JORGE LUIS REYES LOPEZ
En recuerdo de la majestuosa Yiya
Era la madrugada de un martes del mes de abril de 1951, cuando la mujer empezó con los primeros dolores de parto. El marido apurado por el suegro salió en busca de Josefina Padilla, la partera del pueblo. Tomó el sombrero, hábito radical y sin importar la ausencia del sol, se lo encasquetó. De paso agarró la linterna y se encaminó apresurado en dirección a la playa principal donde vivía la señora Padilla.
A su paso, a veces algún perro gruñía. No tenía ánimo de distraerse por el mal humor de uno que otro can. Pronto llegó y tocó la puerta al tiempo que gritaba, Josefina ábreme por favor. Ante el silencio como respuesta, intensificó su llamado. Insistente tocó la puerta y no paró hasta escuchar un: “Ya oí. Voy”. Estaba un poco ansioso. Habitualmente era un hombre tranquilo, de nervios templados. Dos años antes había conocido la experiencia de ser padre.
Pero no recuerda haber tenido el mismo ánimo que ahora. La puerta se abre y la mujer pregunta ¿Qué se te ofrece?. Mi mujer está por dar a luz, por favor apúrate. Espérame tantito, no te preocupes. Poco después con maletín negro en mano, sale la comadrona diciendo secamente ¡vámonos!. El hombre intentó ayudar con el maletín. Un simple ademan de la enfermera lo detuvo. Cuando llegaron a la vivienda de la parturienta oyeron los gritos del recién nacido. Y tú mortificado amigo. Se nos adelantó ese sinvergüenza. De todas maneras voy a revisar a tu mujer y a tu chamaco. Los días pasaron, los meses también y el niño crecía enfermizo. Zihuatanejo seguía expandiéndose. Ya había doctores. Uno de ellos, el doctor Princes se había convertido en amigo del padre del niño. Era un médico haitiano. Delgado. Alto, pelo rizado. Piel oscura. Un día después de comer salieron a platicar al patio. La familia había crecido. Ahora eran tres varones y dos mujeres. Los niños retozaban. Algo llamó la atención del doctor y le preguntó al padre ¿Desde cuándo camina así tu hijo? ¿Cómo? Respondió el padre. Mira como se le dificulta dar el paso, acotó el médico. Vamos a revisarlo. El problema era obvio. En la ingle izquierda tenía una bolita. El medico recomendó que lo más pronto posible fuera atendido en un hospital de la ciudad de México.
Así fue. Meses después regresó y fue recibido con júbilo familiar. Traía su reliquia de guerra de la que se sentía orgulloso: Una cicatriz en forma de ojo. Así creció el niño de ojos dormilones. Ya en la primaria, Don Lorenzo, frutero que tenía su puesto en la calle principal fue su padrino. Entonces el ahijado incursionó en el negocio. Saliendo de clases, por la tarde y después de comer, el padrino le vaciaba la cornucopia en una charola de aluminio. De esas que una marca cervecera daba a sus clientes. Peras, Manzanas, uvas, ciruelas, naranjas, perones, todas colocadas magistralmente en forma de pirámide. El chamaco era vivillo. Sabía el valor del dinero, y también sabía que su figura y su rostro provocaban ternura y compasión. Así, encaminaba su ruta con destino al Churro, un burdel donde la actividad del lupanar iniciaba después de parpadear el sol. Algunas de las damas aún estaban ensabanadas, pero el descarado muchacho no se detenía. Ofrecía su mercancía explotando sus ojos tristes y cuando el truco no le funcionaba, empezaba una danza cadenciosa y zigzagueante como una culebra, al tiempo que sonreía y extendiendo su mano tomaba una fruta y la entregaba a cualquiera de sus víctimas. Entonces se oían con frecuencia los suspiros y frases repetitivas de las damas codiciadas diciendo ¡hay que niño tan simpático! El niño simpático al oírlas sabía que las muchachas se habían comido el anzuelo con todo y calambote, la venta estaba asegurada. Algunas veces su ruta comercial lo llevaba a Pantla. Ahí se volvía generoso, particularmente con sus parientes.
Regresaba sin mercancías… ¡Y sin dinero! Entonces su padrino el frutero, que con el tiempo se convirtió en su pariente político al casarse con una de sus primas hermanas era el pagano. Ocultando la charola platicaba con el padrino, evitando tocar el tema de las ventas, y cada vez que el padrino volteaba a pesar en la bascula las frutas y verduras que despachaba a sus clientes, la cornucopia se excedía en la charola vacía hasta rebasar la cantidad de fruta consignada para su venta. Padrino ya me voy. Hoy me fue muy mal. Nada pude vender. Anda vete hijo, no estés triste. Mañana te irá mejor. ¿No estés triste? ¡La manga!. Su hermano mayor tenía puesta la esperanza en platicar con Gladis Palacios, quizá pudiera convencerla para que aceptara ser su novia.
El dilema era ¿Cómo verla? ¿Cómo decírselo? La lengua se le entumía y el miedo se apoderaba de su espíritu. No quería equivocarse, pero tampoco deseaba rendirse sin siquiera intentarlo. Cuando comparte su inquietud con su fratello las puertas se abrieron. Escríbele una carta. Pero ¿Qué le digo? ¿Quién se la entregará?. Algo se te ocurrirá decir, y de la carta no te preocupes, yo se la entrego. ¡Gracias manito! La carta parecía telegrama: Gladis soy fulano de tal. La entrega al hermano. Este la recibe y extiende la otra mano con la palma hacia arriba, moviendo los dedos como diciendo venga ¿Qué? ¡Pagame!. Oye ¿qué te pasa? Págame, y sus labios dibujaron una risa burlona, una risa de triunfador. Tenía el As de la partida. O pagas o adiós ilusión. ¿Cuánto? Cincuenta centavos. Eso es mucho. Toma tu carta.
Bueno, está bien, déjame ir por el bote de la leche nido donde tengo mi guardadito. Regresa con el tostón, la moneda del romance roto, antes de cualquier inicio. Pasó un día de que la carta fue entregada y no hay respuesta. ¿Le diste la carta, qué dijo? Serénate hombre, ya responderá. Al otro día llegó la respuesta por la misma vía y por el mismo mensajero. La misiva parecía una competencia entre espartanos y telegrafistas, a cual más escueto. Fulano de tal, me dio gusto tu saludo. Era el momento de ser audaz. Ahora el mensaje de ida decía ¿Quieres ser mi novia? Y la respuesta no tardó en llegar: Sí, sí quiero. Tener novia había costado un peso de honorarios pagados al mensajero, aunque ninguna conversación cara a cara había podido tener con la adolescente.
Un buen día caminando y platicando el hermano mayor con Lalo Palacios Serna amigo y compañero de grupo en la primaria, se sincera diciéndole que su prima hermana era su novia. Lalo pone en duda tal acontecimiento, y agrega que de ser así, su prima se lo hubiera hecho saber. Desde ese momento la duda le carcomía las entrañas. Lalo no podía mentirle al amigo. El retorno a casa era amargo. Tenía que confrontar al hermano que sabía poner los ojos en blanco como becerro empachado, como decía su madre. ¿Tú le entregaste la carta? Sí. ¿Ella te dio la carta? Sí. Al tomarlo del cogote seguía riendo mientras decía déjame explicarte. Tú querías tener novia y yo te cumplí el deseo. ¡Tengo magia! Soltándolo del pescuezo le dio la razón. Llevó cartas que nunca llegaron y trajo cartas que nunca se escribieron. El chamaco era liso, muy liso y atrevido.