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SOS COSTA GRANDE

 (Misael Tamayo Hernández, in memóriam)

Después de la captura de José Antonio Yépez, alias El Marro, el líder guachicolero que prendió al rojo vivo a Guanajuato, vale la pena revisar este caso que es el primer golpe certero contra la delincuencia en este país, de parte del gobierno de la Cuarta Transformación, y que podría significar -como dijo el senador Ricardo Monreal-, el inicio de la pacificación de México.

Ese es un sueño largamente anhelado por todos los mexicanos, quienes llevamos prácticamente 20 años viviendo en la ignominia, a salto de mata, con los pelos de punta y viendo tantos muertos, que la muerte se nos ha hecho común. Somos, desafortunadamente, una sociedad tan acostumbrada a la muerte, que hasta el Covid-19 y sus fatales efectos nos parecen poco.

El arresto de El Marro, está destapando una cloaca que data de hace 10 años y que incluye a autoridades estatales, municipales y empleados de Pemex. Imposible que un delincuente de baja monta como El Marro, cuyo grupo delincuencial ni siquiera tiene la categoría de un “cartel”, haya puesto en jaque al gobierno estatal de Guanajuato durante tanto tiempo, así como al gobierno federal, desde 2009, extendiendo sus tentáculos por todo el corredor guachicolero del país, zona que -sospechosamente-, es controlada políticamente por gobiernos panistas.

El Bajío entero estaba al servicio de El Marro quien, insistimos, ni siquiera tenía un cártel sino un grupito de familiares metidos a la administración de la gasolina robada desde la refinería de Salamanca.

Dicen los conocedores que alguna vez perteneció a Los Zetas, pero sin novedad. Nunca fue uno de los mejores narcos que haya tenido el país. Ni siquiera era narco, pues, porque le entró a la venta de estupefacientes hasta que el gobierno federal cerró los ductos de Pemex y se le secó la gallina de los huevos de oro.

¿Para quién trabajaba El Marro? ¿Con quién compartía los 10 millones de pesos diarios que dicen ganaba por el robo de combustible? ¿Cómo y dónde distribuía lo robado, que llegaron a sumar 1 millón y medio de litros de gasolina? ¿Cuál era su modus operandi? ¿Quiénes eran sus cómplices en el sector de los dueños de gasolineras?

El Cartel de Santa Rosa de Lima no era tal. Era un grupo de delincuentes formado por El Marro, en el que participaba hasta su madre, sus hermanas, sus cuñadas, primas y hasta sus amantes, la mayoría mujeres.

La diminuta mujer que vimos detenida en junio pasado, pero luego liberada de manera impune por errores procesales, era nada más y nada menos la que se encargaba de administrar los dineros de El Marro, mientras él andaba a salto de mata. Era la que se encargaba de pagar la “nómina”, que incluía a halcones, policías de varios municipios….y vaya usted a saber quiénes más.

El ocaso de El Marro no comenzó con López Obrador, cabe aclarar. Fue desde 2017, en tiempos todavía de Enrique Peña Nieto que un General dijo por primera vez su nombre, y se maravilló de que nadie supiera de él, siendo que tenía desde 2009 robando combustible, aunque la actividad se propagó en 2014, justo a dos años de la llegada al poder de Peña Nieto.

El ocaso de El Marro ni siquiera dependió del gobierno federal. Su error fue no haberse aliado con El Mencho, líder del Cartel Jalisco Nueva Generación, cuando éste se lo propuso, para tener acceso al Océano Pacífico, previa conquista de zonas de Michoacán.

Entonces todo se le complicó. Al no tener la estructura real de un cártel, sino siendo el suyo un negocio familiar y de amigos (políticos), no pudo defender el territorio, aunque lo intentó, y entonces convirtió a Guanajuato en un polvorín. Lo peor vino cuando le cerraron los ductos de Pemex. Entonces tuvo que decidirse por la venta de narcóticos y sobre todo el secuestro, para poder financiar sus actividades.

Cuando le comenzaron a detener a sus familiares, comenzó lo más grave. Cuando le tocaron a su madre, lloró y acusó al gobierno estatal de trabajar para El Mencho. También amenazó al gobierno federal, sabiendo que su caída era cuestión de tiempo. Ya se había escapado de las autoridades en dos ocasiones y se había convertido en un símbolo de la impunidad en Guanajuato, hasta este domingo que lo agarraron con las manos en la masa. Entonces no podrá alegar errores procesales, o que le inventan delitos, pues tenía en su poder a una empresaria, por la que estaba pidiendo rescate.

Ahora mal, esto no significa el fin de la violencia. Ya veremos a otro monstruo levantarse por ahí. Pero sí es el fin de un delincuente de baja ralea, que puso en jaque al gobierno mexicano. Mejor dicho, que era tolerado y utilizado para consumar el robo a Pemex, que en realidad era un robo institucional.

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