(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
El futuro del país se juega en muchos sentidos en la
elección intermedia de 2021. Por eso la oposición está reagrupándose, siguiendo
diversos patrones, pero todos con la mira de evitar que Morena mantenga la
hegemonía en la Cámara de Diputados y en la Cámara de Senadores, instancias que
constituyen el Congreso de la Unión, en la cual están representados los
ciudadanos de todo el país.
La próxima elección del PRI –abortada de antemano por las
sospechas de imposiciones y fraudes entre diversos líderes-, era una
oportunidad única para sentar las bases de una verdadera oposición, pero al
paso que van es más de lo mismo.
Los panistas están desarticulados, con liderazgos
confrontados entre sí, y medio partido fuera, siguiendo los pasos de Felipe
Calderón.
El PRD, por su parte, va camino a su refundación, pero como
un nuevo partido; incluso con nuevas siglas, para despecho de los que añoran
las glorias del ex partidazo de izquierda.
Y pese a que hay nuevos partidos en proceso de formación,
entre ellos el que estará bajo el liderazgo de Elba Esther Gordillo Morales,
ninguno de ellos tendrá suficiente peso como para revertir la realidad actual.
En este contexto, la oposición da risa, pues pretenden con
marchas como la del próximo domingo influir en el pueblo, para ir incubando la
notición de que hay una real oposición en contra del régimen lópezobradorista,
lo cual está lejos de ocurrir.
El desgaste de Morena y el gobierno actual sin duda viene,
pero no ahora. Tampoco lo veremos en la elección de 2021, aunque lo intenten.
Al contrario, hay el riesgo de que los partidos ya existentes se desfonden más,
pues en ese año habrá elecciones locales en varios estados, y la tentación de
los cargos de elección popular mantiene a los morenistas peleándose pero aún
juntos en torno a la figura de AMLO.
De hecho, ni siquiera hay que buscar fuera del partido para
buscar el germen de su destrucción, porque en realidad está dentro.
Por si no se han dado cuenta, no tarda y Ricardo Monreal
deja Morena. El zacatecano encabeza claramente un grupo interno de oposición, y
su relación con el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, es
buena dentro de lo que cabe, pero porque sabe que el mandatario será el fiel de
la balanza en la presidencial de 2024.
Sin embargo, las recientes elecciones en Puebla demostraron
de qué es capaz Monreal, cuyo pasado priísta-perredista-petista lo delata, y el
vox populi es que el tricolor lo anda seduciendo; o al menos están esperando la
mínima oportunidad para quebrar a Morena desde dentro, aprovechando la
enemistad de Monreal con la líder de Morena, Yeidkol Polevsnsky.
Todo esto lo saben los ideólogos del PRI, PAN y PRD. A
fuerza de ejercer una política de rapiña, y siguiendo su propia experiencia,
los tres alegres compadres ni sudan ni se abochornan. Por eso no cambian ellos,
porque saben que es mejor que otros cambien. Es mejor aprovechar la debilidad
del enemigo, que pasar por proceso de cambio que son dolorosos, casi como el
parto de los montes, pues eso requiere no sólo cambiar las formas de hacer
política interna, sino también de eliminar cacicazgos y repartir el poder de
manea más equitativa entre organizaciones y sectores.
Todo esto les pesa a los caciques que se amañaron en los
partidos políticos. Luego entonces, es más fácil esperar que Morena caiga por
su propio peso, y lo que estarán buscando es la primera fractura –que ya existe
con Monreal- para provocar desde fuera un terremoto.
Eso ya sucedió con el PRI en 1988, dando lugar al PRD.
También sucedió con el PRD en la era de Los Chuchos, que no pararon hasta que
se acabaron al partido. Y también ya sucedió con el PAN, el año pasado, con la
salida de los Calderón y su grupo político.
Por eso, amable lector, no espere ningún cambio en los
partidos tradicionales. Más bien espere más de lo mismo.