1ª de 2 partes
JORGE LUIS REYES LOPEZ
La embarcación, una lancha con motor de centro, marca Volvo Penta, estaba fuera de servicio desde hacía algunas semanas. El patrón y el tirador la extrañaban. La conocían cabalmente. Ahora la empresa les proporcionó otra. Esta era una de las seis lanchas utilizadas para la caza de tortuga. Un buen día de trabajo podían atrapar hasta 50 tortugas. Puestas en la playa Principal les pagaban cinco pesos por cada ejemplar. Cada mañana, antes de salir al mar abierto, tenían que pasar a reportarse al barco Cresta Blanca, fondeado en la bahía. Ahí reportaron los problemas que tenía su transporte: los amortiguadores del motor desechos y el timón flojo. La lancha no giraba, para hacerlo era necesario dar una gran vuelta. Ei timón de madera estaba forrado de fibra de vidrio. El Cresta Blanca era una especie de barco nodriza. Ese día la lancha PZ -2 fue la última que salió a pescar.
El timón reparado, improvisando refacciones. Por los amortiguadores del motor nada pudieron hacer, provocando una permanente vibración que sacudía toda la barca. Normalmente regresaban al puerto entre las dos y tres de la tarde. El patrón y el tirador iban felices y contentos. Tenían una jornada reducida a poco más de siete horas. El tirador era el buzo que se lanzará al mar tras divisar la tortuga. Viajaba en la proa mirando el horizonte en busca de algún reflejo, un destello combinado con el agua, el sol y la concha de la tortuga. El patrón, un hombre joven de escasos 23 años empuña con firmeza la palanca del motor, también el ayudará en la búsqueda sin desatender la responsabilidad de la lancha.
Es blanco, espigado y fácilmente ronda el metro setenta y seis. Buen nadador. Igual que el tirador va en short, sin camisa. Al timón le metieron un alambrón para que quedara rígido y pudiera dar la vuelta rápido. Del centro de la bahía salieron recto al mar abierto. A su izquierda dejaron la piedra solitaria y continuaron alejándose seis o siete millas. La zona habitual de su trabajo era una línea imaginaria de un rectángulo que tenía a los morros de potosí y a la isla de Ixtapa como dos vértices límites inferiores y de ahí se movían mar adentro hasta siete y ocho millas. Ángel García, el Panocho, de carnes sobradas, mejilla infladas y de un buen humor, era el tirador. La tortuga escaseaba. Ya no se encontraba cerca de la bahía. Había que buscarlas mar adentro. Era un territorio natural de los tiburones. Frecuentemente se veían tintoreras, cornudas, el tiburón prieto, y el chato, ese tiburón asesino despiadado. Francisco Reyes Arciga Chicollo era el patrón. Hacía un buen rato que trabajaba en equipo con Ángel. En el pasado fueron peones en la construcción de la planta pesquera de Zihuatanejo. Pasado un tiempo brincaron al área de matanzas, y de ahí a la caza de tortugas. Ahora estaban en el centro del área marina donde las probabilidades de encontrar quelonios se incrementaban.
Aproximadamente una hora después divisaron una presa en la cara del agua. Parecía dormida. Ángel se lanza por ella. Chicollo con la mano firme en la palanca trata de mantener quieta la embarcación. No avanza, pero es imposible parar ese temblor que la sacude debido al mal estado de los amortiguadores del motor de fabricación japonesa. Poderoso. Se alimenta de disel expulsando humo espeso. El tirador ha tenido éxito. Pacientemente espera el momento para subir al animal a la lancha. Justo ahora Chicollo ve otro espécimen. Alegre va tras ella. Soltó el timón. La embarcación queda sola. Patrón y tirador están en la mar. Alimentos, Agua y ropa se quedan seguros en la barca. Antes de bajar los tres metros el patrón apaña fuertemente a su presa y la sube a la superficie. Emerge sintiéndose triunfador. Busca lo que ya no está. La lancha gira en círculos cada vez más amplios. Con fuerza el patrón le grita al tirador, Ángel la lancha se aleja. No, le responde. Son las olas que la jalan. ¡Se va, se va! Soltemos las tortugas. Los cazadores liberan a sus presas. El patrón hace cálculos rápidos. Piensa atajar la distancia y colgarse de uno de los costados antes que los giros sean más distantes. La lancha sigue girando en reversa. Nada en línea recta calculando el lugar donde pasará la embarcación. Tantea bien.
La lancha está cerca y el nadador puede llegar a tiempo aun sin traer aletas. En el momento preciso se estira buscando adherirse a la falca y de ahí treparse mientras es arrastrado. Vano intento. Escasamente deslizó la mano por la orilla. Está listo para el segundo intento. Tendrá que cubrir una distancia mayor ahora, y nadar más rápido, porque el círculo que recorre la lancha cada vez es más amplio. No está convencido de llegar a tiempo. Le preocupa la propela. Otra congoja más. Esta vez ni siquiera logró acercarse a la barca. Supo que había perdido la oportunidad y que no habría una más. Es el responsable de la embarcación y ahora tiene que tomar decisiones de vida. Necesitan vivir. Mira al cielo buscando al sol para calcular la hora. Deben nadar y llegar a tierra antes de que oscurezca. Antes de incidente la piedra solitaria la miraban como un coco flotando. Esa es la dirección que deben tomar.
Apenas empieza a sentir dudas como relámpagos ¿Cómo pagar la embarcación? Si el tirador muere ahogado o tragado por un animal y él sobrevive, pensarán que él lo mató. Igual de rápido se deshizo de sus pensamientos funestos y tomó la primera decisión. Nadarán hacia la piedra solitaria. No lo harán de crol, deben ahorrar energía. Provocar el menor ruido posible, y evitar hacer espuma con sus movimientos. Nadarán de perrito. El patrón irá adelante. A prudente distancia, de manera que no se pierdan de vista. Si él grita será la señal de que ha sido atacado. El tirador intentará cambiar la dirección. Es mediodía y está nublado. La temporada de lluvia va de salida, llevan dos horas nadando. Mira hacia abajo. Solo descubre que no ve nada.
Todo está cubierto de unas aguas de color negro espeso que no permiten mirar, pero si imaginar cosas que lo atemorizan y lo inquietan. Por encima de esa oscuridad descubre una sombra que avanza en su dirección. Mi final llegó, piensa. Tiembla y espera. Quiere cerrar los ojos. No puede. Respira con dificulta. El tirador está atrás a buena distancia. La sombra ya lo alcanzó ¡Es una tortuga prieta! El susto pasó, pero lo toma como un aviso. Sabe que si la noche llega antes de alcanzar los acantilados del faro, las posibilidades de vida serán menores. Sus cuerpos brillarán ofreciendo una mayor vulnerabilidad.