Jorge Luis Reyes
La distancia le pesaba, lejos de él su pequeño hijo se aferraba a la vida. Había nacido con amibiasis. Sabía que el Centro Médico Pediátrico, propiedad de su amigo, era un lugar con las herramientas necesarias para ayudar al infante a vencer a los parásitos y sus terribles consecuencias. El niño había nacido en Zihuatanejo, atendido por un caro amigo, el doctor Rogelio Grayeb Armas. Después se trasladaron a la ciudad de México, donde se estableció la familia. La relación obtenida con un jesuita inteligente y poderoso, se dio a través de su maestro de ética en la preparatoria. Ahora formaba parte del equipo laboral del Centro de Estudios Agrarios, A.C. y del Centro De Estudios Educativos. A. C. Esa conexión de trabajo lo mantenía alejado de la familia, realizando una evaluación de la perdida de producción en una zona particular del estado de Tamaulipas. El distrito de riego 92, conocido como Pujol Coy, regado por el río Guayalejo, había descendido drásticamente su producción. El trabajo no lo hacía solo, dos alemanes de la universidad de Frankfurt lo acompañaban. En un territorio plano, alterado por la eminencia del cerro del Bernal, aumentaba más su soledad, su angustia e impotencia por no poder estar al lado de su cría en momentos difíciles. Su hijo no hablaba aún. Llevaba dos meses internado peleando por su derecho a vivir.
Durante ese tiempo los viajes entre Villa González, Tampico y México se habían vuelto semanales. El jesuita había sido generoso. No lo abandonaba moral, espiritualmente, ni económicamente. La angustia le llegaba a la garganta por el tiempo que el hijo llevaba internado sin librarse de los parásitos totalmente. Justo al cumplirse los tres meses una llamada telefónica de la madre del niño, lo atarantó todito. Solo le dijo vente a México lo más pronto que puedas. ¿el niño está bien? preguntó con los labios resecos. De eso hablamos cuando llegues, fue la respuesta. Por la tarde entraba al hospital precipitadamente con pensamientos nebulosos. ¿por qué la mamá no le dio más detalles?. Al entrar a la habitación, miró al niño con su brazo conectado a una manguera qué bajaba de un frasco que contenía un líquido parduzco. El pediatra, el Dr. Ovidio Pedraza Chanfreau, lo miró serenamente y bondadoso. ¡ siéntese, dentro de lo delicado de la situación, su hijo ha mejorado, pero debemos tomar decisiones, que no debo hacerlo solo! Al oírlo clavó la mirada en los ojos de la madre y pudo leer claramente dos sentimientos: miedo, mucho miedo y esperanza . Regresa la vista al niño tendido en la cama, físicamente disminuido y sus grandes ojos negros perdidos. Miraba sin ver.
La madre acusaba los estragos físicos de las desveladas infinitas y el terrible estrés del miedo de perder a su hijo querido. Indudablemente la mujer necesitaba a más de esperanza, reposo físico, estaba al límite de sus fuerzas. El niño ha superado la amibiasis, empezó el doctor. Inició con la parte buena del problema, pensó el joven padre ¿ porqué me hicieron venir si todo está bien ? ¿ qué es lo que sigue, tan malo es ?. La cuestión es, continuó el pediatra, que a tres meses de no tomar alimentos por la vía oral, su estómago se niega a tolerar la leche materna. Tampoco acepta las leches en polvo de origen animal. Hemos intentado con todas las que hay en el mercado nacional, y no avanzamos. No podemos retirarle la solución intravenosa, porque sería privado de la vida. Es lo que lo sostiene.
El padre desconsolado escuchaba atento al doctor. ¿ Qué puede hacerse ? balbucea sin fuerzas, casi derrotado. Nos queda la esperanza de las leche vegetales, respondió el médico. Tenemos tres días, para intentarlo. No se preocupe, alguna le ayudará. ¿ y si no ? soltó la pregunta menos deseada. Esperemos que sí, fue la respuesta. Había que tomar decisiones rápidas. La madre necesitaba urgentemente descansar. No solo cuidaba a su hijo menor, también lidiaba con la hija mayor de tres años. El padre se queda al frente del cuidado de los dos hijos y le pide a la mamá que se vaya a casa a dormir , a descansar y comer como se es debido. No fue sencillo convencerla quería dormir ahí , no separarse de su cría, pero así no descansaría y seguramente de continuar con ese ritmo de tensión, pronto colapsaría. El doctor fue determinante con su intervención, explicando las razones que sustentaban la necesidad de escuchar: se vendrían tiempos difíciles si la solución esperada para el bebé, no llegaba pronto . Convenía descansar por turnos. Finalmente atiende la petición y se retira a su casa a reposar.
