(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Ante la tercera oleada del Covid-19, hay algunos aspectos a tomar en cuenta. El primero, entender que la gente le perdió el miedo a la peste. El Covid-19 está ya asimilado entre la población, ya lo ven como una enfermedad más, algo de cuidado pero hasta ahí.
En estos días, por ejemplo, las escuelas de todos los niveles no suspendieron sus ceremonias de clausura, pese a que la Secretaría de Salud emitió un oficio para cancelarlas.
Los pueblos y comunidades tampoco están suspendiendo sus fiestas patronales, que por estas fechas son abundantes, sobre todo donde se adora a Santiago Apóstol (en Costa Chica ese festejo es general en toda la región, y tiene su culminación el 25 de julio). Es la fiesta por antonomasia de Ometepec, por ejemplo, que se celebra con una misa, una cabalgata y una fiesta masiva. Y aunque el comité organizador de la “fiesta grande” ya aceptó suspenderla, lo que no se suspendieron fueron las actividades previas, que comenzaron desde inicios del mes.
Tampoco están siendo cerradas las playas, como se hizo el año pasado incluso antes de que los casos se generalizaran en la entidad. Está llegando turismo a las playas de Guerrero, y eso nos debe poner ante el compromiso de extremar las medidas de protección.
Las distintas playas de Acapulco superan el 50 por ciento de ocupación, algunas rozando el 60 por ciento. Zihuatanejo registra 40 por ciento y Taxco 49 por ciento.
Tanto los locales como los visitantes deben entender que estamos ante una ola creciente de Covid-19. Que, además, se tienen dos nuevas cepas del virus circulando, que quizás no sean más letales que la original, pero sí está demostrado que tienen mayor capacidad de contagio. Por ejemplo, sin con la cepa Covid original era necesario un contacto prolongado con la persona infectada para adquirir la enfermedad, con las cepas Delta y Delta plus el mínimo contacto es suficiente.
Nos reportan, además, que la sintomatología cambia, pues ahora la gente comienza con dolor de cabeza, dolor de garganta, dolor de huesos, fiebre leve que va incrementándose, y la tos no aparece sino hasta pasado un tiempo, quizás 7 días. Eso hace que la gente se confíe y se piense que está ante un resfriado común.
Otra manifestación de estas variantes de la enfermedad es por diarrea abundante, sin fiebre, pero sí con secuelas de inflamación intestinal, cierto dolor abdominal y náuseas esporádicas.
La gente también está presentando ausencia de sabor y de olor, aunque como sucedió en la primera oleada, eso no es un síntoma generalizado.
En medio de todo este caos, el gobernador anunció que el lunes retrocedemos al semáforo amarillo. Esto ocurre a un mes de que fue declarado el semáforo verde, previo a las elecciones del 6 de junio. Aún estamos bien, comparado con otras entidades, que ya volvieron al rojo; es decir, cierre total de actividades no esenciales. Pareciera que eso no es necesario, pero sí lo es porque tiene una capacidad médica específica, que si los casos se multiplican más allá de lo razonable, los hospitales colapsarían.
Por lo tanto, el control epidemiológico de la pandemia se debe hacer no para evitar su propagación, sino para hacerla más lenta, reducir su aceleramiento para evitar que haya gente que se quede sin acceso a una atención especializada en caso de que se agrave su condición.
También decir que la mayoría de los casos, como sucedió en la primera y segunda oleada, tendrán tratamiento ambulatorio y están sanando en casa. Los que llegan a los hospitales son únicamente los casos graves, que requieren suministro de oxígeno y, en caso extremo, de intubación.
Y es que no hay otra opción, pues esta oleada se compara con la segunda que sufrió la entidad en enero pasado, cuando nos quedamos sin oxígeno medicinal, porque el poco que había fue acaparado por los hospitales y clínicas del sector salud.
Recordemos que fue un tiempo muy difícil, en el que podemos afirmar que mucha gente murió por falta de capacidad en los hospitales, y también por falta de oxígeno para ayudarles mientras la neumonía afectaba sus pulmones, dejándolos con muy poca capacidad respiratoria.
Ya todos conocemos los estragos del Covid en el cuerpo humano, así como las secuelas de la enfermedad. No es que sanes y puedas hacer una vida normal. En la mayoría de los casos sí, pero hay miles de personas cuya calidad de vida disminuyó, dado que tienen tanto daño pulmonar, que sobreviven con apenas 30, 40 o la mitad de su capacidad pulmonar.
Esta gente automáticamente tiene una menor calidad de vida, pero también se reducirá su tiempo de vida, porque tendrán que sobrevivir con insuficiencia respiratoria.
La pandemia está diseminándose tan rápido, que no tarda y escucharemos noticias de saturación de salas covid. Esa es una realidad que ya aceptó el gobernador y lo que queda hacer de nuestra parte es cuidarnos. Ya sabemos como, sólo se necesita ser consciente y estricto en las medidas de prevención.