Jorge Luis Reyes López
Serapio se pregunta ¿cómo llegó a Zihuatanejo ese camión carguero? Era un Studebaker, calculó que sería un modelo entre 1950 a 1956. El caso es que se le veía por el pueblo, lo mismo sucedía con el Dodge Fargo de redila. La transportación de mercancía a Zihuatanejo por tierra, era realizada por los arrieros. Serapio piensa con respeto y cariño en Rómulo Sosa, arriero, comerciante, contratista de peones para rosa o tumba de campos para sembradíos. Sal, Maíz, víveres en general y madera, era carga común para sus mulas. Rómulo era corpulento. Disfrutaba el tequila Viuda de Romero en el corredor de la tienda de Juan Ayvar Romero. Su botana preferida era el queso seco, acompañado de un chile serrano que poco a poco lo comía con enérgicas mordidas. En un paliacate rojo traía liado un rollo de billetes. Entre mulas y burras contaba catorce animales. Montado en su mula estaba rezagado. En el medio otro arriero ayudaba a guiar las bestias. Rómulo murió, seguramente ayudado por una decepción amorosa.
No resultaba cotidiano en el puerto de los años cincuenta, ver muchos vehículos. El propio Ayvar Romero tenía un Fargo Dodge, modelo 54. Ese camioncito Studebaker por ahí lo manejaba Natividad Blanco. Curiosamente en 1902 esa empresa incursionó en el mercado de autos eléctricos. Más de cien años antes de que el mundo de la industria automotriz popularizara los autos eléctricos como una alternativa para ayudar a proteger el medio ambiente. También circulaba por ahí un jeep Land Rover. Aurelio Valencia manejaba un Ford carguero.
Serapio Jugueteaba con los recuerdos de los medios de transporte, como si fueran rebanadas de un mismo pan, pero al mismo tiempo, cada pedazo tiene su propia historia. La vieja pista de aterrizaje ubicada a la orilla del poblado, recibía pocos pasajeros considerados turistas. El equipaje de los viajeros era transportado en burros. El tiempo siguió fluyendo, a veces dulce, otras acre. Eso sí, sin detenerse. Los burros con su equipaje podían llegar a las escasas hospederías del poblado. Maletas en lomos de cuadrúpedos, carretas tiradas por toros castrados, formaban un crisol imposible de revivir. Las veredas de pueblo se tornaron callejones, después en calles, algunas caprichosas en su forma. Zihuatanejo por esos años, no pidió, ni le dieron planeación urbana. Se vivía libremente. Hasta el año de 1970 Serapio no sentía obligaciones fiscales que lo agobiaran. Las relaciones de los habitantes con sus gobernantes eran respetuosa, coloquial. Los presidentes, municipales hacían su tarea por obligación. No existía la frase “Señor presidente”. Simplemente era un ¡Quiubo Eladio!. ¿Cómo estás Amado?, o un simple Buenos días Don Salvador. Por cierto, rememora Serapio al tallarse la cabeza, “Nunca ví manejando un auto a Salvador Espino, Jorge Bustos, su yerno, si conducía. después de 1970 Zihuatanejo aceleró su crecimiento urbano. Ver cuadrúpedos montados, transitando el pueblo, despertaba curiosidad, como la de aquel varón montado en un burro por la orilla de la playa Principal, con destino a la playa de La Ropa, lugar donde tenía su milpa. Una escena francamente anacrónica, ese burro canela, panza blanca, era, decían los antiguos, un burro que tenía un paso de buena andadura, digámoslo de otra manera, ese burro camina a buen paso y además de un ritmo sostenido. Serapio hurga entre su memoria. Se divierte cuando aparece la imagen de una auto jalado por una carreta. La novedad industrial se ancló en el vado del arroyo que estaba a la altura de una empresa actual que se dedica a la venta de papelería y actividades afines. La fuerza de las bestias salvó el ingenio automotriz. Eso resultó simpático a los ojos de los pobladores. No le pareció así al propietario del vehículo. El abuelo mezcla los recuerdos. Pasa de una escena a otra sin que necesariamente los pensamientos estén hilados. Ahora se estaciona en el año de 1938. A sus manos llegó un nombramiento dirigido a su hija. “Señorita Ramona López. Presente. La H. Junta Patriótica de este lugar que tengo el honor de presidirla, ha tenido a bien nombrar a usted MADRINA de la competencia de GLOTONES que se verificará en parte pública de la plazuela principal a las 11:30 del día 16 del actual, con motivo de las Mexicanas Fiestas Patrias. Zihuatanejo, Gro. Sep. 14 de 1938. Por la H. Junta Patriótica. El PRESIDENTE. Salvador Espino (firma)”. Que lisura de gente. El padre soy yo. ¿Qué tal si no le doy permiso? La chamaca no se manda sola. Humm… Eso fue hace muchos ayeres. Zihuatanejo era un pueblo más del municipio de la Unión. ¡Concurso de glotones! La plazuela atascada de gente. En diferentes mesas de madera, hay cazuelas de barro unas con carne de puerco, otras con aporreadillo. En chimineas improvisadas hay tres comales de barro haciendo tortillas a mano, esponjadas. En otras mesas hay frutas silvestres: Apocas tiernas, bonetes maduros, racimos de grangen con un encendido color naranja. También hay atutos y trompos; mabolos y zapotillos olorosos. En otros comales hacen gordas de harina gruesas, grandes y con poca sal. Adelante hay nejos y chicharrones. Esa masa de maíz que toma forma cuadrada, y envuelta en hojas de plátano, ya cocidos, resultan un buen sustituto de la tortilla. Los glotones ¿Qué comerán? ¿Cómo determinara la H. Junta Patriótica al vencedor? Ocurrencias. Solo eso. Ocurrencias. Es un reality show adelantado a su tiempo. Rascándose la barbilla, Lapo sigue gozando las imágenes. Ninguna mujer concursa, por aquello del ¿qué dirán? Los hombres están vestidos con pantalones de pachuco, ancho, abombado, con pinzas y angosto al llegar al tobillo; camisas manga corta de un solo color. Si la mayoría de los pantalones son blancos, en las camisas se ve una abundancia de colores. Eso si, no todos se fajan. Algunas las traen desbotonadas. La fila bulliciosa lista para la primera eliminatoria. Se van atragantar. Suerte tendrán si no se les atora la comida dándoles un buen susto.
Ni duda cabe piensa Serapio, en mis tiempos fuimos adelantados.
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