Jorge Luis Reyes López
¡Rubén, Rubén!, gritaba Enriqueta, la madre del muchacho que no se apresuraba al llamado materno. Corría el año de 1959. La calle terregosa tenía pocas familias habitándola. Don Jesús Valdeolivar y Doña Esperanza Campos, compartían territorio con Gregorio Amaro y Celia Maciel. Evarista y su padre Valente eran vecinos amistosos. En esa calle tenían su hogar Víctor Reyes y Ramona López. Enriqueta tenía tres higos: Petra, Griselda y Rubén, todos residían en la calle que hoy se llama Ignacio Manuel Altamirano. Ha pasado tanto tiempo, es posible que la memoria no sea confiable. Rubén creció como la mayoría de los niños y no tan niños del Puerto de Zihuatanejo. La naturaleza no sufría tantas transformaciones, de manera tal que ofrecía una variada oportunidad de divertirse sin dañarla, pero si disfrutarla. El muchacho salió inquieto y no le resultaba fácil a la madre controlarlo. Antes de vivir en Zihuatanejo, Rubén estuvo en Agua de Correa. Sus ancestros venían de Chutla. Los años pasaron y Rubén creció. No recuerdo quien tuvo la ocurrencia de llamarlo Hígado. Desde entonces el mote se apodero del nombre, y lo avasalló. El Hígado era parte de las leyendas urbanas de Zihuatanejo.
Unas veces metido de lleno en los carnavales locales. Otras veces dialogando alegre con el músico cubano Celio González, disfrutando la imagen tomada por un periódico local donde aparecen sonrientes ambos. Jugó futbol en el viejo equipo Independiente, el amor del Doctor Armando Morales Vallejo, que era el patrocinador. Disfrutaba el beisbol a su manera. Espectador constante y empecinado jugador de las quinielas. El Hígado vivió muchas vidas. Conoció la responsabilidad de trabajar en la dirección de Reglamento Municipal; no desconocía el sazón de la comida marina, cocinando con creatividad. Trota calles permanentes, primero sin auxilio, y después acompañado de un bastón. Si bien el sobrenombre sigo sin recordar quien se lo obsequió, la causa si es obvia: El color de su piel lo explica.
Este domingo 23 de febrero, El Hígado, a sus casi ochenta dos años reposaba en su féretro. Su muerte evocó y convocó a amigos y conocidos. Los barrios de La Noria, del Centro y del Huizache donde pasó su adolescencia, estuvieron presentes. Paradojas de la vida, amigos con más de treinta años de no verse, se reencontraron frente a su cuerpo. Andrés García Fraire, acompañado de su esposa María del Consuelo Torres Aguilar, viajaron casi doce horas por carretera para despedirse del amigo.
Andrés como El Hígado, es más conocido por el sobrenombre de Carta blanca. Uno de casi ochenta y dos años y el otro de ochenta y uno. Viejos amigos de parranda y de afición por el deporte. En el velorio del Hígado flotaban las anécdotas. Deportistas más jóvenes miraban con curiosidad y respeto al Carta blanca el amigo cercano al Hígado.
El Hígado se llevó un estilo de hacer crónica oral. Si bien no nació en Zihuatanejo, finalmente creció y murió en su querida ciudad. Juglar y trovador moderno, cada ocasión la convertía en un anecdotario ambulante. Zihuatanejo se quedó huérfano de contadores de su pasado. Se fue la última memoria popular. Este hombre perteneció a dos siglos. Vivió el pasado humilde, tranquilo, relajante del viejo Zihuatanejo. Pulsó la evolución social de pueblo a ciudad. Fue testigo del ritmo demencial que se incrustó en el crecimiento demográfico del conocido polo de desarrollo turístico. Vivió el auge y la debacle del beisbol. Compartió cancha de futbol con las vacas sagradas de uno de los deportes más populares en Zihuatanejo.
No está ya tampoco Silvino Pineda Bailón, El Negro Bailón, otro grande en la conservación y difusión oral de la historia de nuestra ciudad. Zihuatanejo no ha sabido aprovechar en beneficio de las generaciones jóvenes y de las futuras, el valor intrínseco que tienen estos cronistas de banqueta, para la memoria colectiva de la ciudad.
“Los amigos así, como tú, como yo, de toda la vida, pocas veces se ven como tú, como yo, y nunca se olvidan. Hoy regreso hasta aquí y sin querer me cruzo contigo, me da gusto decirlo, en esta tierra vive un amigo. Tu ya sabes que si, que en ti y en mi hay un parecido. Aunque a veces por ir y venir por ahí no somos los mismos. Los amigos así, que no se ven quizá muy seguido, cuando nos encontramos lo festejamos. Vente conmigo. Nuestra vida es así, viajar, cantar, es nuestro destino. A veces llorar, a veces reír, seguir el camino. Nuestra vida es así, ganar, perder. Es siempre lo mismo y al final los amigos no se olvidan de sus amigos…” La letra de la canción interpretada por José Luís Rodríguez El Puma, suena anacrónica. El valor de la amistad parece diluido en estos tiempos. Los supervivientes de aquellos tiempos nunca se olvidan de los amigos. Ayer El Hígado y Andrés se despidieron.
Rubén tomó como residencia final el lugar donde la vida le dio la bienvenida. Su cuerpo reposa en Agua de Correa. Andrés regresa hoy a su patria chica. Lo hace acompañado de su esposa, hija y nieto. Lo espera una familia numerosa con la que pretende continuar su ritual anual, de visitar la ciudad donde creció y murió El Hígado. El Carta blanca cumplió cabalmente con el amigo. “…Ganar, perder. Es siempre lo mismo, y al final los amigos no se olvidan de sus amigos”.
Ningún humano ha regresado de la muerte para que nos platique como es. La fantástica imaginación se permite extravíos. Los míos fantasean con El Hígado caminando por las calles de la ciudad. No siempre con bastón. No siempre mayor. Lejos, muy lejos estaba su madre de imaginar que al chamaco que le gritaba por su nombre, terminara construyendo un universo gigante con el sobrenombre de Hígado. No lo imagino descansando, reposando. Si lo veo haciendo la tarea de mantener vivas las historias del viejo Zihuatanejo, apoyándose en la tradición oral. Se fue el ultimo de su especie. Se han extinguido. ¡Salud por El Hígado!