(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
El gobernador Héctor Astudillo eligió Zihuatanejo para hacer su primera gira, después de su cuarentena por Covid-19. El mandatario estatal estuvo 22 días separado de su familia, y dirigiendo los destinos de Guerrero desde una computadora, alejado de todo ser humano, a causa del coronavirus.
Una vez que fue declarado sano, visiblemente enflaquecido retornó a su trabajo, y en este momento está trabajando en varios frentes: la obra pública, la atención sanitaria por la pandemia de Covid-19, y la reactivación económica de la entidad, que se inauguró el 2 de julio, con la reapertura de las playas de la entidad.
No es pequeño el fardo que tiene el gobernador en sus espaldas. Él sabe que desde ahora su gobierno, que ya está en la recta final, tendrá que navegar contra corriente para sacar adelante la tarea.
Por si fuera poco, tiene en ciernes un proceso electoral que está por comenzar, y que trastornará la paz social si no se maneja adecuadamente.
A partir de septiembre, se juntarán el Covid, la influenza, el proceso electoral, que a su vez tiene que ver con la irrupción de grupos delincuenciales que quieren inclinar la balanza en los próximos gobiernos.
Como agregado tenemos el cierre masivo de negocios, la pérdida de empleos, las manifestaciones de los campesinos que se quedaron fuera del reparto de fertilizante, los miles de desempleados que pasarán a engrosar las filas de la pobreza, y para quienes quizá no haya beca que alcanza.
Viene también el inicio de clases, en el mes de agosto, que todavía no sabemos cómo serán, cómo lidiarán los profesores y todo el sistema educativo estatal con el dilema de recibir en las escuelas a miles y miles de niños, jóvenes y adultos, para que continúen con su formación académicamente.
Una cosa es cierta: los estudiantes no pueden seguir con clases en línea, porque simplemente no aprendieron nada. Y no porque no puedan aprender de esa manera, porque los jóvenes de hoy están diseñados para ser autodidactas, son los millenials. Más bien, se debe a que los docentes no están preparados para el uso de tecnologías digitales, se atascaron en eso, no pudieron dar clases por internet, usando herramientas como Google Meeting, o Zoom, entonces solamente enviaban indicaciones por Watsapp, o audios, y daban las asignaciones de tareas, imponiendo tiempos para entregarlas, pero sin hacer la explicación correspondiente.
No digo que todos, porque siempre hay honrosas excepciones, pero la verdad todo fue una pachanga.
Si nos vamos a la educación preescolar y primaria, es la base de todo. Pero en el caso de la preparatoria y universidad, simplemente no podemos jugar con la formación de los futuros profesionistas, y en caso de que no se pudiera volver a las aulas, porque la pandemia se prolongue, la Secretaría de Educación está obligada a diseñar un modelo educativo digital, pero que realmente funcione.
De paso, que no se olvide la supervisión de los profesores, porque definitivamente estuvieron a sus anchas.
Las autoridades educativas nacionales temen que haya una deserción masiva de estudiantes, ante el temor de los padres de que se enfermen por Covid-19.
Entonces tendremos niños y jóvenes en casa, sin estudiar ni trabajar, con lo que se incrementarán otros problemas para los padres de familia, que se reflejará en lo social.
Son tiempos malos, difíciles, impredecibles. El gobernador lo sabe. Viene la pobreza, la hambruna, la carestía.
Y también sabe que todo esto influirá en el ánimo del electorado, donde también todo se tornará difícil, pues las promesas guajiras ya no alcanzarán a convencer a nadie, y tampoco las dádivas. No habrá dinero que alcance para comprar conciencias, aunque la pobreza, claro, sea siempre un terreno fácil de manejar, pues mientras más pobre es la persona, con menos se conforma. Para esa persona, poco es mucho.
En este escenario tan difícil y tétrico, porque las muertes por Covid 19 van a continuar, el gobernador se prepara para cerrar su administración, y mantener el orden y la paz, para que la transición sea pacífica.