La
victoria de Morena
Con desaseo, un margen menor de lo que podría
suponerse en sus victorias y un resultado que, siendo bueno, dista aun de
convertirse en ruta hacia la consolidación, el partido Morena, fundado por
Andrés Manuel López Obrador, transitó este 2 de junio por el primer proceso
electoral posterior al presidencial de 2018.
A 11 meses de obtener una ventaja indiscutible
y reducir la representación de sus opositores, Morena se adjudicó este fin de
semana los dos cargos más importantes del proceso electoral como lo son las
gubernaturas de Baja California y Puebla.
El resultado tiene una significación
histórica, pues Baja California fue el primer estado que ganó el PAN en 1989,
retuvo la posición por 30 años y, finalmente, fue derrotado de manera
aplastante.
Puebla,
en su elección extraordinaria organizada tras la muerte de la gobernadora
panista Martha Erika Alonso y de su esposo, el exgobernador y senador, Rafael
Moreno Valle, rompió con el enclave del panismo morenovallista, el cacicazgo más representativo de lo que
suele designarse como el Prian.
Las dos gubernaturas obtenidas, convierten a
Morena en el partido que gobierna más de la cuarta parte de la población pues,
las seis entidades donde tiene o tendrá gobernador, concentran cerca de 37
millones de habitantes. Con eso, el Congreso de la Unión y la Presidencia de la
República, su primerísima posición respecto a los demás partidos, es innegable.
Sin embargo, el avance electoral es limitado.
Primero, por la abstención que, en el caso de Puebla, invirtió los porcentajes
en 11 meses: en 2018, participó el 67.64% del electorado mientras que este 2 de
junio, la abstención fue en torno al 65%. En tanto, en Baja California, la
participación según el cálculo preliminar fue en torno al 30%.
De las otras cuatro entidades que celebraron
elecciones sólo en Quintana Roo puede notarse el avance de Morena en 11 de los
15 distritos. Ahí la participación fue en torno al 22%, una cifra baja aun
tratándose de una elección intermedia local.
Es posible que la falta de entusiasmo
electoral sea indicativo de un desencanto ciudadano respecto a las alternativas
partidistas y de que éste –en sólo seis meses de ejercicio presidencial–,
alcanzó a Morena que, como partido, quedó a deber en los procesos de selección
de candidatos.
Y es que, el común denominador en Baja
California y Puebla fue el desaseo de sus procesos internos, donde prevalece la
falta de transparencia y por lo tanto, de certeza dentro y fuera de sus filas,
dejando el mal sabor de la imposición centralista favorable a candidatos
cuestionados.
De hecho, la litigiosidad de Baja California
se advierte para el período poselectoral, toda vez que el PRD ya anunció la
impugnación por inelegibilidad dada la presunta ciudadanía estadunidense
y participación en el Partido Republicano, del morenista Jaime Bonilla; en
Puebla, la conflictividad interna se patentó desde la designación de Miguel
Barbosa, hombre clave en el Pacto por México, impuesto por la dirigencia
nacional que ganó.
En los dos casos, un mismo origen de
conflicto: la imposición agravió aspirantes que terminaron como opositores. En
Baja California, el candidato perredista Jaime Martínez Veloz pidió democracia
interna en Morena y Yeidckol Polevnsky lo insultó públicamente; en Puebla,
Enrique Cárdenas acusó en 2017 que fue invitado candidato a gobernador y luego
desechado en Morena sin más.
Además, lo ocurrido en Aguascalientes, Durango
y Tamaulipas, donde Morena perdió, deja en evidencia que el respaldo a sus
siglas –en buena medida posicionadas bajo la marca López Obrador—no es
generalizada y, si partimos de que las elecciones intermedias son de base
partidista, se puede concluir que Morena sigue sin trascender el hecho de haber
sido creado como comité de campaña del hoy presidente.
Morena obtuvo dos victorias importantes, pero
su posicionamiento en los comicios del 2 de junio, no fue contundente.