Editorial

Los rescoldos del peñismo

Desde que era presidente electo y luego ya en funciones Andrés Manuel López Obrador propuso un punto final con el pasado corrupto para no entramparse en litigios engorrosos y entorpecer su propuesta de la Cuarta Transformación basada en la austeridad y, paradójicamente, en la lucha contra la corrupción.

Sin embargo, la necesidad de mandar un mensaje contra la impunidad y la necesidad de mantener la aprobación ciudadana se le sobrepuso y ahora una vez más son retomados los casos de corrupción de Emilio Lozoya y Rosario Robles que son los rescoldos vivos de una administración que hizo de la corrupción un privilegio y una virtud pública del poder.

El gobierno de Enrique Peña Nieto tuvo en la avaricia irrefrenable una característica muy particular del grupo político del Estado de México al que pertenece, conocido como el Grupo Atlacomulco, pueblo en el que nacieron varios de los fundadores de la corriente política del PRI que aún se mantiene viva con el gobernador Alfredo del Mazo.

Esta avaricia por el dinero y el poder, que no tuvo freno desde antes de que llegara a Los Pinos, se extendió desde lo más alto de la presidencia de Peña Nieto hasta los niveles burocráticos más bajos donde la famosa “mordida” se hizo parte de los trámites oficiales que se aceleraban o se atoraban si no se ofrecía dinero al funcionario en turno.

A pesar de que López Obrador quiso aplazar la exigencia social de que se aplique la justicia a los casos de corrupción del pasado como parte esencial de un cambio de gobierno, las pruebas cada vez más evidentes de desvío millonario del presupuesto público de personajes como Lozoya y Robles, y de otros como Carlos Romero Deschamps y Gerardo Ruíz Esparza, han empujado al gobierno actual a dar pasos que estaba obligado a dar para responder al reclamo social de justicia.

“No voy a proteger a nadie” ha dicho ahora López Obrador al referirse a estos casos de corrupción que llevan como título “la Estafa Maestra” y “Odebrecht” y que tienen alcances internacionales pues tanto Lozoya como Robles salieron del país para evitar cualquier detención.

Un cambio de régimen como lo propone López Obrador pasa necesariamente por actos de justicia y, sobre todo, aplicar la ley a quienes la violaron en el pasado protegidos por el poder presidencial.

No se puede entender un cambio de régimen si no se aplica la justicia y esta debe llegar hasta los más altos niveles. Esto es, hasta Enrique Peña Nieto, que encabezó uno de los gobiernos más corruptos en la historia del país.

No se trata de una “cacería de brujas” y menos de venganzas políticas como ya acusan los peñistas, sino simplemente de cortar de tajo cualquier viso de impunidad que ha sido otros de los graves problemas del país porque genera más corrupción, violencia e injusticia.

Estos rescoldos de la corrupción peñista siguen vivos y pueden revivir en otros personajes políticos formando una nueva cadena o red si no se desmiembra llevando a tribunales y castigando a quienes cometieron abusos aprovechando su posición dentro del poder público.

SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Tenemos buenas noticias los mexicanos que somos contribuyentes; es decir, los que a diferencia de los que evaden impuestos, cumplimos queramos o no con nuestras obligaciones fiscales, mes tras mes y año tras año, mientras que a los mega-ricos de este país, al contrario, se les condonan sus pagos de IVA e ISR y hasta les reintegran grandes porciones de lo que sí pagaron.

El presidente Andrés Manuel López Obrador anunció ayer que para el próximo año no habrá incremento de impuestos ni creación de nuevos, además de que no aumentará la deuda pública del país por segundo año consecutivo.

Mientras que sus detractores se desgañitan espantándonos con el petate del muerto, anunciando una crisis económica sin precedentes; y mientras que los organismos internacionales que por decenios han estado controlando la riqueza del mundo señalan que México no crecerá lo que se tiene proyectado en este 2019, dentro del país los que sí contribuimos al crecimiento del Producto Interno Bruto mediante la producción de productos y servicios diversos (sin ver desarrollo), y con el agregado de la generación de empleos, estamos esperando que si no nos bajan la carga impositiva, al menos que no la aumenten.

