JORGE LUIS REYES LOPEZ
El burro se desplaza con lentitud. Aunque el suelo es parejo, los dos morillos que arrastra, por su peso, le dificultan el andar. El juste es fuerte. Está bien cinchado. La tarria ayuda a que en bajada no se recorra hacia adelante. En el suelo los morillos van dejando un rastro claro. El dueño del animal y de la madera, hace sus particulares cálculos. Son ya, veinte tirantes, suficientes para cubrir el vaso de la casa. Tiene los horcones para sostener también, las dos alas de la casa. Serán dos mediaguas altas, frescas, donde podrá salir a descansar, o dar alojamiento gratuito a los arrieros. Esa será, piensa, la mediagua principal, la que dará a la calle. La otra, tendrá más intimidad. Albergará la cocina. Visualiza una chimenea grande. Hecha de barro rojo, con cuatro fogones, dos grandes y dos regulares.
En los fogones grandes estará el comal, el otro lo utilizará para preparar la comida en una gran cazuela, cada vez que haya necesidad de alimentar a invitados. En los fogones restantes se preparará la comida diaria, que pudieran consumir un matrimonio sin hijos aún. Por supuesto que el metate para moler el nixtamal tendrá una base de buena altura, para evitarle dolores de espalda a la esposa. El zarcero con capacidad para albergar todos los trastes: cazuelas de barro de diferentes tamaños; ollas para hervir frijoles, arroz o cualquier caldo. Los vasos y pocillos de barro o de peltre; cucharas de madera para guisar, para servir, porque la mejor cuchara para acompañar al plato, le parecía que nada superaba a la cuchara hecha con la tortilla. Ahí mismo estaría el comedor de madera de granadillo. Colgado de los morillos, con mecahilo resistente, colgarán trozos de costalilla envolviendo los quesos, manteniéndolos así a salvo de los bichos. Esta mediagua, se dijo, dará al patio grande donde persogará los dos burros, el caballo y la mula.
El terreno tiene suficiente espacio para albergar el corral donde estarán las dos vacas a las que ordeñará, resolviendo así el consumo de leche, que hervida dejará una nata gruesa, gorda, suficiente para algunos tacos rociaditos con poquita sal o queso. También podrá tener requesón y jocoque. El patio grande tendrá lugar para colocar en cada esquina un sanitario de madera. Uno lo usarán las niñas, otro los niños. Desde luego que si, con la ayuda de Dios tendremos hijos. Los baños serán tres paredes de madera y una puerta. Ninguno tendrá techo, eso si, serán paredes altas para que nadie los vea. Cada sanitario tendrá un banco de madera con un hoyo al centro y abajo en el suelo un pozo como recipiente final, al que se le aventará un puñado de cal, cada vez que sea utilizado. En un lugar equidistante de los sanitarios colocará el baño. Será grande.
La puerta con una tranquita por dentro. El piso de arena gruesa del arroyo, revuelto con piedras bolonchas, chiquitas. Dos tablas anchas, montadas sobre cuatro paralitos con horquetas que soporten el peso de la tina grande, de peltre, donde estará el agua traída del arroyo para que a jicarazos se bañen. Las jícaras podrán ser de cirian, de bule o de coco. Dos clavos en las costeras para ganchar los estropajos. Al cabo que para el jabón de cachaza, sobra un lugar en la tabla a un lado de la tina.
El burro seguía su andar. Nada de los pensamientos de su dueño alteraban su sufrimiento. El hombre joven, quizá un treintañero. Trabajador, Soñador. Tiene el cuerpo macizo, resultado de las exigentes faenas del campo. La camisa como una segunda piel, se adhiere al cuerpo por el abundante sudor que transpira tanto por la caminata, como por el calor del verano tropical. Cerca está su destino. Un terreno grande, plano, con abundantes huizaches. El lugar donde pretende construir su hogar, está a la orilla del caserío del pueblo de Zihuatanejo. Es la frontera entre dos territorios: La zona habitada y las huertas de cocotero. Más allá de las huertas están las faldas de los cerros que rodean al puerto. Solo hay monte grueso, algunos renovales que evidencian su juventud después de haber renacido al superar la tala infame. Se nota la diferencia al mirar los viejos bosques que se conservan libres de la agresión humana. Algunas costillas de los cerros son usadas para sembrar maíz y ajonjolí.
