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Serapio

José Luis Reyes López

El hombre entró corriendo por el lado Oriente del pueblo . Sudaba. En el hombro Izquierdo colgaba una tanana que se balanceaba Rítmicamente, No parecía llevar mucho peso. Caminando entre las palmeras de coco , Lapo recolectaba hierbas para sus remedios. Cuándo miró pasar al corredor, le extrañó que llevara la cabeza libre de sombrero. No era muy usual que los varones costeños no usaran sombrero. No al menos en el año. Siguió urgando. El afilado machete cortó unas breves ramas de pablillo. Les servirían para curar nacidos. Con cuidado cortó otras ramas cuyas hojas parecían lanzas, Las usaría en caso de que alguien fuera quemado por arlomo y las necesitara. Sabía que esa figura delgada color naranja que se reproduce en la  copa de las plantas y que parece fideo naranja , También ayudaría a combatir el arlomo. Caminaba despacio mirando en todas las direcciones. Se arrodilló ante unas matas de susucua. Fue entonces cuando oyó el sonido explosivo de lo que consideró disparos de arma de fuego. Todo arisco se paró. Entendió que ese ruido estaba asociado al intruso que pasó corriendo en dirección al pueblo. Ya no tenía sosiego. No tenía ánimo de continuar su tarea. Al poco tiempo del sonar de los balazos, Lapo divisó la figura del fuereño que regresaba como entró, corriendo. Decidido tomó el camino de regreso a casa. En las huertas que colindan con el caserío, se oía alboroto, llantos y hombres gritando. Yo lo vi, se fue por allá corriendo, decía una anciana. No, no se fue en dirección al arroyo. Las versiones de las rutas del corredor que Vio Lapo, se multiplicaban. Ahora las diferentes versiones sobre el desconocido se multiplicaban. Hablaban de su aspecto físico.

Del color de su ropa. Todas las interpretaciones coincidían en una sola cosa: el hombre llevaba puesto un sombrero blanco. Lapo se rascó la cabeza, y bajando la mano por la nuca, de refilón se sacudió la oreja.¿ Estaré ciego ? se preguntó. El forastero que vi llevaba la cabeza descubierta. No le vi mi sombrero. Continuó caminando. Vió en el suelo una mujer tirada. Había sangre. No parecía que la agresión fuera mortal. El rostro ensangrentado. Por alguna razón ningún disparo la puso en peligro de muerte. Eso sí, concluyó el abuelo, esta mujer tendrá que acostumbrarse a mirar con un solo ojo. Cuando los curiosos morbosos se dieron cuenta que no habría velorio, se dispersaron simultáneamente, como si una voz silenciosa se los hubiera ordenado. Hacía más de un mes que había acontecido aquel desdichado episodio. La mujer ahora traía una venda que le cubría la mitad del rostro, cubriéndole el ojo derecho. La mujer vivía a la orilla del pueblo. Ella y su familia había hacía menos de un año. Era hija única de ese matrimonio, joven aún. Sus carnes blancas y su fina cara, la exhibían como una mujer ajena a las costas guerrerenses. Al mirar su ojo Izquierdo, Lapo no descubría asomos de miedo o de tristeza. Se veía asegura,resuelta, atrevida, corajuda. Era una Mujer bonita.

