(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, parece que va perdiendo adeptos entre los mexicanos, quienes ante la crisis económica y la pandemia de Covid-19, están buscando en quien volcar la frustración y el miedo.
Según la encuesta Mitovsky, en la última semana por primera vez desde que AMLO tomó posesión, son más los que no respaldan su gestión, que los que sí la respaldan.
De hecho, el desgaste político de AMLO ha sido paulatino y se ha venido reflejando en las encuestas, con algunos picos de popularidad, merced a algunas decisiones tomadas.
Pero en realidad, han sido 15 meses de desgaste, que vino a acelerar la crisis por el Covid-19, sobre todo a raíz del decreto de cuarentena para evitar los contagios masivos, y sobre todo debido a que no se dieron opciones para levantar la economía ni garantizar el soporte de los empleos.
Y es que, pese a que el presidente y su secretaria del Trabajo recurrentemente amagan a las empresas que despidan trabajadores, jamás podrán controlar a los micro y pequeños empresarios que no están agremiados a ningún sindicato empresarial, sino que están por su cuenta y que, según cálculos de economistas, suman unos 300 mil, pero que generan hasta 6 de cada 10 empleos, mal pagados si se quiere, pero seguros.
Además de que hay 15 millones de mexicanos en la economía informal, que en este momento están en su casa cuarentenados, para cumplir con el “Quédate en casa”.
Lo cierto es que la realidad de México se impone. Somos una economía tercermundista, diezmada por tantos años de acaparamiento de riquezas, con una banca usurera, con megaempresas trasnacionales que, aunque generan pocos empleos, sí generan ingresos por pago de impuestos y, sobre todo, por divisas. Pero son los menos. La mayoría de las empresas del país están en la lona, y el Covid vino a darles un empujón hacia la quiebra.
La incertidumbre que la gente tiene no es tanto al Covid que, cierto, es algo que provoca miedo. Pero, como la misma gente lo dice, más miedo les da quedarse sin comer, sin ingresos para pagar los servicios de su hogar, la renta, etcétera.
Todo esto ha sembrado desaliento, sobre todo porque nos hemos dado cuenta que el gobierno federal, ni los gobiernos estatales, tienen un plan de rescate económico.
Ayer, en un mensaje a la nación, el presidente nos felicitó por nuestro esfuerzo de parar actividades. Señaló que lo primero es rescatar vidas y después hablamos.
Pero tanto él como sus empleados del sector financiero, han dicho que no habrá rescate económico, sino que solamente se apoyará a los más pobres, siguiendo con la lógica de su proyecto de gobierno, que no cambió ni por el Covid-19.
Antes de esto, ese sector de “empresarios” -si es que se les puede llamar así-, que por años han luchado para mantener sus negocitos en pie, eran aliados naturales de AMLO y su proyecto de la 4 Transformación. Hoy, no se sabe.
El presidente, en realidad, sólo está escuchando a los grandes empresarios, a los que están aglutinados en sindicatos empresariales como la Coparmex, el Consejo Coordinador Empresarial, y hasta ha buscado el respaldo del grupo de Hombres de Negocios. Pero no ha escuchado a los miles de mexicanos que no tiene esa categoría, que no viajan al extranjero, que no tienen ahorros pero sí deudas; los que ganan lo gastan en el mercado local, fortaleciendo la economía de los pueblos y ciudades donde están.
Y a menos que el presidente cambie, que deje de sentirse atacado y presente una esperanza para este sector empresarial, tan necesario para México, lamentablemente la gente se irá alejando de su proyecto.
Podrán decir lo que quieran, pero a la gente se le puede pedir todo tipo de sacrificios, menos tocarle en el hambre. Imaginen a toda esta gente que votó por un cambio, gente harta de la corrupción, pero que ahora ven que está sola, sin idea de cómo reiniciar tras la pandemia, porque se les considera ricos.
Esta gente ni siquiera pide regalado, sólo que les den acceso a créditos blandos, a través de la banca de desarrollo. Piden que, por primera vez en la historia de este país, funcione la Secretaría de Economía y el Fonaes. No quieren créditos “a la palabra” de 25 mil pesos, que ni para el recibo de luz alcanzará (una fábrica de hielo, por ejemplo, paga más de eso en energía eléctrica), sino líneas de crédito mayores, a plazos razonables, para que les permita reiniciar. Es decir, piden dinero que van a devolver. ¿Dónde está lo malo en todo eso?
Según Mitovsky, en los últimos 10 meses, el presidente pasó de 62 por ciento de aprobación, al 46.5. Y eso que todavía no llega la tercera fase de la pandemia, ni se conocen a ciencia cierta los estragos de la crisis.