Oswaldo Zavala
El pasado 21 de junio, la fotoperiodista Hérika
Martínez capturó en Ciudad Juárez una escena inconcebible en los inicios del
gobierno de Andrés Manuel López Obrador: soldados de la Guardia Nacional –el
nuevo cuerpo de seguridad creado el 28 de febrero con el objetivo de
desmilitarizar gradualmente el país– detenían a dos mujeres y a una niña que
intentaban cruzar el río Bravo hacia Estados Unidos. Según la agencia de
noticias AFP, se trataba de una familia nicaragüense que fue separada al
momento del cruce. Los hombres de la familia lograron atravesar la frontera,
pero también fueron detenidos al norte del río.
No se trataba de indocumentados entrando a
México por la frontera sur, sino de migrantes intentando salir del país en la
frontera norte. En la imagen, los efectivos de la Guardia Nacional igualaban
las funciones propias de la Border Patrol estadunidense. En más de un modo, los
militares mexicanos suplementaban de facto la política antinmigrante del
presidente Donald Trump desde México. Operaban, en efecto, al servicio del
gobierno de Estados Unidos.
La actual instrumentalización de la Guardia
Nacional para establecer un muro virtual en las fronteras mexicanas, tanto en
el sur como en el norte, corre el riesgo de desarticular uno de los pilares del
proyecto presidencial de López Obrador –la pacificación del país– y escalar
hasta convertirse en la nueva “guerra” en nombre de la “seguridad nacional” de
México y Estados Unidos. Propongo, en lo que sigue, analizar las terribles
implicaciones que podría tener este nuevo conflicto militarizado en nuestro país.
Como sabemos, la movilización de la Guardia
Nacional es el resultado del acuerdo migratorio entre México y Estados Unidos
convenido el pasado 7 de junio tras la crisis política que el presidente Trump
desató cuando amenazó, mediante un post desde su cuenta personal de Twitter,
con la imposición de 5% de aranceles a las exportaciones de México si la actual
ola de refugiados centroamericanos no era atendida por el gobierno de AMLO en
términos satisfactorios para Washington. Tras varios días de negociación, la
delegación mexicana, encabezada por el canciller Marcelo Ebrard, anunció en un
comunicado conjunto con el gobierno de Estados Unidos que “México incrementará
significativamente su esfuerzo de aplicación de la ley mexicana a fin de
reducir la migración irregular, incluyendo el despliegue de la Guardia Nacional
en todo el territorio nacional, dando prioridad a la frontera sur”. El acuerdo
también especifica que los migrantes que soliciten asilo en Estados Unidos
“serán retornados sin demora a México, donde podrán esperar la resolución de
sus solicitudes”. Finalmente, México se comprometió a ofrecer “oportunidades
laborales y acceso a la salud y educación de los migrantes y sus familias”,
además de “protección a sus derechos humanos”.
La concesión de este endurecimiento en la
política migratoria mexicana significa más que una derrota diplomática para el
gobierno de AMLO, como fue entendido entre los principales medios de
comunicación del país. Las fotografías de las detenciones de migrantes en la
frontera norte son la ilustración más elocuente de un complejo proceso de
transformación de la política de seguridad del gobierno de AMLO que, lejos de
avanzar hacia la pacificación del país, parece dirigirse ahora en sentido
contrario.
Recordemos que la campaña presidencial de AMLO
se distinguió precisamente por un mensaje de pacificación que, entre otros
temas, se enfocó en la retirada del Ejército de las tareas de seguridad
asignadas desde el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012) durante el supuesto
combate a los “cárteles de la droga”.
Con el anuncio de su Plan Nacional de Paz y
Seguridad, AMLO y su equipo de transición dejaron claro que se alejarían de la
política antidrogas estadunidense y que en cambio se enfocarían en atender el
problema del consumo de drogas como una cuestión de salud pública y no como una
emergencia que debiera ser combatida militarmente. La propuesta de campaña se
formalizó durante la rueda de prensa matutina del 31 de enero de 2019, cuando
AMLO declaró el fin de la “guerra contra el narco”: “Oficialmente ya no hay
guerra. Nosotros queremos la paz y vamos a conseguirla”, dijo entonces. En
consecuencia, menos de un mes más tarde, la creación de la Guardia Nacional
marcó un plazo de cinco años para el regreso del Ejército a los cuarteles y se
estructuró con un mando civil a cargo de la Secretaría de Seguridad Pública y
Protección Ciudadana.
