(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
El PRD Guerrero está ante la decisión más importante de su
historia. Quizás ésta sea la última oportunidad que tiene el partido del Sol
Azteca, emblemático de la izquierda guerrerense, para auto-rescatarse de su
desdibujamiento ideológico, y comenzar
su recuperación real que, aunque lenta, sería segura.
Pero la condición es mantenerse en el espectro de la
izquierda porque, de otro modo, aunque su dirigente Ricardo Ángel Barrientos
diga que lo que importa es el bienestar del estado y no las siglas de un partido,
se equivoca. En esto de la política nada está de más, y la mística del partido,
su visión, misión, objetivos y metas, son elementos que están cargados
precisamente en sus siglas, a las que se presume se plegaron hombres y mujeres
que comparten ese mismo proyecto.
Las siglas, además, son lo primero que identifican los
electores, a partir de sus propias filias y fobias. Por ejemplo, el PRI tardó
tanto en el poder porque su logotipo es la bandera de México, a la que sólo le
falta el escudo del águila y la serpiente. Automáticamente, al identificar al
PRI y su logotipo, la gente lo asociaba con la bandera nacional, emblema que
gracias a las clases de civismo en las escuelas, todos los mexicanos rendíamos
honores, hasta crearnos una conciencia cívica que aún de viejos nos acompaña.
Recuerdo que entre los campesinos fue todavía más férreo el
apego al partido de “la banderita”, simplemente porque con ello se representaba
a México.
Fue hasta que Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo de Tata
Lázaro, se salió de ese partido y encabezó la creación del PRD, que el voto
campesino comenzó a desplegarse del PRI, partido en el que militaban
mayoritariamente a través de la CNC y la Liga de Sindicatos y Organizaciones
Campesinos, misma que era una estructura gubernamental, más que partidista, al
grado de que la nómina de esta agrupación la pagaban los gobiernos estatales.
Es cierto que a las instituciones las hacen las personas,
pero también es verdad que las personas mueren y las instituciones quedan; es
decir, que la permanencia, desarrollo, crecimiento y éxito de una institución
–sobre todo tratándose de partidos que están ante una constante volatilidad
social-, no es sólo tarea de los individuos, que están sujetos a sus tiempos y
circunstancias, sino que todo parte del propósito para el cual fueron creadas.
En este sentido, el PRD debe permanecer donde está, en el
ala izquierda del mapa político del país, antes que sucumbir a la tentación de
derechizarse aún más, con alianzas que ideológicamente son espurias.
Si así sucede, si se concreta su alianza con el PRI, sólo
los grupos cupulares que resulten beneficiados con ello, serán los que se
identifiquen con ese otro nuevo partido, que ya no será más el PRD, aunque
conserve las siglas, el color y el logotipo del sol azteca.
Los Chuchos sugirieron cambiarle el nombre al partido.
De hecho, intentaron desmantelarlo para
crear otro partido en el que se aglutinaran las organizaciones sociales
independientes, en las que hay un potencial político-electoral fabuloso. Pero
la propuesta no tuvo éxito, aunque habría sido lo más sano, y se decidió
mantener al PRD como está, salvo con algunos cambios insustanciales, como la
eliminación de las tribus, plan que nunca se va a concretar, por cierto, porque
desde que las estructuras organizacionales fueron puestas de lado, los partidos
funcionan a partir de los grupos de poder internos.
¿Qué tiene que ganar el PRD en una alianza con el PRI? Nada.
Sólo los cargos que pudieran ganar los líderes de las tribus.
Aunque, bueno, se sabe que la intención última de los dueños
del partido no es ganar, sino evitar que Guerrero sea gobernador por Morena. Y
en este contexto, aun perdiendo estarían ganando.
Lástima que nuevamente el PRD volverá a ser usado para
mantener un plan nacional muy ajeno a su propósito, fraguado desde los grupos
de poder más viles del PRI, y que ya ocupa al nuevo líder tricolor, Alejandro
Moreno; al del PAN, Marko Cortés; y a los perredistas que se están prestando a
servir de zapa en este proyecto que no tiene nada de democrático, sino que es
una farsa para los electores.
Coincido con quienes opinan que la partidocracia en México
está agotada. Los partidos ya no cumplen el objetivo para el que fueron creados
–si es que algún día lo hicieron-, y se deben buscar nuevas formas de
participación.
Recordemos que otros países están privilegiando la
democracia participativa, contra la democracia representativa, que es lo que
nos ofrecen los partidos.