(Misael Tamayo Hernández, in memóriam)
Caso resuelto. El caso Fátima, que mantuvo en vilo al país desde el martes 11 de febrero, terminó siendo un caso más de la violencia feminicida y machista, en donde un hombre toma a una niña para satisfacer sus instintos más bajos, esta vez con la variante de que fue su mujer la que se la trajo, para salvar a sus propias niñas de ser atacadas sexualmente por su progenitor.
Cuando se ven descubiertos, en lugar de liberar a la pequeña, optaron por matarla. Trataron de descuartizarla –de ahí los cortes en las entrepiernas y el pecho- y la tiraron en unas bolsas a escasos metros de la vivienda donde la mantuvieron cautiva.
No imaginaban que un sistema de videovigilancia, así como testigos de la escuela de Fátima, llevarían a identificar a la mujer que raptó a la niña, y junto con ello dar con la vivienda, que previamente ya habían abandonado para huir a esconderse a casa de una tía del hombre, sin imaginar que la propia mujer, al enterarse de lo que habían hecho, los entregaría a la Guardia Nacional.
De todo el caso, quizás lo más destacable es la actuación de la tía de Mario, quien tuvo el valor de entregar a su sobrino y a la esposa a las autoridades, pues pocas veces se sabe que los familiares actúen de esa manera, y más bien suelen proteger a los victimarios.
¿Por qué Fátima? ¿Fue una víctima al azar? No. La mujer la eligió primero, porque la conocía. Segundo, porque sabía que era una niña a la que se le ponía poca atención, y porque sabía que su madre sufría de una enfermedad mental, esquizofrenia o paranoias, y posiblemente pensó que no la buscaría.
La pobre madre de Fátima, Magdalena Antón, sigue pensando en que Giovana es inocente, pues le dio asilo en su casa en noviembre pasado, cuando estuvo huyendo del marido, quien amenazó con matarla y quemarla. Y en su delirio mental sigue diciendo que a su hija la mató su ex concuño, un hombre que murió hace 10 años, a quien acusa también de haber matado a su hermana, aunque la hermana vive en Estados Unidos.
Este es un caso para los más avezados psicólogos. En esta trama, la única mente criminal es la de Mario.
Giovana, por su parte, parece ser aquí una de tantas mujeres adictas a relaciones tóxicas con sus parejas, y que terminan muertas de mil maneras por sus maridos violentos. En esta ocasión, ella le trajo a la niña que él pedía, y eligió a una que conocía, aunque la verdad pudo ser cualquiera, tan sólo porque su propia hija estaba en peligro de ser violada por el propio padre.
El segundo aspecto es que mataron a la pequeña. No era el plan original, pero al ver que la andaban buscando, y como sabía que la niña los conocía, sobre todo a Giovana, los delataría. Entonces optaron por ahorcarla y posteriormente deshacerse del cadáver, metiéndolo a una bolsa de plástico, y tirándolo en un baldío.
Para las autoridades lo que pesa es el feminicidio, claro; y como tal lo van a resolver, pues les urge cerrar el caso, para acallar la furia social, que comenzó desde hace tiempo y que hizo crisis primero con el homicidio de Ingrid, a manos de su marido violento, un ingeniero civil alcohólico que le dobleteaba la edad; y luego el caso Fátima vino a derramar el vaso.
Pero no todo es blanco y negro en este tipo de crímenes. Hay claroscuros que deben analizarse, y que las feministas no deben perder de vista. Porque están pensando en que el Estado (léase gobierno en todos sus niveles y poderes), puede resolver esto, pero realmente es algo muy complejo. Y el ejemplo lo tenemos en Estados Unidos, donde existe la pena de muerte desde hace unos 40 años, pero donde siguen habiendo muertes y violaciones de mujeres y niñas. Algunos casos son tan tenebrosos, que realmente siguen pendientes de resolver.
Insistimos en que todo se resolverá desde los hogares y en los hogares. Cuando ya se comete un delito, es retomado por las autoridades, pero lo que ocurre dentro de las paredes de una casa, antes de que el crimen ocurra, nos toca resolverlo a nosotros, como sociedad, como familias.
Mientras que como sociedad huyamos a la responsabilidad que nos toca asumir, seguiremos viendo a las feministas marchando y vandalizando edificios públicos, y a los internautas de redes sociales interpelándolas, burlándose de ellas, pero sin percibir que el monstruo del feminicidio sigue orondo, sentado en la sala de cada hogar.