(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
No hay fecha que no se llegue, ni plazo que no se cumpla.
Desde febrero de este año, cuando el Juez Cogan declaró culpable de 12 cargos
criminales a Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo Guzmán, se esperaba su
sentencia definitiva por un jurado que se alzó en Nueva York para deliberar, y
que ayer dictó una sentencia de por vida para el sinaloense, más 30 años
adicionales de manera simbólica.
Aún no se sabe a dónde irá el Chapo a purgar su condena perpetua,
pero lo más seguro es que vaya a donde está Ociel Cárdenas Guillén y Juan
García Ábrego, ambos jefes del Cartel del Golfo, de cual surgieron otras
organizaciones como Los Zetas.
No sé si los mexicanos sufran el síndrome de Estocolmo, que
se imputa a víctimas que terminan amando a sus victimarios, pero a la mayoría
de la gente en este país le pesó esta sentencia, sobre todo porque el juicio
fue a todas luces injusto.
¿Por qué se dice eso? Porque si hubiera sido justo, en este
momento estarían siendo sentenciados también junto con el Chapo Guzmán,
funcionarios y jefes policiacos que lo protegieron durante los 30 años que duró
su carrera delictiva, desde 1989 a la fecha. Y no sólo eso, sino que también se
sirvieron de sus ganancias, pues lo poco que se supo durante el juicio es que
el Cartel de Sinaloa, del cual El Chapo era líder, financió la campaña por la
presidencia de la República de Enrique Peña Nieto, así como también le dio
dinero a Felipe Calderón.
Entonces, si fue así, ¿por qué Peña Nieto está de fiesta
permanente en España, y por qué Felipe Calderón anda en México como Juan por su
casa, construyendo incluso un nuevo partido político junto con la mustia de su
mujer, Margarita Zavala?
De haberse hecho justicia en el caso del Chapo Guzmán, por
lo menos tres ex presidentes de la República Mexicana (incluido Vicente Fox, el
que lo sacó de la cárcel de Puente Grande, Jalisco), estarían camino a ir a la
máxima cárcel de seguridad que jamás se haya construido en la historia de la
humanidad, conocida como la Súper Max, donde nunca el capo sinaloense verá el
sol ni hablará con ningún ser querido o amigo hasta su muerte.
Esto sin contar a generales, coroneles, mayores, capitanes,
los secretarios de seguridad pública federal y estatales, fiscales, jueces, comandantes…empresarios,
prestanombres, banqueros que le ayudaron a lavar dinero, etcétera.
Por eso ese juicio, considerado “el juicio del siglo”, deja
un mal sabor de boca a los mexicanos, porque de verdad fue un juicio desigual.
Lo que se quería era callarle la boca al hombre que durante 30 años fue
protegido del sistema, y al cual él mismo financió con hartos recursos.
Jamás El Chapo hubiese perdurado tanto en este país, si su
organización no hubiese embarrado las manos de miles y miles de personas, todas
vinculadas al poder, que lo protegían.
Lo que es más, analistas conocedores del teje y maneje del
narco en este país, afirman que El Chapo no es Joaquín Guzmán Loera; que él
solamente es la cara visible de una organización criminal de alcance mundial,
que involucra a mucha gente de varios países, incluido Estados Unidos.
Por eso su juicio, del que se esperaba muchísimo, fue de
caricatura. Solamente trascendieron algunas cosillas, pero nada de riesgo para
la clase política putrefacta que durante 30 años ha hecho del narcotráfico y de
la venta de armas un segundo frente de guerra en el planeta.
¿Qué se logró después de la sentencia del Chapo? Nada. En
México, la matanza sigue, la entrada ilegal de armas desde Estados Unidos
también. Los de arriba ganan y los de abajo ponen los muertos. Y asunto
arreglado.
En resumen, el juicio del siglo a Joaquín Guzmán Loera fue
un fraude para los mexicanos en particular, pero también para el mundo en
general.
La defensa apelará la sentencia perpetua, pero todos sabemos
que eso es un mero trámite. Hay muchos que quieren al Chapo en el Alcatraz de
las Montañas Rocallosas, hasta su muerte, donde estará acompañando a
terroristas miembros de Al Qaeda, Unabomber y otros lengendarios mercenarios
internacionales.