Jorge Luis Reyes López
Observar la bahía desde diferentes ángulos es como accionar la memoria de varios acontecimientos. Desde la comodidad de un restaurante situado en lo alto de los cerros próximos a la playa de La Ropa le permite a Serapio una vista franca de la playa Contramar que a la distancia parece una bahía en miniatura. Deslizando la mirada hacia su derecha localiza la antigua playa de El Almacén, hoy devorada por intereses comerciales. Siguiendo la misma dirección se detiene en La Playa principal. Luego salta la playita Lerdo, coloquialmente conocida como la playa de Las Manzanillas. Ahora es el turno de La Madera, playa futbolera donde los jóvenes de la colonia Darío Galeana concurrían para jugar y compartir con muchachos del Centro. El rápido recorrido termina en la playa de La Ropa.
En la década de los sesenta, Zihuatanejo fue un agradable refugio de visitantes nacionales y extranjeros. Era la época del Amor y Paz, de los Jipis. En esta última playa, algunos seguidores de esta corriente contracultural se enamoraron del lugar y en el lugar. Serapio recuerda a un afroamericano, como los llaman ahora, siempre encaramado en la punta de cerro y con el clásico gorro jipi multicolor, se imaginaba ver a un cimarrón, esos esclavos negros de Jamaica que en el siglo XVII huían de las plantaciones donde eran explotados y se refugiaban en las famosas montañas azules y en los monte John Crow desde donde se puede distinguir a Cuba en las mañanas claras. Definitivamente cada rincón de la bahía tiene su historia particular, singular.
Mirar desde arriba, sosegadamente, le produce un goce particular, todo parece quieto. El viento no se siente. El mar parece reposado. Con el espíritu colmado de paz, los recuerdos llegan solos, sin mayor esfuerzo. Desordenados pero claros. Todos ligados a los rincones que merodean la bahía. En Las Salinas casi en la frontera que los separa del barrio de La Noria, habitaba Fabio Aguado Herrera, vecino de Manuel Dorantes, Miguel Farías y Fernando Sotelo. Sonriendo Lapo reconoce el humor de Fabio como aquella historia de infidelidad que platicaba Chiro, su hijo. Cuando su esposa María se enteró del engañó cometido con una dama enferma de vitiligo, encaró crudamente al marido aludiendo ante otros reclamos, al pigmento de la piel de la señora. Fabio con su habitual y desesperante calma respondió: “María te quiero a ti que tienes un solo color ¡Imagínate a ella que tiene dos colores!”.
En la playa principal Serapio presencio a jóvenes jineteando becerros. Oía los gritos de júbilo y el entusiasmo por relevar al jinete caído, alborotados por la ilusión de que la arena era un blando colchón ayudando a perder el miedo a los reparos. Eran jóvenes divirtiéndose. Solo eso. Ahora el viejo fija su mirada en el centro de la ciudad. Fechando al año de 1977 como la llegada de Benito Cabañas González al puerto. Un mulato bonachón de rostro amable y sonrisa bondadosa. Su encomienda era encargarse de la línea de autobuses de pasaje foránea llamada Flecha Roja. Eran diez viejos autobuses. En la década de los setenta, Zihuatanejo había focalizado la atención del gobierno federal para desarrollar un polo de atracción turística anexando a Ixtapa como joven estrella. Esta dinámica modernizadora alcanzó a la línea de autobuses. Cabañas González cabildeó con Jesús Escudero, fundador de la Flecha Roja, para que el parque vehicular fuera actualizado, logrando adquirir diez nuevos autobuses Dina modelo 500 hasta llegar a las treinta y cinco unidades.
Ese cambio le vino bien a todos. En esa misma década Gumersindo García Martínez fue presidente municipal de Zihuatanejo. En el año de 1975, el joven médico Carlos de la Peña Pintos hacía su servicio social en el puerto. El doctor Isidoro Olivares Morales era el responsable de un primitivo centro de salud en un Zihuatanejo pujante. Al puerto llegaban trabajadores de diferentes especialidades. La mayoría de la demanda laboral se centraba en la construcción y en el turismo. Los riesgos de trabajo se incrementaron. Un aciago día explotó la tragedia. Un camión, conocido localmente como volteo y dedicado al transporte de materiales para la construcción llevaba trabajadores en la caja de carga. A ciencia cierta no se supo la razón que provocó la volcadura con resultados fatales. El pequeño centro de salud y el escaso número de profesionales adscritos a la dependencia estatal eran insuficientes para la demanda de atención requerida por el tamaño de la desgracia.
No era solo la falta de más personal médico lo que agudizaba la crisis. Había que tener en cuenta el deficiente equipo médico, la escasa infraestructura que tenía el centro de salud que no respondían a un diseño de atención hospitalaria para acontecimientos como el acaecido. La emergencia desató la solidaridad de los profesionales de la salud que atendieron el llamado de auxilio de sus colegas trabajadores del gobierno estatal. Pronto el pequeño espacio del centro de salud vivió un intenso ir y venir. Esos dolorosos recuerdos los fija Serapio en la actual casa de la cultura esquina de las calles de Ejido y 5 de Mayo.
Ahí, justo ahí se encontraba el centro de salud. Los doctores Isidoro Olivares, Alejandro Reséndiz y Carlos de la Peña Pintos representando a la medicina institucional. Junto a ellos los médicos locales que respondieron al llamado de auxilio de sus colegas, aportaban sus conocimientos, su voluntad y su tiempo, tratando de salvar vidas con todas las limitaciones que enfrentaban. El rostro duro del Doctor Vicente Castro Carmona no se veía alterado. El doctor Sandokan Tabares Juárez lidiando con la muerte con su andar cansino. El doctor Fernando Bravo Magaña tampoco perdía la calma. Todos, médicos gubernamentales y particulares hicieron lo posible por superar de la mejor forma la catástrofe. Hubo decesos, pero también se salvaron vidas. Sucesos tan dolorosos, frecuentemente marcan la evolución de las ciudades.
Serapio está convencido que el crecimiento urbano y en consecuencia la explosión demográfica de Zihuatanejo ha sido una causa de la recuperación de la memoria colectiva de sus habitantes. En este año de 2024, quizá pocos, muy pocos recuerdan o conocen la desgracia ocurrida. Algunos de los doctores que participaron en el auxilio de los accidentados ya no viven. El Doctor Isidoro Olivares Morales, Sandokan Tabares Juárez y Vicente Castro Carmona quizá no sean conocidos por las actuales generaciones, pero para los habitantes de esa época tienen una mayor relevancia. Dos médicos deben conservar claramente tales acontecimientos. El doctor Reséndiz y Carlos de la Peña Pintos, este último residiendo en la ciudad de Acapulco y activo. Es un gastroenterólogo que goza de un reconocimiento profesional y ético. El joven doctor que llegó a Zihuatanejo para realizar su servicio social, pasados los años, llegó a ser responsable de la rectoría estatal en el ámbito de la salud, al ser nombrado secretario del ramo en más de un sexenio estatal.
Lapo mira por primera vez a su izquierda, donde se ubica la playa de Las Gatas, remanso natural protegida por un arrecife que brinda quietud al agua como si de una alberca se tratara. La playa de Las Gatas también tiene sus historias que merecen ser contadas, escuchadas y conocidas.