(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
¿Por qué apostarle sólo al petróleo? México tiene todo para convertirse en potencia productora de energías limpias, las que provienen del viento y del sol. En cambio, desde la semana pasada el Congreso federal dio entrada a una especie de contra-reforma eléctrica, con el pretexto de que el Estado Mexicano retome la rectoría del sector, privilegiando los modos viejos de producir electricidad, y que incluyen el uso de carbón en por lo menos 9 termoeléctricas.
No se discute que se tengan que reformar los esquemas heredados de compra de energía limpia que producen empresas privadas, y que dicen son leoninos, pues los gobiernos anteriores se comprometieron a comprar cierto nivel de energía eléctrica a particulares, aunque la CFE tuviera abasto suficiente. Esto significó, de hecho, que la empresa paraestatal tuviera que reducir su producción, a propósito, para cumplir con los contratos a las particulares, las que -además- usan la red eléctrica nacional para distribuir su fluido sin pagar por ello.
Este paraíso empresarial no existe en ninguna parte del mundo, salvo en México, y eso sí debe regularse. Es algo de lo que mucho se ha hablado, que los gobiernos anteriores que promovieron este tipo de contratos, dejaron con las manos atadas al gobierno federal, no sólo en este rubro, sino también en asuntos como la compra y distribución de gas, y hasta en el caso de las cárceles de alta seguridad que fueron concesionadas a empresas privadas, y por lo cual el gobierno paga por el hospedaje de cada preso como si se tratara de un hotel o una renta.
Recordemos que en el pasado mucho se privilegiaron los esquemas de inversión público-privadas, en los que no solamente hay dinero de particulares, sino también de nosotros, el pueblo, pues de eso se trata este negocio, de invertir en empresas del Estado, que se construyen con inversión bipartita, pero que son administradas de lleno por particulares.
Todo esto nos fue colocando grilletes en varias áreas, y el sector eléctrico no podía quedar fuera, siendo que es uno de los más disputados en el mundo, pues se trata de un sector fundamental para el desarrollo de cualquier nación. De este modo, el que tenga la energía eléctrica y el petróleo, determinará el costo del desarrollo y el rango de ese avance.
Hasta ahí todo correcto. Urge que los contratos leoninos con las productoras de energías verdes se regulen, pues no podemos estar dependiendo de esos caprichos, que sobre todo repercuten en los consumidores; es decir, nosotros todos.
Pero lo más urgente es que la CFE modernice o cierre las plantas que operan con energías sucias, como carbón y combustóleo. Y como ejemplo tenemos en corto la termoeléctrica de Lázaro Cárdenas, cuyos estragos ambientales y en la salud pública son incuantificables y posiblemente irrevesibles.
La Cuarta Transformación debe emparejarse con la tendencia internacional de energías limpias. El nuevo presidente de los Estados Unidos trae ese objetivo y pronto todo va a cambiar, mientras México se rezaga.
Desde hace 10 años, la CFE comenzó a promover los huertos solares entre particulares y gobiernos locales, pero con poco éxito. Los que construyeron estos huertos para dejar de consumir energía eléctrica en sus sistemas de tratamiento de aguas residuales, por ejemplo, los abandonaron. Es inversión tirada y nadie les reconviene por ello.
Todo en materia ecológica es un caos en México, y llegará el tiempo en que los países que no hayan alcanzado el mínimo de desarrollo en sus sistemas de producción, serán sancionados y rezagados. De nada nos servirá el petróleo, ni tener electricidad extraída usando combustóleo o carbón.
¿Qué hacer? Los diputados y senadores, que son los que tienen en sus manos ya esta reforma, deben observar todo esto, y no sólo hacer la tarea que les dicta el presidente. En este periodo ordinario de sesiones, la reforma entró como un asunto de urgente resolución, y ya pasó a comisiones en el Senado. En los próximos meses estaremos oyendo de las condiciones de la reforma y todas sus consecuencias, porque impactará la relación con los socios comerciales, a través del T-MEC, que ya exigen en cláusulas específicas la transición energética.
Y a estas alturas ya no es un asunto de política -aunque, claro, nunca una decisión de Estado deja de ser política-; se trata, ante todo, de la salud pública, el rescate ambiental y la reeducación de las nuevas generaciones en el cuidado del planeta.
Dicen los expertos que se necesitan 30 años para cambiar a una generación. Pero los próximos 30 años se avizoran oscuros para la tierra, si continúan los niveles de deforestación, desertificación, consumo de agua y enfermedades. Y el gobierno de México no puede estar ajeno a esta realidad.