Martín Moreno
Lo pregonan, en público y en
privado, los fanáticos de López Obrador, contra periodistas y medios que se
atreven a criticar al Presidente:
“Son periodistas golpistas.
Son medios golpistas…”.
Esa palabrita – golpismo-, la traen en la boca, en la mente y en
la sinrazón. Para ellos, ejercer la crítica periodística es una acción
“golpista” en contra de AMLO. Golpismo, le llaman. Inclusive, un productor de
telenovelas exitosas alertó en Twitter sobre una acción “golpista” en contra de
“nuestro Presidente” – así lo expresan-, similar al sufrido por Salvador
Allende en Chile en 1973. Ya ni siquiera es paranoia. Es delirium tremens.
La palabrita la traen los
adoradores de AMLO. Sus seguidores. Sus cuijes. Para ellos, toda crítica
mediática es “golpismo”. Si criticas al Presidente, entonces eres “golpista”.
Vaya estrechez intelectual. Vaya extravío emocional. Vaya peligrosidad a las
libertades.
No, señores: lo que ustedes
llaman “golpismo”, en realidad es crítica periodística, intelectual y social,
necesaria para apuntalar nuestra democracia qué si bien dio ejemplo el uno de
julio de 2018, hoy se deteriora a grandes pasos, intentando volver a los años
dorados del presidencialismo intocable, endiosado y vengativo.
Se criticó a Fox. Se criticó
a Calderón. Se criticó a Peña Nieto. Es obligación del periodismo libre
investigar, comprobar y publicar. Así de sencillo.
Por ello, ¿qué les haría
pensar a los fanáticos de AMLO que no habría crítica al actual Presidente? ¿Qué
les hacía suponer que con él habría sumisión? ¿Qué los mueve a mandar a la
hoguera a los críticos presidenciales?
Hay periodistas que son
críticos permanentes del poder, más allá de quién esté en la Presidencia o qué
partido gobierne. Hay otros y otras que fueron ciegos, sordos y complacientes
con Peña Nieto, y que hasta ahora se acordaron que deben cuestionar al
Presidente y a su gobierno. Hay otros y otras que fueron muy críticos con
Calderón y EPN, pero que ahora ni investigan ni critican ni cuestionan. Han
caído en la intrascendencia.
La crítica periodística al
poder establecido no debe ser moda sexenal, sino práctica permanente para
fortalecer la democracia como un contrapeso vivo, actuante y responsable.
Lo demás – como dijo Orwell-
son relaciones públicas.
Quienes votamos por López
Obrador lo hicimos en plena libertad, sí, pero también motivados de que cumpla
sus promesas: atacar la corrupción a fondo, investigar y castigar a los
corruptos y no fomentar corruptelas. Hoy, se está haciendo todo lo contrario.
¿Por qué no se está
investigando a Enrique Peña Nieto, el emblema de la corrupción priista? Hasta
hoy, AMLO ha protegido a Peña. Vamos, hasta las gracias le dio durante su toma
de posesión. ¿Cuál fue el acuerdo AMLO-Peña Nieto para que el priista no sea
investigado?
¿Por qué no se investiga a Emilio Lozoya, artífice del caso
Odebrecht, con pruebas más que contundentes que demuestran la escandalosa
corrupción de la empresa en colusión con el Gobierno peñista, vía Lozoya? En
Brasil, se anuló la concesión a Odebrecht por 35 años para operar el Estadio
Maracaná. (Reforma-19/Marzo/2019). En México, AMLO y la
Secretaria de la Función Pública, Irma Sandoval, apapachan a Lozoya y compañía.
Disimulan. Ocultan.
¿Por qué no se investiga a
Rosario Robles, cuyo paso por Desarrollo Social estuvo marcado por el
despilfarro y la corrupción? ¡Ah, pequeño olvido! AMLO ya etiquetó a Rosario
como “chivo expiatorio”, deslindándola de cualquier responsabilidad. Amén.
¿Por qué no se investiga a
Carlos Romero Deschamps? Si el Gobierno quiere, puede. Pero no esperemos
ninguna investigación a fondo contra los corruptos porque, como lo dijo AMLO en
su toma de posesión, “meteríamos al país en una dinámica de fractura, conflicto
y confrontación”. Mejor ni le movemos.
Eso sí: resucitó a Napoleón
Gómez Urrutia, símbolo de la corrupción minera, y a Elba Esther Gordillo, la
corrupción hecha mujer. (Por cierto: ¿qué le debe AMLO A Napito?).
No habrá investigación a los
corruptos, pero sí venganzas personales contra los críticos de AMLO.
Allí está la persecución
pública y oficial, lanzada desde las cada vez más cirqueras conferencias
mañaneras de AMLO, en contra de Enrique Krauze, a mi juicio, el historiador más
importante de México. No se investiga la corrupción, pero a cambio, se embate
contra quienes siempre han disentido con López Obrador, bajo el argumento de
delitos electorales. Se echa a andar la maquinaria del Estado, vía Santiago
Nieto – un personaje que en cuestión de horas perdió el respeto a sí mismo, al
pasar de investigador del caso Odebrecht que le ganó el aplauso general, a
convertirse ahora en el instrumento para satisfacer las venganzas personales
del Presidente de la República-. Todos contra Krauze, impulsados desde Palacio
Nacional, por presuntamente haber respaldado una campaña negra contra AMLO.
Para muchos, se atenta contra la libertad de expresión. A la hoguera quien se
atrevió a criticar al tabasqueño y endilgarle el mote de “Mesías tropical”. Hay
que denostarlo y quemarlo por haber osado exhibir al Presidente. Que sigan
sueltos los Peña, Lozoya, Robles y demás pillos. Eso no importa. El problema de
México se llama Enrique Krauze, por crítico. Golpista. La Cuarta Transformación
convertida en el nuevo PRI. La Cuarta Transformación al estilo cubano: quien
critique o cuestione al caudillo, será crucificado.
Y allí está también el absurdo ataque de AMLO al diario Reforma por exhibir, se quiera o no reconocer,
los cochupos, desatinos y abusos de poder del actual gobierno. Es un ataque
frontal, sin duda, a la libertad de expresión. AMLO quisiera –como en su
momento lo hicieron Fox, Calderón y Peña– aplausos permanentes y que ninguna
pluma o voz lo criticara. Hoy por hoy, hay síntomas gubernamentales que atentan
contra las libertades, impulsados, nada menos, que por el propio Presidente. Lo
demás, son ecos de sus fanáticos qué con poco razonamiento y mucha ignorancia,
se suman al linchamiento de la masa en contra de quienes disienten con AMLO.
Y las acusaciones se hacen
con el sello de la casa: sin pruebas, con dichos sin hechos y con más saliva
que comprobación. Con más hígado que cerebro.
Pésima señal para nuestra
democracia.
AMLO y su Gobierno recurren a
la venganza personal como método de gobierno. Una revancha contra los críticos
del Presidente. Una batalla desigual y abusiva.
Vamos: ni siquiera Peña Nieto
fue tan burdo y aldeano a la hora de censurar a sus críticos, porque vaya que
sí lo hizo. Aunque con estilos diferentes, ambos tenían y tienen el mismo fin:
callar a los disidentes.
¿Cuál es entonces la diferencia
entre López Obrador y Peña Nieto al censurar y atacar a sus críticos?
Ninguna.