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SERAPIO

2ª de 2 partes

JORGE LUIS REYES LOPEZ

Seguía considerando riesgos y posibilidades, no deseaba encontrarse con corrientes que los alejaran de la costa. Empezaba a pesarle el cansancio, tenía sed y hambre. Solo habían desayunado. Ahora a escasos metros de él, ve con toda claridad a una tortuga flotando. La esperanza de poderse apoyar  en el animal para descansar un poco se desvanece ante la inmovilidad del quelonio. La ilusión se ha roto. Solo tiene su voluntad, su fuerza y su inteligencia para luchar por su vida y evitar que Ángel se desanime.

El tirador se ha portado valientemente, sigue firme atrás, guardando prudentemente la distancia. No le ha hecho reproche alguno. A veces se miran sin hablar. Siguen nadando en línea recta sin perder de vista la piedra solitaria que poco a poco deja de verse como un coco a la deriva en el océano.  A chicollo le duele la cabeza y lo aturde. El día sigue nublado y  las aguas están atascadas de malaguas, obligando a los nadadores a moverse más a prisa, evitando así una tortura prolongada, tienen los pechos lacerados, comezón y ardor los acosan, aceleran el ritmo buscando así dejar atrás la mancha de medusas. No hay lugar para los pequeños sufrimientos. Quieren vivir.  El dolor de cabeza ha regresado más intenso parece que le va a explotar. Regresan los pensamientos pesimistas.

La oscuridad del mar le pesa. Empieza a soplar un vientecillo fuerte. Enfrente tienen una marea boba. Ve una nueva oportunidad de avanzar sin los riesgos de las olas que revientan. Voltea a ver a su tirador. Ve la decisión en su rostro. Reemprenden el nado siguiendo la dirección trazada. Poco a poco el macizo rocoso se ve cada vez más grande. Considera que serán entre las cinco y las cinco y media de la tarde. Ahora están cara a cara con la roca usada como faro. Patrón y nadador tienen el dilema de intentar o no subirse a la piedra. Ven que los tumbos llegan hasta la mitad de la altura y bajan con violencia arrastrando todo. El riesgo es mayor, todo lo ganado podría perderse. Reniega que no sea diciembre cuando las aguas están más amables. En la región que va de la piedra solitaria al faro es un área de trabajo de buzos y pescadores locales, que hacen pensar a Chicollo en que los peligros pudieran ser menores o incluso las posibilidades de que los vean y los ayuden serían mayores. Se juntan los nadadores y valoran la situación.

El patrón decide que Ángel nade en dirección al faro por el costado derecho y pueda llegar a una ensenadita de piedra boloncha. Ahí descansará y buscará ascender el acantilado y caminar hacia la playa de las Gatas. Chicollo nadara en dirección a torrecillas a la izquierda del faro intentando encontrar la lancha. El Panocho enfiló a la ensenada. Pronto se perdieron de vista. Cansado pero satisfecho se varó entre tanta piedra bola. Impulsado por la euforia, sin reposar, acomete la subida bufando, mientras trepa con dificultad. El peso, el cansancio y la pendiente le cobraron la osadía. Pronto se ve arañando al aire y rodando cuesta abajo, casi verticalmente. Al final de la caída el náufrago quedo inconsciente. Inmóvil. Parece que los nadadores se han vuelto imprudentes cuando más cerca se encuentran de la victoria. Chicollo en su loca decisión de buscar la lancha ha puesto en riesgo su vida, pronto la pesadilla que creía superada se hizo presente, haciendo que se arrepintiera de su equivocada decisión. Ha sido presa al final de sus fuerzas, de una corriente que lo aleja de la costa. El peligro lo serena y le devuelve la prudencia, le devolvió el temple.

No hay fuerzas para desafiar al enemigo. Se dejará arrastrar y buscará una salida en diagonal. A pesar del agotamiento su instinto de supervivencia lo impulsa a encontrar la salida. El agua le golpea la cara. A veces hunde la cabeza. Bracea, lo hace con decisión, con coraje, luego reposa dejándose arrastrar y nuevamente vuelve a nadar. Alternando el descanso con el braceo, finalmente sale del peligro. Tiene miedo de no poder llegar a la orilla. Está más lejos de la línea de la piedra solitaria. Al abandonar la corriente quedo cerca de un morro. Decidido nada hacia él y busca trepar. Los erizos se incrustan en manos, piernas y pies, pero no está dispuesto a claudicar. Asaeteado el cuerpo, trepa al morrito. Arganeado, desfallecido, queda inerte, dormido.

En tierra los tortugueros a bordo de las otras cinco lanchas llamadas las Poquianchis, organizan la búsqueda desde la Isla hasta los morros de Potosí. Pronto más pescadores se suman al esfuerzo. Eduardo, hermano mayor de Ángel, descubre la lancha vacía surcando las aguas con el motor encendido y siguiendo una dirección curva. La aborda y detiene su ruta loca. Ropa y comida intactas. No hay señales de sangre. Piensa en la posibilidad de una disputa, pero la desecha luego. La lancha es remolcada a la bahía.

Las gotas de lluvia golpeando la piel despiertan a Chicollo. Todo le duele. Se sienta y mira alrededor, está rodeado de agua. Ve claramente el faro. A la distancia ve el humo expulsado por las lanchas tortugeras. No lo ven. Ya no le importa. Siente la salvación a su alcance. Es el último tramo que falta nadar. No quiere esperar más. Ha recuperado fuerzas, aunque sigue hambriento y sediento. Conserva la disciplina y sigue nadando de perrito.  

Llega a la base del acantilado. Lo trepa. Al estar en la cima mira hacia abajo, después fija la vista en el océano, se vio a sí mismo como un coco a la deriva, insignificante. Sin valor alguno ante la inmensidad del océano y el sinnúmero de peligros ocultos o no vistos. Los ojos ya enrojecidos se tornan más intensos, acuosos,  dejan escapara lagrimas que resbalan por las mejillas hasta el pecho. Caminando por la vereda hacia playa Las Gatas se pregunta ¿Cómo pude sobrevivir?. Ángel, ¿Qué será de él, estará vivo?.

Al acercarse a la playa, por entre las huertas cuelgan algunos mangos tiernos, fuera de temporada. Se sació con ellos. No quería ser visto. Pensaba en huir. Si algo le pasó a Ángel lo culparán a él. Salta y se acelera el corazón al oír una voz que pregunta Chico ¿eres tú el otro naufrago? ¿El otro naufrago?. Si, Lleve a Ángel al muelle de Zihuatanejo. ¡Gracias Dios mío, Gracias! Por favor llévame a mí también. Llegando te pago. No digas eso. Somos amigos, respondió Olegario Maciel.

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