Esa venda cubriéndole el medio rostro,le daba un aire enigmático, como si en él trajera imanes. No parecía infeliz. Su cuerpo era de línea finas,elegantes. Ver la asi, le resultaba difícil de entender quién y por qué osaría criatura alguna querer lastimarla. A veces cuando pasaba frente a la casa donde vivían gracia, Lapo miraba con curiosidad la vivienda de Adobe y techo de palma. El corral era un patio de buen tamaño. La mediagua estaba alejada de la calle, a diferencia de la mayoría de las casas del pueblo, que tenían sus mediaguas al servicio de los caminantes. Meses después seguían misterio entorno al agresor. La familia del agraviada nada decían. La joven mujer se quitó la venda que le cubrí el ojo derecho. En su lugar traía un parche rosa adherido. Ahora sus cejas se veían hermosas. Parecía las salas extendidas de un águila. Rectas y descendentes. Pelos cortos de un negro intenso. Era un contraste armonioso de colores con la piel blanca de su rostro. Hermosa sin duda. A Lappo  le hubiera gustado mirarla sonreir Ni una sola vez había tenido la fortuna de ver sus labios abiertos, que permitieran ver unos dientes perfectos, producto de la imaginación del abuelo. Se los imaginaba blancos, perfectos, atrás de unos labios carnosos Adornados por una barbilla con un coqueto hoyuelo. La appo creía que un rostro así,al sonreír, sería un regalo celestial. Cerró los ojos y la vio con dos hendiduras ,una en cada mejilla. De tajo cortó sus pensamientos. No le gustó la recurrencia de su imaginación. Tuvo conciencia de que no era la primera vez que pensaba en ella. No sabía explicar por qué. Haciendo su ronda por calles y callejones,Serapio al doblar una esquina casi choca con la Mujer bonita. Se quedó parado. Parecía que sus pies permanecían clavados al suelo.

No podía ni siquiera moverse. Miró a la mujer brevemente. No fue capaz de sostenerle la mirada. Un ojo, un solo  ojo era suficiente para abarcar con su  mirada a todo el pueblo. Por lo menos así lo creyó Lapo. La mujer tampoco se movía. Solo lo miraba. Francamente el viejo estaba incómodo. No sabía qué decir. ¿ Serapio  ? , preguntó la dama. El interrogado solamente pudo hacer un movimiento de asentimiento con la cabeza. Entonces el milagro ocurrió: ¡ la mujer sonrió !. Nerviosamente el abuelo llevó las manos a la cabeza intentando acomodarse el sombrero. Con voz débil pregunto ¿ Cómo sabes mi nombre ?. Al instante se repintió. Se dijo que era una pregunta torpe. Siendo curandero y sobador en un pueblo tan chico ¿ Cómo no sabría su nombre?. Eso no importa serapio. Date una vuelta mañana a mi casa a la hora de la comida. Seguro, sí, ahí estaré . Otra sonrisa.¡ Doble fortuna !. Cada uno siguió su camino. En la noche, meciendose en la hamaca, Serapio fumaba pensando en el mañana. Se consideraba una afortunado. La vió sonreír dos veces. Cláramente él era mayor que esa criatura. No pensaba en algo parecido a una relación sentimental. Solo que…., bueno,  mañana será mañana. Se durmió. Temprano como de costumbre inició su día. Pretendió estar ocupado, concentrado en sus tareas herbolarias. Solo atendió a un niño que sobó de empacho.

Pronto cerró la puerta de su casa y se fue a bañar a jicarazos. Ya tenía las brasas y en ella la plancha de fierro con la que arreglaría su ropa. Rasurado, con ese bigote hitleriano, se miró en el espejo que colgaba en una de las costeras de la pared de la casa, y este le devolvió una imagen que lo dejó satisfecho. Salió caminando, buscando la sombra de las mediaguas, no quería llegar sudado. Había tenido la prudencia de ponerse limón en las axilas para evitar mal olor cada vez que alzara los brazos. Uno nunca sabe. Al llegar frente a la casa su fortuna la esperaba sentada en una mecedora en la mediagua. Se levantó. Con suave ademán de manos lo invitó a pasar. Lapo entró y fue acompañado al comedor. Adentro los padres de la mujer lo esperaban. Después de comer los padres se retiraron. Los dejaron solos. ¿ Te gustó la comida  Serapió ? Si. Mucho, respondió el abuelo con el cuerpo escondido. ¿ Te gusta el pueblo Lapo ?. ¡ Lapo ! ¡ dijo Lapo ! sonó dulce su voz, cálida. Reconfortante.  Prometedora. Íntima.¿ Cómo no querer un lugar como  Zihuatanejo ? musito el abuelo. Ahora vendría una conversación abierta, de confianza mutua. De más cercanía.

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