El doctor escribe unos garabatos , señalando un listado de tres marcas de leche vegetal que deben comprarse. Iniciarían probando la más pesada , concluyendo con la mas ligera. Con la niña en brazos , el padre abandona la habitación dejando al paciente al cuidado de la enfermera. Pronto regresa con tres botes de leche. Rápidamente el doctor ordena le preparen la primera dosis, pequeña, muy pequeña. De pronto el niño empieza a mover la cabeza de un lado a otro sin control alguno. La mirada ausente. Asustado el papá corre y amorosamente le habla ¡ hijo, hijo ! Al tiempo que con ambas manos detiene el vaivén de la cabeza, luego temeroso de que vuelva a repetirse el doloroso fenómeno, retira las manos del rostro del menor. Se queda quieto. El hombre respira apaciguado. Ahora a esperar la reacción ante el primer intento de alimentarlo. Vomitó el líquido. Una esperanza rota. Preparen la siguiente leche y esperen quince minutos. Así lo hizo la enfermera. Toma los diez mililitros de la copa de leche. Espera silenciosa, pesada. Pasan los segundos, y no vomita.
Todos en la habitación se miran triunfantes. El doctor sigue con su rostro de escepticismo.¡ Tenía razón ! ¡ malhaya mi suerte ! se dice el progenitor cuando su criatura expulsa la leche. ¡ Solo nos queda una esperanza, piensa apesadumbrado ! Esperemos media hora antes de intentarlo nuevamente con el último bote. ¡ el último bote ! ¡ la última oportunidad de vida de su pequeño ! .Suena el teléfono de la habitación, es la madre preguntando por su hijo. Se supone que deberías estar dormida, refunfuña el esposo como un recurso para evitar decirle que las cosas no van bien. Como queriendo evitar la pregunta materna ¿ como está el niño ? ¿ ya pudo beber leche ? , ¡ imposible que no sucediera! ¡ y sucedió ! ¿ ya tomó su leche? . ¿ qué decirle, qué responderle ? Todavía no se la dan , en diez minutos inician. No se le ocurrió otra respuesta más piadosa. Trata de dormir. No puedo, voy para allá. Espera, no vengas, quédate en casa. Sabía que esas peticiones eran retóricas. Nada detendría a la madre. ¡ que cosa más difícil ! ¿ y si no funcionaba ? ¿ que hacer ante la reacción materna ? En un instante la vida se había vuelto un terremoto infernal. Todo giraba en desorden. Nada estaba donde debía estar. ¿ que carajos había pasado ?. El doctor no parecía perder confianza.
Eso amainaba el temporal de emociones que se revolvían adentro , apenas controladas, eran una constante amenaza de una erupción latente. Ya todos , los que deberían, y no , estaban en la habitación. La enfermera había terminado de preparar el brebaje esperanzador. El doctor indicaba que había que darle la leche como mojando los labios y hacer pausas de segundos antes de volver a llevarle la leche a los labios. Los padres atentos . La enfermera muy profesional. Acerca la copa a la boca del niño, y como descuidadamente derrame un poco de líquido en los labios del enfermo, este, incapaz de controlar su avidez, saca la lengua entre rosada, y ceniza, y trapea con ella sus labios dejándolos rápidamente huérfanos del líquido lácteo. Lo que siguió fue la tortura más cruel para los padres. Esperar…esperar. Pasado un minuto se repite el procedimiento. La tensión paterna empieza a decrecer. El enfermo pinta para salir de la crisis. Esa tarde las cosas continuaron bien. Así pasó en los siguientes dos días. La reacción del enfermo generó confianza. La madre había dormido. Se había alimentado, se veía mejor. Más vital. Más optimista. ¡ Feliz. Muy feliz ! .
Había que regresar a Tamaulipas, y así fue. Cada día telefónicamente , los padres se comunicaban. El niño recuperaba peso . Ya no tenía esos movimientos de cabeza, sin control , como negando algo. La crisis superada permitía concentrarse en el trabajo.
Temprano por la mañana, los alemanes y el mexicano salían de la cabecera municipal, en un safari volkswagen, propiedad del Centro de Estudios agrarios, con rumbo a las comunidades donde vivían los actuales propietarios de las tierras de riego, que fueron expropiadas a los empresarios agrícolas, y entregadas a personas que desconocían el trabajo del campo. La mayoría , miembros del sindicato petrolero. Antes de la expropiación los campos en abundancia producían soya, cártamo y trigo. Ahora la producción había descendido a cifras escandalosas en una zona de riego, que en su momento fue considerado por el gobierno francés., como la mejor infraestructura hidráulica de América Latina. Los propietarios afectados por la expropiación compraron tierras, las nivelaron , aprovecharon el agua del río Guayalejo y empezaron a producir enormes cantidades de melón, cebolla, tomate, y toda la cosecha viajaba al país del norte. Un viaje corto considerando que el estado de Tamaulipas es frontera con Texas. El estudio pretendía conocer las causas del declive en la producción, y ofrecer alternativas de solución.