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SERAPIO

Jorge Luis Reyes López

Ese día lunes, calculando la hora por la posición del sol, serían las ocho y media de la mañana cuando vio venir a Samuel y a Tola, una pareja que tenía a Pantla como lugar de residencia. Él ciego, y ella su guía. Los dos trabajaban con habilidad la palma de soyamiche con la que elaboraban petates que traían a vender a Zihuatanejo. Aficionados los dos al aguardiente y a la tequila.

Serapio vive en el solar donde está la casa de su hija Ramona, casada con Víctor Reyes Ruíz, pero tiene su choza de soltero separada de la vivienda principal y ahí da posada a sus amigos y conversa hasta el oscurecer cuando prende su candil del que sobresale una gruesa mecha de trapo que emerge de las entrañas de una botella atascada de petróleo, a la que de un cerillazo la prende inundando la habitación con un humo espeso y de grosero olor.

Esa mañana recibe a Tola y a Samuel, a quien cariñosamente Bartola le dice Sam. Les ofrece comida después de encender el fogón de la chimenea. La pareja trae lo suyo y comparten las gordas de manteca con los frijoles negros refritos, queso seco y un manojo de chiles de chachalaca. Después de comer Samuel dice: oye Lapo, vieras que susto pasamos hoy en el camino. Salimos oscuro todavía, cargando las cosas porque no encontramos al burro. Ya te imaginarás el paso que traíamos. Después de un buen rato llegamos a la cañada, sesteamos y nos echamos un trago de tequila para descansar mejor. En esa estábamos cuando a lo lejos oímos un ruido de cabalgadura, talán, talalán sonaban como cascos de metal, y cada vez más cerca. Se nos enchinó el pellejo, le dije a Tola pásame la botella. Le di un pegón.  Lueguito sentimos un aire fuerte y el ruido de cascos al pie de nosotros. Abracé a mi mujer, ella temblaba. De pronto al  animal lo sentimos casi encima y uno voz gruesa nos saludó ¿A dónde van? A Zihuatanejo, le respondí más a fuerza que de buena gana. ¡Súbanse a las ancas de mi mula”, nos dijo. !Jodé!, pensé ¿Qué animal nalgón puede llevar a dos viejos atrás? El mío, respondió el forastero. ¡Ay Lapo, se me cayó el bastón, era el diablo!

Me leyó el pensamiento. No sé cómo nos subimos. Le metió la espuela y sentía el chiflón del aire, si no hubiera traído el sombrero con barbiquejo, lo pierdo. Seguro estoy que veníamos volando. Un ratito después, se para el amigo y dice que nos bajemos, que ya habíamos llegado a Zihuatanejo pero yo no podía creerle, no era posible, todo fue muy rápido. ¿Desde cuándo estas bebiendo, Samuel? Lapo, no estoy borracho pregúntale a Tola. Seguro sería un día de más tequila pensó el abuelo. Era el mes de noviembre. Serapio se retiró y regresó a eso de las 5 de la tarde y se fue directo a la hamaca de la mediagua de la casa de Monche, su hija. No pudo reposar porque el griterío de Tola y Samuel que provenía de su casa lo hizo pararse y ver que pasaba.

Con cautela, sin hacer ruido llegó y se asomó. Samuel y Tola borrachos, bien borrachos. Con el bastón en la mano Samuel. Tola sosteniendo una almohada de lana de pochota, veía al marido con desafío descarado y una sonrisa nada disimulada. Acércate hija del diez de mayo, gritaba Samuel. Obediente Tola, lo atendía entonces, levantando el bordón recortado y chato, Samuel descargaba el golpe con la escasa fuerza que la edad y el alcohol le permitían, mientras su mujer atravesaba la almohada escuchándose un golpe sordo, amortiguado. ¿Dónde te pegué? En la cabeza, Sam,  respondía con voz quejumbrosa la divertida borrachita, a la que cada momento le resultaba difícil mantenerse en pie.  Ahí mero te quería dar hija de la cachetada. Así, el ciego recorría la anatomía corporal de Tola, mientras esta usaba la almohada como escudo en cada golpe. El engañoso pleito seguiría hasta el hastío. A las cinco de la tarde aproximadamente, Lapo fue a ver  a sus huéspedes. Los encontró roncando. Decidió no despertarlos y se ocupó en limpiar el tiradero de la casa, poco faltaba para las seis de la tarde, muy poco.  

Sin razón aparente sus sentidos perciben un raro silencio en el ambiente. Salió de la casa mirando a los lados, luego alzó la vista al cielo. La pinolilla, una perra chaca salió con el rabo entre las patas. El silencio fue relevado por un ruido que no identificaba, no recordaba algo semejante, parecía al sonido de las brasas al ser mojadas pero la intensidad sonora multiplicada al infinito, al menos a él así le pareció. El infierno venía del mar ¿Qué carajos trajeron Samuel y Tola? La respuesta entró violentamente en forma líquida y salada, el agua le llegó a las corvas mientras buscaba de donde asirse,  los gritos, lamentos y maldiciones se oían en cualquier dirección. El mar se levantó y sin razón alguna atacó al poblado dándoles de fajo, tajo y revés. Primero inunda y ahora arrastra, jala lo que puede y lo que se deja. En el suelo quedan peces varados y en la bahía flotan esparcidos los tiliches y otros enseres. Los pobladores desquiciados momentáneamente, se recuperan y empiezan las especulaciones encabezadas por los saurines locales. Si no tembló ¿Qué pasó? algún terremoto lejano dicen unos. Otros pretenden explicarlo aseverando que algo poderoso pasó en el fondo del mar. ¡El fin del mundo!, gemía alguien más.

Recordando, a la distancia Lapo seguía sin entender. Nada le cuadra de lo vivido ese endemoniado día 16 de 1925. Tola y Samuel ya no están. Tampoco la Pinolilla. ¿Y el diablo?

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