Primer round para Trump
Raymundo Riva Palacio
Las prisas y las improvisaciones del gobierno de México no
ayudaron a fortalecer la posición ante las amenazas del presidente Donald Trump
de imponer aranceles si no frenaban la migración hacia Estados Unidos y
enfrentaban al crimen organizado, y mostraron su temor. El providencial
respaldo republicano que presionó a la Casa Blanca para recular la elevación de
aranceles por el costo político que pagarían con el electorado -al ser los
consumidores quienes terminarían pagando más por los productos mexicanos-,
abrió una puerta de salida al conflicto, pero no solucionó el problema de
fondo. En la reunión que tuvieron en la Casa Blanca, la lista de demandas se
elevó. Si las aceptan como “concesiones absolutas”, dijo el consejero comercial
de línea dura de Trump, Peter Navarro, los nuevos aranceles “podrían no entrar
en vigor”.
La falta de estrategia mexicana fue evidente desde el primer
momento en que el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció el jueves que
viajaría una delegación mexicana a Washington para negociar con los
estadounidenses y despachó a la mañana siguiente al secretario de Relaciones
Exteriores, Marcelo Ebrard, sin estar enterados los dos que sus contrapartes
estaban de viaje y no regresarían hasta el miércoles. Salvó la cara la reunión
el lunes con el secretario de Comercio, Wilbur Ross, con la secretaria de
Economía, Graciela Márquez, que se sumó a la delegación el domingo. Pero esto
fue fortuito, aprovechando Márquez una oportunidad que se le cruzó.
Márquez estuvo en San Salvador el sábado pasado representando al
gobierno mexicano en la toma de posesión de Nayib Bukele como presidente de El
Salvador, y se cruzó con Ross en el lobby del hotel. La secretaria lo abordó y
le pidió una cita en Washington. Audaz, no esperó instrucciones presidenciales,
y ayudó a darle cuerpo a un viaje que tuvo que iniciar con conferencias de
prensa desde la Embajada mexicana, para llenar los espacios de opinión pública
y evitar que el énfasis fuera el de una espera en las puertas de Foggy Bottom.
La entrevista con Ross sirvió para los consumidores mexicanos, pero sin llegar
a ninguna parte. El conflicto de Trump con México no es comercial.
Ebrard habló informalmente el domingo con el secretario de
Seguridad Territorial, Kevin McAleenan, que mencionó los temas que molestaron
Trump, y donde no veía avances, freno a la migración, falta de seguridad, y el
control del crimen organizado del fenómeno. Ebrard no es contraparte de
McAleenan, pero López Obrador prefirió hacerlo responsable de esos temas en
lugar de enviar como interlocutores a quienes les tocan esos temas en su
administración, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, y el
titular de Seguridad Pública, Alfonso Durazo. Es el estilo del presidente, la
transversalidad, encargando funciones fuera de su ámbito, a quien le da mejores
resultados.
El planteamiento sobre la mesa en la Casa Blanca fue conciso: 1)
medidas enérgicas con quienes piden asilo en Estados Unidos; 2) reforzar la
vigilancia en su frontera con Guatemala; y 3) acabar con la corrupción de sus
funcionarios en los puntos fronterizos. Estados Unidos quiere un mayor
control sobre las visas humanitarias -preferentemente que se cancelen-, y
que en lugar de hacerles la vida fácil a los inmigrantes en el cruce de México
a esa nación, que les quiten los incentivos para migrar.
Navarro explicó que México debía “comprometerse a recibir a
todos los que buscan asilo en Estados Unidos -que son deportados- y que les
apliquen las leyes mexicanas, que son mucho más fuertes que las nuestras”. Esto
significa que para Trump, el acuerdo con México vigente desde febrero de
recibir diariamente un máximo de 60 inmigrantes que quieren asilo en ese país,
debe ampliarse y aumentar la cuota, bajo lo estipulado en la Sección 235 del
Acta de Inmigración y Nacionalidad, que les fue comunicado el 20 de diciembre
pasado.
La “concesión absoluta” que mencionó Navarro, significaría
revertir la posición del gobierno de López Obrador de proteger a quienes
quieran iniciar un procedimiento de asilo en Estados Unidos, proporcionándoles
visas humanitarias con entrada múltiple a México, y para quien lo solicite,
visas de trabajo. Trump considera que los migrantes son introducidos por el
crimen organizado, que México no combate, y que han aprovechado un
procedimiento legal, conocido como “el miedo creíble”, utilizado como “script”
por los sujetos a deportación, donde los jueces frenan frena el proceso al
decir que tienen miedo de morir si los expulsan. Las pretensiones no son
aceptables todavía.
La segunda concesión sobre la mesa fue el compromiso de México
de reforzar su frontera con Guatemala, reforzada por la tercera exigencia de
frenar la corrupción en los puntos fronterizos. Los estadounidenses no entienden
por qué no pueden frenar la migración si lo que tienen que sellar es una
frontera de sólo 240 kilómetros. “Esos puntos de entrada están diseñados para
detener el flujo, pero en lugar de eso está la corrupción, los funcionarios del
gobierno que están haciendo dinero del tráfico de personas”, precisó Navarro.
Los planteamientos generales de la Casa Blanca los expuso
McAleenan a Ebrard el domingo. Su afirmación que había 80% de posibilidades de
llegar a un arreglo sugerían que habían aceptado “las concesiones absolutas”.
Navarro, lo dejó entrever ayer en una entrevista con CNN. “Creemos que los
aranceles no van a entrar en vigor, porque ya tenemos la atención de los
mexicanos”, dijo. La esperada negociación en la Casa Blanca entró en un
impasse, aunque las señales son que aceptarán las condiciones. Están muy
arrinconados. Trump adelantó que “México quiere hacer un trato”, pero Ebrard
pidió tiempo para entender la dimensión de lo que exige Estados Unidos.
Cuestión de tiempo. Difícilmente López Obrador romperá con Trump.
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