Sandía, pepino y calabaza, son productos cosechados tradicionalmente durante la temporada de lluvias. Bestia y hombre están fatigados. Han llegado al lugar soñado. Por el momento solo hay una modesta ramada de palapa que sirve de vivienda. El burro y su carga están en el centro del terreno. Una vez liberado de los morillos, al burro le aflojan el cincho y mueven el juste hacia adelante y hacia atrás, para después seguir moviéndolo a los costados, derecha-izquierda, izquierda-derecha. No es bueno quitarle el juste y suadero a los animales de carga, cuando aún están calientes por el esfuerzo, todos ensopados por el sudor. Le dará un tiempo para que se enfrie antes de desensillarlo. Mientras le pondrá agua y le preparará un manojo de rastrojo de maíz. No solo el burro tiene agua, el varón necesita comer. Después se bañará. La modesta mesa de madera, de forma cuadrada, tiene al centro un bulto tapado con una servilleta de manta gruesa, bordada a mano con la figura de un pájaro colorido.
En la chiminea humeante, una olla tapada reposa en un fogón, a su lado una cazuela de barro tapada con una tabla labrada de bocote, ese macizo y pesado trozo, al que la polilla no puede horadar. Sentado ya, la mujer destapa el bulto, descubriendo una montaña amarilla brillante. Son los plátanos machos comunques, cocidos y luego machacados, para después pasarlos a la cazuela con manteca donde serán sazonados con poca sal. Le sirven en un plato hondo los plátanos. Los bañan con frijoles negros. Dejan a su decisión, servirse o no la salsa picante molida en el molcajete. Hay queso seco. Bastaron dos rasiones para saciar su estómago.
Cincuenta años después, la casa de la frontera entre el caserío y las huertas, es parte del centro de la ciudad. Ahora el hombre anciano ya, recorre las calles recordando la evolución de los lugares. Aquí en esta esquina Vivian las Landitas, cuyo apellido era Romero. Esa agua fresca de tamarindo tan sabrosa que vendían en su mediagua: al otro lado, en la contraesquina, la casa-tienda de don Salvador Espino, ahí se estableció la primera gasolinera de Zihuatanejo; allá están la tienda de ropa de Montenegro, cuyo verdadero nombre era Vicente Reyes, y cerca, muy cerca, la farmacia Cruz Roja, propiedad del Doctor Armando Morales Vallejo, a la que pasados los años, tuvieron que cambiarle el nombre, por aquello de la benemérita Cruz Roja Mexicana, para evitar confusiones innecesarias. Las esquinas, que misterio las envuelve que las hace apetecible para los negocios. En esta otra esquina, estaba la tienda de Griselda Núñez. El hombre se esfuerza por recordar los viejos lugares. Aquí, si aquí, vivió don Emeterio Pano.
El Don, era alto, delgado, trigueño, rapado de la cabeza. Rostro y voz suaves. Lo recuerdan, imaginándoselo como si hubiera sido un Monge tibetano. El caminante se detiene frente a una residencia. La mira de lado. Avanza despacio y regresa sobre sus pasos. Si, Si, estoy seguro. Ahí estaba la casa del Profesor Galáz; En aquel callejón, habitaba la Señora Carmela. Hacía gelatinas que ranchaban chamacos del pueblo; otra esquina, esta, habitada por el matrimonio formado por don Daniel Sotelo y Eduviges Rosas; en la misma calle vivía Imelda Villegas, ahora en su lugar se levanta el hotel Imelda. De regreso a su casa, cansado pero satisfecho de su ronda del recuerdo, se detiene en la banqueta repitiendo: Aquí vivió la mama Julia. Tenía su corral cercado con huesos de palapa. Algunas de sus plantas de algodón eran codiciadas por los mozalbetes que con alegría consumían los botones tiernos de la planta.
Otro día, otro día, dará una ronda más. Otra ronda del recuerdo.