Rubén Martín
Donald Trump no es solo un ser humano despreciable por sus comportamientos racistas, machistas, clasistas y vulgares. También parece que el peor Presidente en la historia de Estados Unidos ahora pretende convertirse en un gobernante autócrata y tiránico de la peor ralea.
A pesar de todas las imperfecciones y descomposturas que tiene, el sistema político de Estados Unidos se presenta como la “democracia más antigua del mundo”. Esto a pesar de que la Presidencia de esa nación no la elige el voto popular, sino un Colegio Electoral añejo y viciado que en más de una vez ha dado la victoria a quien no ganó la mayoría de votos, como Donald Trump en 2016 que tuvo 3 millones de votos menos que su oponente demócrata Hillary Clinton. Una de la supuestas razones que el sistema político estadounidense se presenta como democrático es la práctica de las transiciones ordenadas y pacíficas de poder.
Un ejemplo de ello ocurrió en la elección presidencial del año 2000 en la que se enfrentaron el republicano George W. Bush y el demócrata Al Gore y cuya victoria se adjudicó al primero a pesar de que Gore obtuvo más votos populares y a pesar de las evidencias de fraude en el recuento de boletas en estados como Florida. Con todo y estas agravantes los demócratas reconocieron la adjudicación del triunfo a Bush hijo y evitaron un conflicto poselectoral y con ello una crisis política.
En la elección presidencial de Estados Unidos, que se celebrará en tres semanas, todo apunta a que se creará un escenario inédito donde no se tendrán resultados electorales la misma noche de los comicios, como ha sido tradición. De hecho funcionarios de Estados Unidos han anticipado que los resultados finales podrían tardar en conocerse dos o tres semanas, es decir hasta el final del mes.
Este escenario de retraso en los resultados finales se debe a que por el contexto de la crisis sanitaria derivada de la pandemia de COVID-19 muchos electores estadounidense pretenden votar en sus casas y enviar su voto mediante correo tradicional o depositarlo en urnas dispuestas anticipadamente.
El prestigiado show de John Oliver presentó un reportaje donde se explica lo lento y tardado que puede ser el proceso de identificar, autentificar y clasificar los votos de millones de electores que manden su sufragio por el servicio postal.
Varias encuestas indican que la mayoría de los que votarán a través del correo son de tendencia demócrata, porque es la población que también acata más las medidas de distanciamiento sanitario, contrario a los republicanos que haciendo eco de sus dirigentes, con Trump a la cabeza, han mandado mensajes confusos en acatar el confinamiento y la emergencia sanitaria.
De tal modo que se prevé que los primeros votos que se cuenten la misma noche del 4 de noviembre sean los que se saquen de las urnas instaladas para el voto presencial y que eventualmente esas tendencias favorezcan al actual ocupante de la Casa Blanca, Donald Trump, pero que conforme vayan llegando y contándose los votos emitidos a través del correo pueden ser favorables al demócrata Joe Biden.
Consientes de ese escenario, varios periodistas han preguntado a ambos candidatos presidenciales si respetarán el recuento y admitirán los resultados electorales cabalmente. Joe Biden ha respondido afirmativamente, pero Donald Trump ha dado respuestas no solo evasivas, sino que apuntan claramente a que no reconocerá el resultado de la elección, a menos que lo favorezca. Es una postura que tiene el potencial para generar una crisis política de gran envergadura que tenga impacto no solo en Estados Unidos y en el resto del mundo, especialmente en naciones como México y Canadá relacionados por la frontera y amplias relaciones económicas y personales.
De hecho ha sugerido que en lugar de transferencia, podría haber continuidad de poder. “Francamente no habrá una transferencia. Habrá una continuación”, dijo Trump en respuesta al periodista de Playboy Brian Karem (New York Times, 24 septiembre 2020).
No es la única vez que Trump deliberadamente siembra la duda de que aceptará el resultado electoral. Pero además de ello, ha dicho a sus simpatizantes que “La única forma en que pueden quitarnos esta elección es si se trata de una elección amañada”, exclamó durante la Convención Nacional Republicana en agosto pasado.
Dicho este recuento, podemos imaginarnos la situación política que se puede crear la noche de y los días posteriores de la elección: un Trump que se proclama triunfador con datos parciales del resultado electoral, movilizaciones de “triunfo” de sus simpatizantes y el inicio de un conflicto poselectoral una vez que los votos a favor de Biden puedan ir aumentando, y si finalmente los resultados proclamaran vencedor el demócrata, el escenario está puesto para que Trump denuncie trampa y fraude electoral, y se niegue a ceder el poder. Es una maniobra equivalente a un golpe de Estado, pues significa quedarse por la fuerza con la presidencia.
Es cierto que puede ocurrir un triunfo mayoritario y sorpresivo de Donald Trump, tal como el que ocurrió en noviembre de 2016 al vencer a Hillary Clinton.
Pero el mero hecho de que Trump esté amenazando con no dejar el poder y dar este virtual golpe de Estado da idea de sus nociones de democracia y de su deseo de apoderarse de la presidencia de Estados Unidos para beneficio suyo, de sus partidarios y de su base electoral compuesta de supremacistas blancos, racistas, cristianos, católicos, fundamentalistas, terraplanistas y derecha radical. Su amenaza de no dejar el poder desnuda sus pasiones tiránica y autoritarias.
Lamentablemente un conflicto político así no queda encerrado en las fronteras de Estados Unidos. Tendrá repercusiones mundiales tanto en la economía como en la política. En lo económico se pude esperar turbulencias en los mercados y fuertes consecuencias financieras. En lo político, la postura tiránica y autoritaria de Trump, alentará aún más a los grupos extremistas de derecha radical y fascistas. Este es el peligro que genera Trump para el mundo: un renacimiento de un fascismo mundial. El antifascismo es hoy más necesario que en mucho tiempo.