Cuando comenzó a agravarse la crisis migratoria de centroamericanos que
masivamente comenzaron a cruzar el país hacia la frontera norte en las llamadas
“caravanas”, el gobierno de AMLO una vez más se mostró decidido a un cambio
radical de las políticas neoliberales de los gobiernos anteriores. El 17 de
enero decidió abrir la frontera para los refugiados y agilizar los trámites
para recibir a los migrantes indocumentados. Para principios de febrero, su
gobierno ya había otorgado 12 mil 500 visas humanitarias en lo que fue
considerado como un “gesto histórico”.
Dos meses después, el panorama era otro. Según
datos oficiales, el gobierno de AMLO deportó a más de 37 mil 450 migrantes
centroamericanos en los primeros cinco meses de su gobierno. Entre marzo y
abril, la política de deportaciones ya había superado en 67% las cifras del
gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018) durante el mismo periodo. Según una
nota de The New York Times, la bienvenida inicial que el gobierno mexicano
ofreció a los migrantes pudo haber contribuido a aumentar el desplazamiento de
centroamericanos a la frontera sur. Las cifras oficiales en la frontera norte
también se dispararon: las autoridades estadunidenses dijeron haber detenido a
109 mil indocumentados sólo en abril, la cifra más alta desde 2007.
Con el acuerdo migratorio del 7 de junio, AMLO
decidió abandonar su discurso de pacificación y se comprometió a desplegar a 6
mil elementos de la Guardia Nacional para reforzar la detención y deportación
de migrantes. Presionado, el gobierno mexicano ha adoptado el lenguaje de la
“crisis fronteriza” que el presidente Trump ha estado repitiendo como parte de
su estrategia para la reelección en los comicios de 2020.
Pero en el panorama mexicano el acuerdo tiene
un peso simbólico muy distinto: obligó al gobierno de AMLO a la aceptación
pública de un nuevo conflicto de “seguridad nacional” que amerita el uso de su
Guardia Nacional ya no para la pacificación del país, sino para echar a andar
un continuo y violento mecanismo de militarización de las fronteras en contra
de un flujo migrante que, siguiendo la crisis política, económica y ambiental
de Centroamérica, lejos de agotarse, con toda certeza repuntará en los
siguientes años. Entre 2014 y 2018, según un estudio hecho por especialistas de
la Universidad de Texas en Austin, la migración de los países del llamado
“triángulo norte” (El Salvador, Guatemala y Honduras) se incrementó y se
estabilizó en alrededor de 300 mil refugiados que anualmente abandonan sus
países para intentar migrar a Estados Unidos. Para 2019, sin embargo, se estima
que esa cifra rebase los 700 mil refugiados.
A la problemática militarización de las
fronteras se suma el hecho de que México admitirá en su territorio a los
migrantes que consigan solicitar asilo en Estados Unidos. Y aunque el gobierno
mexicano celebró haber rechazado que México sea designado como “tercer país
seguro” –una de las propuestas del gobierno de Trump más insistentes–, el
acuerdo migratorio orilla a México prácticamente a realizar esa función, pero
sin los beneficios de un acuerdo formal que conllevaría una compensación
financiera por los servicios necesarios para recibir a los refugiados.
En este punto no podemos exagerar la dramática
alteración de la política migratoria de AMLO, que ha sido reconfigurada
esencialmente como una nueva política de seguridad nacional que da continuidad
a la sistemática violación de derechos humanos de los refugiados en Estados
Unidos. Sin objetar la separación de familias y la detención de niños en
“campos de concentración” carentes de las más básicas condiciones sanitarias,
como sí lo ha denunciado la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, el
gobierno de México está renunciando por igual a la protección de los derechos
humanos de los migrantes en su propio territorio nacional.
La militarización de las fronteras mexicanas
funciona, entonces, como una extensión dire150