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SOS COSTA GRANDE

(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Retomo hoy algo que el ex alcalde de Coyuca de Catalán, Rafael Higuera Sandoval, divulgó en su página de Facebook:

“Hoy en la reunión con el licenciado Evodio Velázquez, líder moral del PRD, un campesino humilde de la comunidad de Las Salinas, municipio de Zirándaro, quien por cierto será regidor por nuestro partido, en su participación dijo que los políticos después de ganar las elecciones les atacan tres enfermedades: la primera enfermedad les hacía perder la memoria y se les olvida quienes votaron por ellos. La segunda es que pierden la vista y ya no te ven cuándo te encuentran. Y la tercera enfermedad que pudiera ser la más peligrosa, es que pierden la vergüenza”.

¡Wow! Como siempre, el pueblo noble y sabio tiene harta razón y quedó plasmada semejante sabiduría en este breve mensaje, que está que ni mandado a hacer para el proceso poselectoral que estamos viviendo, cuando los que ganaron la elección hace 3 años están por decir adios -excepto los que lograron reelegirse- y los que triunfaron se aprestan a tomar el control de municipios, distritos y, obviamente, la gubernatura del estado.

Si nos atenemos a la tremenda verdad de ese campesino de Zirándaro, tendremos gobernantes que se irán degradando poco a poco. Primero quedarán desmemoriados, les dará Alzheimer; luego irán quedando ciegos, y finalmente serán desvergonzados. ¡Zas!

¿Tanto así? Bueno, creo que el campesino zirandarense se quedó corto, porque habla de 3 enfermedades, pero la realidad es que ese es el carácter de la mayoría de los políticos. Y no es que cambien, más bien siempre fueron así. Porque como dicen los psiquiatras, nadie se vuelve malo, más bien fingían demasiado bien. Y lo que hace el poder y el dinero es que saca todo lo que está dentro a relucir.

Y de eso podemos dar fe los periodistas, porque somos como los nopales; ojo, no lo digo por babosos (sin ofender a los presentes), sino por aquello de que sólo nos visitan cuando nos necesitan, como al nopal, que está solo mientras llega la temporada de tunas.

Después, aquellos que pedían entrevistas, permanente atención de los medios y convocaban a conferencias de prensa a cada rato, se suben a sus camionetas de lujo y polarizadas, para no saludar a nadie, y van por la vida pensando que defecan rosas y ni el sudor les apesta.

Porque así es. Con honrosas excepciones, algo sucede entre los políticos que se creen dioses. Nadie les puede decir nada. Nadie los puede cuestionar. La amistad que decían tener con mucha gente se convierte en mero y vulgar “interés”. No dudan en traicionar a los que anduvieron partiéndose el queso por su triunfo. Pretenden pagarles con migajas. Además les exigen lealtad a muerte. Mientras tanto, todo lo que consiguen económicamente es para ellos en exclusiva. Manejan los recursos de los ayuntamientos como si fueran personales, no como dinero del pueblo.

Y podemos enumerar muchos otros aspectos imputables a la clase política, que además es ignorante en muchos aspectos de su quehacer, lamentablemente.

Las obras que programan (no hacen otra cosa) las venden como si las hicieran con su dinero. El pueblo beneficiarios de las obras y gestiones les debe agradecer de por vida, cuando es su obligación hacerlas, porque además cobran por estar donde están. Cobran y bien, pues no sólo toman un mega sueldo, sino que además -y esto es un secreto a voces- el negocio real de la política estriba en tomar el 10 por ciento del total de los recursos que manejan, vía los diezmos que pactan con constructores y proveedores.

Nadie se escapa de este esquema, nadie. Por eso tanta pugna por los cargos públicos, porque entran pobres y salen millonarios. Lo peor es que aunque sus acciones rayan en lo delincuencial, exigen “honra”. Son delincuentes honrados. Cuidado cuando alguien les llame corruptos.

Vuelvo a repetir: hay honrosas excepciones, pero son eso: una excepción.

¿Cambiará alguna vez algo? No mientras el sistema político se mantenga igual y no haya castigo para nadie. AMLO prometió topar con todo la corrupción. De hecho, es el motivo principal de su gobierno, combatir este cáncer que ha hecho de nuestro país un botín, mientras que los puestos de gobierno son un barril sin fondo.

El mejor ejemplo lo tenemos con el flamante auditor general del estado, Alfonso Damián Peralta, quien anda desatado “castigando” a los ex alcaldes que no le llegaron al precio. O quizás lo hace para mostrar “trabajo”, ahora que se trataba de evaluarlo como auditor para ratificarlo por otros 7 años. El señor se dedicó desde 2014 a la fecha a nadar de a muertito con relación a le extrema corrupción en ayuntamientos, por ejemplo, y sólo decretó la inhabilitación por unos cuantos años para algunos. De ahí en más, no ha hecho nada que se diga digno para acotar la corrupción.

Me pregunto si una inhabilitación sirve de algo. Pues no. Eso sirve para 3 cosas: para nada, para nada y para puritita tiznada. El mejor ejemplo es Héctor Vicario Castrejón, quien estando inhabilitado durante 10 años para ocupar cargos públicos, logró ser candidato de la alianza PRI-PRD de uno de los distritos de la zona Norte.  

¿Y la inhabilitación, apá? Bien, gracias. Todo queda entre cuates.

Prepárese, amable lector, para vivir de nuevo el mismo proceso de cada 3 y 6 años. La transformación incluye: el olvido, la ceguera y la falta de vergüenza. Y todo eso se resume en una sola cosa: Malagradecimiento.

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