Opinion

SERAPIO

By Despertar de la Costa

July 16, 2025

Jorge Luis Reyes López

El lunes, después de desayunar, el jefe de familia se vistió rápidamente. No estaba cómodo usando botas; prefería los huaraches. Las cosas en el pueblo llevaban rato calentándose. Los hacendados estaban cabreados con los campesinos, que estaban dale y dale con la idea de que se creara el ejido, quitándoles tierra a ellos. Esa mañana prefirió las botas sobre los huaraches, porque si algo pasaba y tenía que jalar para el monte, le resultarían más útiles. De la tirinche que cuelga de una pita amarrada al morillo sacó la pistola, con todo y funda. Había dos cargadores abastecidos con nueve balas cada uno. Con natural habilidad, metió un cargador. Sosteniendo el arma con la mano derecha, usó el pulgar para bajarle el seguro. Rápidamente, con la mano izquierda, jaló el cerrojo, repitiendo los movimientos lo más veloz que podía, mientras las balas subían a la recámara y alegres saltaban graciosamente al vacío, para luego chocar con un sonido sordo en el suelo seco y duro. Repitió la operación con el segundo cargador. Satisfecho con el comportamiento del arma, recogió las balas y las regresó a los cargadores. Metió uno en la súper, le subió el tiro y le puso el seguro. Guardó en la funda la pistola, de la que salía del costado un pasador plano y ancho que servía como gancho. Lo insertó en el cinturón del pantalón. Se aseguró de que no hiciera bulto, tapándolo con la camisa que traía sin fajar.

Hay cosas que no deberían pasar; sin embargo, pasan. Él, bien que lo sabía. No tiene ninguna mala idea en la cabeza. Dios lo sabe. De lo que está seguro es de que no todos lo saben. No debería suceder nada turbio. Solo se trata de saber cuántos somos. ¿Por qué se crispan tanto los encargados de las haciendas? Es el mes patrio, septiembre; todos merecemos vivir en paz y prosperidad. Este mes, una vez, fue muy violento en la vida de los mexicanos. Ni de chiste quiero imaginar que el diablo se atraviese hoy.

El número me gusta. Hoy es día 20 del mes. El siete es otro de mis números preferidos. Este año termina en 7: 1937. Mejor me sereno. Todo saldrá bien. Solo se trata de saber cuántos somos.

Con ese pensamiento abandonó la casa. La camisa de mezclilla le cubría el bulto de la pistola, fajada en el lado derecho de la cadera. Sabía que tenía que estar en la entrada, cerca de la puerta, con la espalda protegida por la gruesa pared de adobe. Deliberadamente llegó tarde. Solo le interesaba saber cuántos eran los habitantes del pueblo y cuántos jefes de familia estarían dispuestos a continuar con el propósito de que se creara el ejido. Los hacendados no jugaban. Algunos compañeros habían sido asesinados. Caminaba a buen paso. Disimuladamente, procuraba mirar a todos lados. Se paraba de repente y miraba hacia atrás. No quería sorpresas.

Justo cuando iba entrando al lugar de la reunión, escuchó claramente la voz del ingeniero Rubén Estrada M., diciendo: “Son 360 los habitantes del Zihuatanejo; 60 son jefes de familia.” Los asistentes gritaron jubilosos. Algunos sombreros fueron lanzados al aire.

No debe pasar nada, ¿por qué tendría que suceder? Ahora estaba inquieto. Peligrosamente inquieto. Con la mano derecha buscó la pistola en la cadera. La palpó. Pulsó la cacha. Discretamente salió del lugar antes que cualquier otro. Caminaba rápido en busca de su casa. El regreso le resultó más demandante. Abrió la puerta y entró. Sintió que le quitaban peso de encima. Se sentó a horcajadas en la hamaca. Pronto lo invadió la tranquilidad. Se quedó dormido.

Ya había pasado un año de aquel censo que lo había alterado emocionalmente, solo por su pensamiento equivocado. Aquella ocasión era día lunes. Hoy es miércoles. El año pasado la reunión fue en la comisaría municipal. Ahora será en la primaria rural. El veinte es múltiplo del cinco. Si hoy es cinco, entonces los números están alineados para que todo salga bien. Los números nones me gustan, me apaciguan.

1938 es, al final de cuentas, un número impar cuando lo reduzco. Mentalmente, el campesino hace cuentas: 1 + 9 + 3 + 8 = 21; 2 + 1 = 3. ¡Número non! Todo saldrá mejor que el año pasado.

De cualquier manera, nada pierdo llevándome la pistola. Aunque citaron a las diez, llegaré antes. Con la fusca fajada, camina sereno, seguro, casi feliz.

Al entrar a la escuela, lo recibe el anfitrión, el profesor Miguel Barrios Espinoza, que también estaba encargado de la zona escolar. Habituado a distinguir a los hombres armados, el campesino notó rápidamente que el profe traía pistola. El docente tenía fama de atrabancado. No reculaba. Es bueno tenerlo de este lado, porque ahora aquí están los hacendados. También los colindantes con el nuevo ejido. Hoy se elaborará el acta de posesión del polígono definitivo que entregarán a los ejidatarios. El representante del Departamento Agrario sigue siendo el mismo. Aquí están los primeros integrantes del comisariado ejidal.

Acompañando al funcionario federal, al frente está el comisario municipal, Baltazar M. Castro Villalpando. ¿Qué fregados puede pasar? Uno nunca sabe.

Estoy sudando, pero no hace calor. Ese amigo no me quita la vista de encima. No lo conozco. Tiene la cara mal encachada. Me empieza a incomodar. Me le voy a poner al pie; sirve que veo si trae con qué.

Con los ojos fijos en el forastero, avanza decidido. Lo saluda con una falsa sonrisa. Pronto se percata de que el intruso está armado. Instintivamente toca la pistola, fingiendo un movimiento natural de la mano. Se recarga en la pared, a un costado del sospechoso. Fue buena la decisión de llegar temprano. Así podrá ver a quienes van llegando.

Entra otro desconocido. Dirige una sutil mirada al primer forastero. Este parece corresponderle. Ahora la incomodidad se tornó en desasosiego.

¡Llegaron otros dos! Esto está de la jodida. Cauteloso, se acerca al profesor. Si todo acabara en una encerrona, necesito avisarle al maestro y ponernos de acuerdo en cómo nos vamos a repartir a los fuereños.

Sí todo pintaba bien, los números también cuadraron para que todo estuviera en paz… ¿Qué sucederá entonces?

Antes de llegar a su destino alcanzó a ver que intercambiaban palabras los empistolados.

Ve nomás en lo que acabó mi vida. —Profe, permítame. Tenemos a cuatro matones armados. Usted y yo traemos armas. ¿Cómo nos los repartimos? Necesitamos ganarles la delantera.

Sonriendo, el maestro responde: —No te preocupes, son soldados de civiles que mandó el presidente.

¡Ya decía yo que nada podía pasar!