos miran al empresario como el
lobo que se debe abatir, otros lo miran como la vaca que hay que ordeñar, pero
muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro”.
Tremenda frase de uno de los genios ingleses de la
Segunda Guerra Mundial, que supo ver en los empresarios de Inglaterra la
catapulta que necesitaba su país para levantarse, después de la ominosa
conflagración mundial que dejó a Europa y a Asia diezmadas.
Pero esto no aplica en este México desolado,
parafraseando a Olga Wornat. La sociedad nos ve como el lobo al que hay que
cazar. El gobierno como la vaca a la que hay que ordeñar, y pocos nos ven como
la solución real de este país saqueado y destruido por propios y ajenos.
Para los empresarios, no hay nada, aunque sostenemos 9 de
cada 10 empleos y aunque contribuimos en casi 60 por ciento del Producto
Interno Bruto. ¿No es esa razón suficiente para que el gobierno federal se
decida por proteger al empleo, cuidando a las empresas? No es al revés. No es
sólo darle el dinero a la gente, de manera limitada y temporal, pero dejando
solos a los que generan los empleos, con la idea de que somos ricos. Si se
puede ayudar a la gente, excelente. Pero no a costa de cerrar negocios para
que, ahora sí, todos seamos dependientes de la mano generosa del Estado.
Habría que recordarles a los de Morena, y al señor
presidente de la República, que este país sólo tiene un rico que aparece cada
año en las listas de Forbes, el hombre con el que él se reúne y que le aportó
recientemente 1 millón de pesos para combatir el Covid. Ese hombre, llamado
Carlos Slim, privilegiado por el Salinato con la venta a precio de ganga de la
compañía telefónica nacional, posiblemente está ahorita en alguna isla, como
otros mega-ricos del mundo, esperando que pase la pandemia del Covid-19.
Mientras tanto, los micro, pequeños y medianos empresarios
de México, los negocios que sí hacemos patria, y que ha sido gracias a nosotros
que este país no se ha ido al carajo, aquí estamos, codo con codo con los
nuestros, luchando por no cerrar, por mantener los empleos, porque para
nosotros los empleados no son una cifra más, sino personas y familias de carne
y hueso. Estamos tronándonos los dedos. ¿Qué pasará con nosotros después de la
pandemia? ¿Volverá todo a la normalidad?
Somos los que pagamos impuestos, sí o sí. Somos los que
generamos empleos y pagamos la nómina, aunque para ello pidamos prestado. Somos
los que hemos enfrentado esos 30 o 40 años de neoliberalismo de los que habla
el presidente de la República, somos el resultado de una política injusta del
reparto de la riqueza, y la línea de contención de la corrupción.
Somos los que, a pesar de las crisis recurrentes, los
rescates económicos para los poderosos, como bancos, dueños de carreteras,
ferrocarriles e industriales transnacionales, le apostamos a México. Hemos
soportado que nos vean como la vaca que da leche, pagando impuesto tras
impuesto, cuotas del IMSS. La última estocada fue la imposición del IEPS a las
gasolinas, llamado “gasolinazo”, trancazo que nos dejó tan atarantados en 2017,
que todavía no podemos levantarnos, mientras que se nos cierran los bancos, y
hasta las instituciones del gobierno, que ofrecen líneas crediticias sólo para
los cuates.
Los micro, pequeños y medianos empresarios de México, como
decía Churchill, somos el caballo que jala la carreta. Sin sus empresarios,
México no sería el país de hoy. Lamentablemente, ahora que el presidente
presentó su plan de rescate económico, por la recesión que provocará el cierre
de negocios y la cuarentena de personas, la micro, pequeña y mediana empresa se
quedó fuera. El presidente dice que no nos apoya, porque somos ricos, que él va
a proteger a los pobres. Sólo ofrece micro-créditos, de 25 mil pesos cada uno,
que -la mera verdad- no resuelven ni una semana de actividades.
Y entonces, matando al caballo que jala la carreta, todos
nos subiremos a la carreta, que estará estacionada porque no habrá caballo que
la haga andar.
Lo que sigue es que todos nos iremos a pedir apoyos
sociales. Pero lamentablemente, los empresarios somos gente madura, que ya no
calificamos para el programa de Jóvenes transformando el futuro. Pero tampoco
para el de adultos mayores. Mucho menos para los de Sembrando vida, porque no
tenemos tierra ni en las uñas. ¿Qué haremos? Tampoco nos podemos ir a Estados
Unidos, porque allá hay 12 millones de desempleados, y se espera que la pérdida
de empleos llegue al 30 por ciento.
Si se piensa que montar un negocio es fácil, se equivoca
cualquiera que así lo crea. Se necesita, primero, perder el miedo a perder. Se
necesita fe en uno mismo y en los demás. Se necesita tolerancia hacia las
desigualdades e injusticias, que privilegian como siempre a los que más tienen.
Se necesitan agallas, resilencia, resistencia a la quiebra, a la derrota.
El presidente dice que protegerá a los más vulnerables. Gracias
a Dios, los vulnerables lo tienen a él, y gracias a Dios él tiene a la mano el
dinero que nosotros pagamos vía impuestos. Les ayuda con nuestro dinero, no con
el propio. Se le olvida que el Estado no produce dinero.
¿Matará AMLO al caballo que jala la carreta? Todo indica
que así será. Y, con todo, presume que su plan de rescate económico será
“modelo” en el mundo.