(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
¿Ha oído el cuento de que el presidente de la República,
Andrés Manuel López Obrador, busca apoderarse del PRI? Esto vienen sosteniendo
desde hace tiempo los competidores a dirigir el partido, entre ellos el ex
rector José Narro Robles, quien la semana pasada renunció al tricolor con cajas
destempladas, así como la ex gobernadora de Yucatán, Ivone Ortega, quien ayer
registró su candidatura por la dirigencia nacional, llevando como principal
competidor al gobernador con licencia de Tabasco, Alejandro Moreno, alias
“Alito”.
Pero a diferencia de lo que sostienen el oaxaqueño Ulises
Ruiz Ortiz, en el sentido de que ya todo está planeado en el PRI para
entregarle la dirigencia a “Alito”, acusando que AMLO está detrás de éste (al
grado de que le apodan “AMLITO”), el gobernador de Monterrey, Jaime Rodríguez
El Bronco, dio una importante pauta al señalar que el PRI está muerto, “sólo
que los que se empeñan en mantenerlo vivo no se han dado cuenta”.
De su parte, el ex priísta afirma que no volverá a su ex
partido, ni a ningún otro, y llamó a sus ex correligionarios a sepultarlo de
una vez.
En pocas palabras, el primer proceso electoral del PRI que
sería democrático, está abortado de antemano. Pero no creemos que sea por AMLO,
sino porque dentro del partido hay cacicazgos grupales –tribus, pues- que se
resisten a soltar el control de él, léase Grupo Atlacomulco, atracomulco para
los críticos, cuyo gurú es Carlos Salinas de Gortari. Y, por supuesto, habrá
que incluir a Enrique Peña Nieto, porque mal que bien fue durante 6 años el
primer priísta de la nación, gracias precisamente a que cuando recuperó la
presidencia para el tricolor, se modificaron los estatutos del partido para regresarle
al presidente de la República esa categoría, que le permitía decretar órdenes y
contraórdenes, contener a los enemigos de su régimen para evitar el fuego
cruzado, y manejar la agenda legislativa y electoral a discreción.
Que no se quejen, pues, si ahora Peña Nieto está intentando
manejar desde fuera la agenda del tricolor, pues su pellejo está de por medio; y
lo menos que quisiera el ex presidente es que el partido caiga en manos de sus
detractores, sabiendo que para que la cuña apriete debe ser del mismo palo.
¿O alguien duda que Ulises Ruiz se tentará el corazón para
perseguir a EPN?
Por lo tanto, el problema del PRI no está en Los Pinos, sino
en el Estado de México. Desde ahí, se maniobra para mantener al partido bajo
control, y eso implica –claro está-, vender los activos tricolores al mejor
postor.
Esto no es nuevo de hecho; fue algo que el PRI ya hizo en el
año 2000, cuando ganó Vicente Fox la presidencia de la República, y que repitió
en 2006, con Felipe Calderón Hinojosa, a quienes les prestó sus votos en el
Congreso de la Unión para sacar adelante sus ominosas reformas y ocurrencias,
sin chistar y sin que más tarde quisieran investigar al mandatario en turno por
los actos de corrupción documentados.
A cambio de esta sumisión, el PRI pudo tener de su lado al
PAN en el sexenio de Peña Nieto, liderando las reformas fraguadas al seno del
Pacto por México, e incluso imprimiendo mayor presión y apertura en aquellas en
las que el presidente pensaba ser moderado.
Por ejemplo, si tenemos ahora leyes energéticas leoninas,
fue precisamente a que mientras Peña Nieto optó por un modelo mixto de
inversión, dejándole a Pemex cierto nivel de control sobre el sector (siguiendo
el modelo de Brasil), los panistas presionaron de tal manera que llevaron al
mayor nivel de apertura. Chantajearon a Peña Nieto con otras reformas.
Cuando los perredistas, que también formaban parte del Pacto
por México, se dieron cuenta de lo que venía, sabiendo que no era algo light y
menos de maquillaje, sino la reforma más agresiva y entreguista de que se tenga
memoria, recularon. Pero el daño ya estaba hecho.
En resumen, el pactar con el poder en turno es parte de los
usos y costumbres del PRI -y en realidad de todos los partidos-. Suelen pactar
con el poder en turno para mantener ciertos privilegios y canonjías. Lo hacen
sin rubor y sin consultar a nadie, más que a sus propios intereses.
Del otro lado, no vemos al PRI mejorando en manos de Ulises
Ruiz, el bronco del Sur.
La mejor pieza era el ex rector Jorge Narro, pero ya no
está. Así que lo que queda en el tricolor es más de lo mismo, y lo que resulte
en la elección que viene, será la crónica de una farsa anunciada.