Al contrario, pedimos se simplifique la miscelánea fiscal y que a los contribuyentes se nos permitan mayores facilidades para deducir sobre todo el IVA, así como también que baje el Impuesto Sobre la Renta, con el cual se gravan las utilidades de una empresa y de las personas físicas, que en este momento es de los más altos del mundo. De verdad que es una tortura el pago de impuestos, y que el Servicio de Administración Tributaria no perdona un retraso. Basta que un mes no se pague impuesto, para que el SAT esté enviando avisos de cobro a los correos electrónicos, y en determinado momento desplazan a los inspectores a requerir el pago personalmente con el levantamiento de un acta de multa.

Y estamos hablando solamente de los dos impuestos federales más importantes, pero no son los únicos. Un ciudadano debe pagar también impuestos estatales y municipales, como el impuesto predial, servicios y licencias, refrendos de placas, así como también enfrentamos el cobro ilegal de derechos, que por ser tales no se nos deberían de cobrar; es el caso del Derecho de Alumbrado Público (DAP), que con la anuencia de los presidentes municipales en turno la CFE lo cobra puntualmente en el recibo de luz, a razón de 13 por ciento bimestral. Por lo tanto, los particulares pagamos el alumbrado público, pero a pesar de ello los ayuntamientos reportan grandes adeudos en este rubro.

El impuesto más oneroso fue el que se nos impuso a partir del 1 de enero de 2017, que es el Impuesto Especial sobre Productos y Servicios (IEPS), que antes era para artículos y servicios de lujo, pero que por una ideota del gobierno de Enrique Peña Nieto se le cargó a la gasolina y el diésel, en razón de entre 4 y 6 pesos por litro, con lo cual, de ser un país productor de petróleo, pasamos a pagar por la gasolina más cara del mundo.

Esta es la verdadera crisis que estamos padeciendo, aunque oficialmente no se reconozca. Los organismos internacionales no dijeron ni pío ante este atraco, porque no afectaba intereses empresariales directamente, y vino a vulnerar aún más a un pueblo pobre y saqueado recurrentemente.

Hay una larga lista de acontecimientos desde 1998, año en que Carlos Salinas de Gortari anunció su Plan Nacional de Desarrollo, basado en la venta de las empresas del Estado y la creación de una nueva clase política y empresarial, cuya voracidad ha ido empeorando, mientras que los saldos negativos de ese desmantelamiento del Estado se le cargaron al pueblo a sus espaldas.

El Fobaproa, por ejemplo, que no es otra cosa que la conversión del rescate bancario (deuda de empresarios y banqueros) en deuda social, que hoy asciende a 1 billón 300 millones de pesos, aún lo tenemos en el lomo. Hasta nuestros nietos cargarán con esta deuda de la que hemos pagado 600 mil millones de pesos tan sólo de intereses, en los últimos 15 años.

Y así sucesivamente. Recordemos que teníamos un IVA de 10 por ciento, concesión del viejo régimen priísta. Pero fue el gobierno de Zedillo, tras el “error de diciembre” y la profunda crisis que devino, el que modificó en marzo de 1995 la Ley del Impuesto al Valor Agregado, y lo aumentó a 15 por ciento. Lejos de mejorar, en la era panista ya teníamos todo en contra. Vicente Fox mantuvo el IVA en 15 por ciento; pero su sucesor, Felipe Calderón, ordenó la modificación de la Ley de Ingresos en octubre de 2009, para aumentar el IVA de 15 a 16 por ciento.

Su propuesta era, recordemos, aplicar el IVA a alimentos y medicinas, pero los legisladores tuvieron a bien evitar este nuevo atraco que afectaría de lleno a los más pobres, y sólo autorizaron el incremento al IVA. Desde entonces, esa tarifa permanece, salvo que con la llegada de AMLO se decretó que en las fronteras el impuesto bajara a 8 por ciento, para hacer esa región más competitiva, por su cercanía con Estados Unidos.

El presidente anunció también que no habrá aumentos en los precios de gasolinas, gas y energía eléctrica, en términos reales. Y con eso nos damos por bien servidos.

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