(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Con la votación fallida de la Reforma Educativa en el Senado
de la República, el pasado martes 30 de abril, siendo esa la recta final para
la promulgación de los cambios constitucionales, la iniciativa regresó a la
Cámara de Diputados, con todos los riesgos que ello entraña.
¿Cuáles? Más caos de parte del sindicato que pide más
prebendas. En lugar de tener ahora ya una reforma educativa votada y
autorizada, para pasar por los congresos estatales antes de su promulgación, lo
que tenemos es a los energúmenos cetegistas nuevamente haciendo destrozos en
edificios públicos, o sea nuestros, del pueblo, para con sus injusticias exigir
su propia justicia.
Da rabia. En un estado tan castigado como Guerrero, y
mientras los ciudadanos de a pie nos partimos el alma por sobrevivir y mantener
los pocos empleos que hay, estos hijos del sistema político caciquil no paran
de destruir lo que se construyó y adquirió con nuestros impuestos.
Y lo peor, que lo hacen con el rostro cubierto, para que no
se les reconozca. Las fotografías muestran a profesores ya de edad, incluso al
punto del retiro, destrozando con varillas los equipos de cómputo y oficinas
del Congreso local, mientras que los más jóvenes lanzan piedras y botellas de
agua sobre los diputados que salieron a atenderlos.
¿Son estos los que educan a nuestros hijos? Nadie puede dar
lo que no tiene, y es obvio que a estos profesores, así como a los estudiantes
normalistas de Ayotzinapa –quienes son todavía aspirantes a estar frente a
grupo-, les falta mucho para ser formadores de los nuevos ciudadanos mexicanos.
Y pensar que eso sucedió a causa de un voto que le faltó a
Morena, de un diputado que abandonó el recinto de último momento, previo a la
votación. En su descargo, el tal diputado –de cuyo nombre no quiero acordarme-,
dijo que salió del Pleno del Senado porque su esposa le llamó para decirle que
su hija había sufrido un accidente. ¿Le creemos?
Como resultado, los panistas se pusieron a festejar aquella
noche, a los morenistas se les desencajó el rostro, y los priístas se
encogieron de hombros, porque ellos habían prestado su voto, poniendo algunas
condiciones, pero de ahí el resultado final era responsabilidad de la bancada
mayoritaria.
Ya durante la difícil y prolongada discusión en la Cámara de
Diputados, las diputadas de Morena por Guerrero, Abelina López Rodríguez y
Rosario Merlín, votaron en contra de la reforma planteada por el presidente de
la República, junto con otros seis diputados morenistas. Pero afortunadamente
se logró la votación requerida.
En el Senado, sin embargo, pese a que se decía que todo
estaba fríamente calculado, un diputado se salió y las cuentas se cayeron.
Con esto, automáticamente se dio pie para que la CNTE y sus
filiales en los estados vuelvan a las calles, a protagonizar bloqueos,
destrozos, pérdidas económicas y más conflictos –incluso tienen programado un
paro laboral- para exigir que se abrogue la reforma peñista, pero también para
que la reforma lópezobradorista no incluya absolutamente nada que les controle
la vida sindical, y sobre todo que les impida meter mano en asuntos que son de
estricta responsabilidad del gobierno.
En realidad, lo de la abrogación de la reforma peñista es un
señuelo, una falsa bandera. La CNTE sabe que la reforma del sexenio pasado será
abrogada, no porque ellos lo pidan, sino porque así lo prometió y lo dispuso el
presidente de la República, que sobre todo la evaluación docente dejará de
usarse como un instrumento de castigo para los profesores que no tienen perfil
idóneo para estar frente a grupo.
Su verdadera bandera tiene que ver con el acceso a recursos
humanos y materiales. Y, sobre todo, a que no se les haga efectivo el apartado
de la reforma laboral, que tiene que ver con la autonomía sindical, siempre y
cuando esté basada en la democracia interna.
Y pensar que todo esto está sucediendo por un senador que incumplió
con sus obligaciones.