Jorge Luis Reyes López
A mi esposa Selene
De cuando en cuando, el abuelo sube a los cerros que rodean al poblado y encuentra en la loma de Las Mesas, un lugar privilegiado desde donde contempla la bahía y la bocana. Sereno recuerda los días difíciles por la ausencia de su Gabina. Intentó buscar una mujer que pudiera y quisiera ayudarlo en la crianza de sus hijos, pero la beligerancia de sus dos vástagos mayores, Manuel y Ramona hacia la nueva compañera, derrumbaron toda posibilidad. Mentalmente se repite:
Memorias imprecisas,
De detalles suspendidos.
Memorias de sonrisas
y juegos divertidos.
Memorias de esperas
y alegres encuentros.
Memorias que vuelan
movidas por vientos.
Memorias sujetas
a mis pensamientos,
que no olvidaré nunca.
No importan los tiempos.
¡Qué maravilla es la memoria! Ahora recuerdo una historia extraña, piensa Lapo. Es la leyenda de la perla. Un hombre de hablar pausado y de acentuados rasgos mexicanos, llegó hace muchos años a Zihuatanejo. Había nacido en Tlaxcala y aprendió el oficio de albañilería, y siendo tlaxcalteca se enamoró del mar. Contaba él que llegó al puerto en un barco- buzo. Aquí trabajó en la construcción del palacio federal junto con Alejo Maldonado, Jesús Patiño Troche y otros más. En Sinaloa conoció al propietario de un barco que llevaba años buscando una rara perla. Rara por su belleza, y rara por su tamaño. Ya la había buscado en las dos costas de las Bajas Californias, también en Sonora y Sinaloa. La cara del empresario se veía entusiasmada cuando de la perla hablaba, tanto que afirmaba que de encontrarla dejaría de trotar por el mar y obsequiaría su barco. En Sinaloa se embarcó el tlaxcalteca y tomaron rumbo a Nayarit, bucearon en cada recoveco sin éxito. Había que continuar la búsqueda. No perdía la esperanza de encontrar su anhelado tesoro. Las costas de Jalisco, Colima y Michoacán fueron escudriñadas. Horas y horas buceando… ¡Nada, simplemente nada! La tripulación murmuraba dudando ya de la cordura del capitán y propietario del barco. Solo el tlaxcalteca lo reconfortaba y animaba. ¿Qué tanto significaba la perla para este aventurero? Se preguntaba el abuelo, curioso por saber la historia detrás de la persistente búsqueda. La perla buscada debería ser brillante, lustrosa y de un magnífico tono. En la bahía de Bacochibampo, en Guaymas, Sonora, encontró magníficas perlas pero ninguna se parecía a la de sus sueños. Buscó en Guadalajara que era punto de exportación y que precisamente por esa actividad comercial fue bautizada como la perla de occidente. No tuvo éxito. Decidió entonces dedicar el resto de su vida a encontrarla.
Su voz se apaga quedamente y en silencio se sienta desconsolado, desesperado. Esa fue la primera vez que habló con la tripulación diciéndoles que ofrecía su barco a quien encontrara la perla de sus sueños. Además les pidió que hicieran del conocimiento de otras tripulaciones su decisión. Un miércoles por la tarde fondearon en la bahía de Zihuatanejo. El propósito era reabastecerse y descansar para continuar su búsqueda. El capitán y el tlaxcalteca bajaron al puerto. Caminaron por el pueblo. Cruzaron palabras con algunos pescadores haciendo pesquisas sobre la pesca de perlas. Nada sobresaliente le comunicaron. El puerto no parecía poder ofrecerles esperanza.
Por otro lado la bahía, sus aguas y los habitantes despedían una agradable aroma a paz, a quietud, a vida. Regresaron a dormir al barco con la convicción de continuar su viaje temprano siguiendo la ruta de Oaxaca. Toda la tripulación durmió de un tirón. El capitán y Acametitla despertaron temprano, de buen ánimo, alegres y optimistas. Ambos habían soñado y ahora en cubierta compartían sus sueños. Sueños de una extraña coincidencia: la búsqueda de la perla terminaba en Zihuatanejo. Por diferentes razones los dos deseaban que los sueños fueran una realidad. Nada perdían si buscaban un rato en la bahía. Se prepararon los buzos en tres pangas para buscar en direcciones distintas simultáneamente. Lo pequeño de la bahía les facilitaba el trabajo. En las dos primeras horas, nada especial encontraron. Se pusieron como tope dos horas más de búsqueda. En todo caso era tiempo suficiente para sufrir otro descalabro a sus sueños. Regresa la tripulación de las dos primeras pangas sin novedad. La lancha rezagada se ve cerca del saliente de la playa del almacén. Hacia allá dirige el capitán al barco con el propósito de recoger a la tripulación y no perder más tiempo en la bahía. Muy cerca del barco emerge un buzo y con una risa burlona avienta el ostión recién extraído al capitán, este es cóncavo, de gran tamaño y de aspecto francamente feo, es recibido jocosamente por el buscador de perlas, que siguiendo la broma abre desmesuradamente los ojos y azota la ostra contra un viejo yunque que llevaban, abriéndose un pequeño cráter en la parte superior, y entonces suceden dos milagros: Asoma lo que parece ser el principio de un caico de tonos alucinantes; el otro milagro es que sea lo que sea esa cosa, el resto de la concha no esta quebrada. Tembloroso se precipita el capitán sobre la concha, seguido de don Faustino, mientras la tripulación guarda un silencio casi místico. Con sumo cuidado inserta el cuchillo en las juntas del molusco y lentamente lo palanquea descubriendo una esfera pura, enorme ¡imposible… imposible! Grita desaforado, loco de alegría. ¡Aquí estás, al fin nos encontramos!. Después nada se supo del capitán y su barco, pero don Faustino Acametitla vivió el resto de sus vidas en Zihuatanejo.