JORGE LUIS REYES LOPEZ
Son tantos los años, que han pasado, y sin embargo los recuerdos permanecen. No era muy temprano, tampoco tarde. El modesto edificio de dos plantas, albergaba la presidencia municipal de Zihuatanejo. A su lado, separado dos cuartos de concreto. En uno, claramente más grande, estaba la oficina de la comandancia de la policía municipal. El otro cuarto oscuro, caliente y más reducido, servía como cárcel. Había pasado al olvido La Paloma, Primer centro de detención construido exprofeso para retener a transgresores del buen vivir. Un cuarto de concreto, montado sobre una base de piedra. Las paredes blancas, eran la causa del nombre de La Paloma. La construcción estaba en medio de Las Salinas, contrastando con la nueva bartolina, asentada en la playa municipal, lo mismo que el recinto del gobierno local.
No era una mañana ajetreada, se veía y se sentía el ambiente relajado. Poca gente entrando o saliendo de las oficinas públicas. Día fresco. El tramo de playa que tiene en los extremos al palacio municipal y al palacio federal, era una zona codiciada para reunirse a conversar. Aquella mañana, parecía una mañana, como otras más en la apacible vida de un Zihuatanejo amodorrado, queriendo despertar. Al puerto le sobraba paz. Cuatro jóvenes platicando sosegadamente, sentados frente a la casa Arcadia, veían la superficie marina de la bahía. Los pelicanos volando al ras del mar buscando presas, despertaban comentarios jocosos cuando su vuelo horizontal, en instantes se tornaba en una picada súbita, zambulléndose en el agua de la que emergían con alguna sardina, o quizá algún ojotón, engulléndolo como atragantándose. Mientras los muchachos soltaban cualquier tipo de comentario, a sus espaldas un visitante moreno se dirigía a ellos. Vestía un pantalón gris, ancho. Una camisa roja de mangas largas.
En la mano izquierda una bolsa de papel estraza. A simple vista, la bolsa parecía resistente. Sostenía con la mano derecha un cigarrillo sin encender. Se veía sereno, sin angustia. Así llegó y saludo a los camaradas. Se sentó y se sumo al grupo. El parloteo seguía. Las risas eran acompañadas por movimientos corporales. Focalizaban la atención en el recién llegado, poco a poco los rostros dejaron de expresar alegría, para dar paso a miradas intrigantes. Ninguno se notaba angustiado o nervioso, pero claramente reflejaban incomodidad. Pasados algunos minutos el recién llegado se levantó y caminó en dirección a la playa de La Madera. Los cuatro guardaron silencio un momento. Mientras el hombre de camisa roja se alejaba los chicos se veían entre si desconcertados. Así los encontró Serapio, extrañamente abstraídos, ellos, ordinariamente ocurrentes y jocosos, alertó a Lapo, pensando que algo no andaba bien. Respetándolos y sin deseos de escudriñarlos se sienta en silencio, después de saludarlos. Su presencia desató expresiones contenidas y encontradas. La figura de la camisa roja ya no se veía, había desaparecido después de subir el montículo que esta en la desembocadura del estero en el mar.
El grupo sentado, de vez en vez miran en dirección de la playa de La Madera. Uno de ellos exclama: Allá se ve, por el lado del Chololo. Todos buscan y encuentran los colores gris y rojo que lleva puesto el caminante que los abandonó. Entre las rocas que dan a pequeños acantilados, se ve la figura de colores moverse lentamente con dificultad. Se detiene. Parece estar sentado. A su espalda se ven algunos árboles, ¿será verdad? Pregunta uno. Otro responde un ¡No lo creo!. Uno nunca sabe opina un tercero. Lapo escucha, pero no habla. Ahora la conversación se vuelve frontal. Alguien le habla con claridad a Serapio y le explica lo que esta sucediendo. Nuestro amigo, el de la camisa roja, se despidió de nosotros. Nos dijo que se quitará la vida. Nos mostró una reata que trae en la bolsa. No queremos creerle, pero ¿Y si fuera verdad? No lo pudimos convencer para que se quedara a nuestro lado. Que olvidara tales pensamientos. ¿Qué hacemos? No nos dijo lo que le pasa. Todos estaban concentrados en la conversación. Nadie miraba hacia los acantilados. Poco a poco el grupo se agitaba. Había periodos de silencio uno de ellos normalmente ocurrente y de buen humor quedó callado, otro se veía nervioso y ansioso, uno más parecía más sosegado, solo lo parecía. Los minutos pasaban mientras la desesperación colectiva llegaba al clímax. ¡Tiene mucho rato ahí, no se mueve!, seguramente esta pensando. ¡Ojalá que solo nos haya bromeado! Puede ser, es muy dado a jugar bromas.
Pero se le veía y oía diferente ahora. Las frases a veces, se escuchaban simultaneas era mucha la tensión. Lapo propone ir a buscarlo y saber que pasa. Uno de los jóvenes tiene un negocio de renta de deslizadores con vela. Lapo le pide prestado uno para transportarse a la playa de La Madera y les dice que, si descubre algo anormal, se quitara la playera y la agitara en señal de auxilio. Les recomienda que avisen a las autoridades municipales. Lapo se encamina a la playa y empuja el deslizador al agua. El joven más nervioso le grita que lo espera, que lo va acompañar. Ligero, movido por el viento y manipulando la vela, enfilan con rumbo a la playa de la madera. La distancia disminuye. El abuelo esta atento a la figura del pantalón gris y de la camisa roja, que resulta claramente más visible. Mira el pantalón como si fuera redondo, moviéndose lentamente en la dirección del viento. Se quita la playera y la agita. Ha llegado al final de la playa. Rápidamente se enfunda la prenda que se quitó y se tira al agua nadando en dirección a la arena. ¡Espérame! Grita el acompañante siguiendo el camino de Lapo, que saliendo del agua inicia una carrera en dirección a los acantilados.
En el camino uno de los moradores del lugar detiene al abuelo y le pregunta ¿Qué pasa? La respuesta, breve y contundente lo sacude y decide sumarse hasta para llegar al lugar fatal. La vereda esta empinada. Las rocas pueden cortar los pies descalzos del trio. Lapo a la cabeza se acerca, mirando con claridad el cuerpo colgado de una rama retorcida de un árbol rojo, conocido como jiote. Con cuidado trepa hasta llegar a la rama. Abajo los dos compañeros conmocionados por la tragedia, se aprestan a recibir el cuerpo, una vez que Lapo lo desate y con cuidado controle el descenso hasta los cuatro brazos que lo esperan. Una cajetilla de cigarros amarrada con una hebra del mecate, es retirada antes de continuar con la dolorosa tarea de hacer llegar al juvenil varón a tierra firme. Abierta la cajetilla, nada hay adentro. Lapo se la guarda. Con cuidado, por lo vidrioso del árbol, y por la desconfianza a la resistencia de la rama, empieza el descenso cauteloso, respetuoso. Mortificados, nerviosos, con semblante triste los varones al pie del árbol, hacen lo mejor que esta en sus manos para recibir el cuerpo inerte.
Lapo se retira del lugar trágico, dejando al aire pensamientos que buscan encontrar respuestas a la razón de ser de la naturaleza humana.