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SERAPIO

JORGE LUIS REYES LOPEZ

Lapo tenía acordado dar un paseíllo por el centro de la ciudad con un amigo más joven. Querían poner a prueba su memoria, tratando de recordar nombres, acontecimientos y lugares transformados por el crecimiento urbano. Era el paseíllo de la nostalgia de dos hombres cargados de historia, Lapo sosegado, agudo e irónico. El otro abierto, imaginativo, alegre, cantador consumado, apasionado por los caballos y bardo de corazón. Mientras llegaban al punto de reunión, Serapio considero que el paseíllo no sería suficiente para platicar tantos recuerdos. Tomó la decisión de que se reunieran lo más pronto posible para iniciar la charla caminera. Le provocaba urticaria algunos pasajes de la historia municipal oficial, como los casos de los expresidentes municipales Angel Deloya Cadena, el Compachin y Jorge Bustos Aldana que no concluyeron sus periodos. El primero por una revuelta popular y el otro por un berrinche visceral. Ni siquiera aparecen los interinos que en ambos casos quizá fue la misma persona. Esa cuestión la platicaría en otro momento. Los amigos se juntan en la calle Altamirano y 5 de Mayo. Su compañero de piel blanca, sombrero sobrepuesto dejando descubierto un tercio de la cabeza despejando la cara, rematada por un mechón de pelo quebrado. El rostro expresivo. Frunce el entrecejo y levanta las cejas con frecuencia. Al caminar parece chivo por la tronadera de rodillas. 

Quihubo Lapo ¿Cómo amaneciste? Dispuesto a recordar respondió y agregó, frente a nosotros estaban Las Salinas y al otro lado había potreros y huertas. Mariano Palacios, Alberto Castro, Griselda Núñez y Rodolfo Campos entre otros tenían posesiones. Aguedo Valencia medio recuerda algo de un pleito de los toros de Griselda Núñez y el de tu papá. Sí, los potreros estaban juntos. El toro de Griselda era de color cenizo prieto, cebú. El toro de mi papá era el Jilguero. Se salieron del potrero y a poco empezaron a bufar. Ya las salinas estaban secas. Se buscaban con tiento. Empezaron a escarbar la tierra, señal inequívoca de que están enfadados. Se estaban preparando para atacarse. Se detenían. Se miraban. Los hocicos espumosos. Los toros querían marcar su dominio, marcar su territorio. Esperaron a que el otro reculara, pero eso no sucedió. Lentos pero decididos avanzaron. De repente el cebú arranca y el Jilguero levanta el cuello. Se afirma con las patas y encoge ligeramente las manos encorvando el cuerpo para recibir de abajo hacia arriba al cebú. Al chocar las testas se oyó un bramido sordo. De los hocicos volaron las espumas. El Jilguero le rayó la oreja al cebú y lo atacó por el flanco izquierdo. Hundiéndole el cuerno en el ijar. La herida fue fatal. Cayó el cebú agonizando. A esos animales no hay que tenerles confianza por mansitos que parezcan. Mi padre tenía dos bueyes para la carreta. Uno de ellos era toro-buey y el otro estaba castrado. Los dos se veían mansos. Acostumbrados a jalar la carreta, al yugo, a la garrocha y a tratar con el carretero.

Castillo era el buey con huevos y en la noria de la colonia La Noria había una llave de agua de nariz protegida por una estructura metálica en forma de torre. Las mujeres llenaban sus cubetas para llevarlas a sus casas. Castillo sediento llegó buscando agua, y una bondadosa señora le ofrece su cubeta rebozando del líquido. El desgraciado animal malagradecido la enbiste de frente clavándole el cuerno y matándola. Cosa tristes Serapio. Muy tristes. Caminando por la calle principal llegaron a la esquina de lo que hoy son las calles de Ejido y Cuauhtémoc. Ahí vivían, y tenían su negocio, Gude Pineda y Juan Ayvar Romero. Parados los caminantes, Lapo comenta que Cuco Ayvar y el Chaparro Campos eran buenos amigos. ¡Eran buenos de Ca…ones! refunfuñó Rodolfo. ¿Qué pasó?.  Había una corrida de toros en San Jeronimito y para allá se fueron. Ni Cuco le avisó a Juan, ni el Chaparro al tío Amador. Entre la música de la tambora, el griterío de la gente y ya alegres con la ayuda de una cervecita, Cuco le dice al Chaparro ¿Te animarías a jinetear? Si te tumba, yo te vengo. ¡Como hijos de la cachetada no! Respondió alegre el Chaparro. Que me pretaleen al toro que sigue y se bajó al ruedo. Se veía sereno, seguro. Le prepararon el animal. Le pusieron el pretal. Le prestaron espuelas y se subió al lomo del cornudo. ¿Listo? le preguntaron. Espérenme que agarre bien el pretal.

Se oye una voz que le aconseja cuida los primeros tres o cuatro reparos, son los difíciles, después ya la hiciste. ¡Suéltelo! Abren la puerta y el torete empieza a reparar, retorciéndose a los lados, el Chaparro pegado. Eran segundos muy estirados. El corazón le latía encarrerado. El chamaco se le quedó. Se bajó triunfador. Cuco no tuvo oportunidad de vengarlo. Esa fue la primera parte del chistecito. La segunda empieza en la carnicería que tenía el tío Amador en la casa de su hermano Efrén. Estando ahí llega un amigo y le dice ¡pero hombre que hijo tan bueno tiene para jinetear! Al oír aquello la cara del tío Amador se encendió de un rojo carmesí, los pelos de los clavos cerca de las orejas se le levantaron. Cuando llega el Chaparro le pregunta el padre ¿fuiste a los toros?, Sí.  ¿Jineteaste?, Sí. ¿Te tumbó el toro?, No. Mientras preguntaba, el tío empezó a liarse una cuarta en la mano. ¿Había mucha gente?, Sí. Pues de toda esa gente tú eres el más pen…jo. Eso ya no te lo quito y tú tampoco te vas a quitar los chin…azos que te voy a dar. A punto de darle el primer cuartazo en el lomo se le atravesó el tío Efrén y le pregunta ¿Qué vas hacer? La culpa es tuya le dice al tío Amador por haberte casado con Benita. ¿Por qué Gallo? Riendo socarronamente, Rodolfo respondió pregúntaselo al Chaparro. Los Campos tienen varias. Ni Rodrigo, ni el Chaparro nacieron en Zihuatanejo, uno en el Consuelo y el otro en Agua de Correa. Mi tío Efrén tiene las suyas.

Hay una que la platican de dos maneras pero con el mismo resultado. Dicen que pidió un café hirviendo, otros que fue un caldo de res y entonces no usaba cuchara, así que agarro el plato con las manos y se lo empinó. Tan caliente estaba el caldo que le salió una sonora flatulencia y al ver la mirada de la gente puesta en él, dijo refiriéndose a la ventosidad ¡Y si no te sales, tú también te quemas!, Lapo soltó la carcajada y le dice a Rodolfo déjame platicarte algo nada gracioso que ya se quedó como un rumor popular, y así me lo platicó Vicente Vivanco de Pantla. La cañada de Bordones estaba en el tramo actual de Buenavista a la entrada de Troncones a escasos veinte minutos de Zihuatanejo en carro, pero en esos tiempos llegar allá a buen paso se llevaba sus horas.

El Bordón es un árbol lleno de espinas desde el tronco hasta las pencas. Como si fuera una palma de Coacoyul pero delgado como un bambú, y en la punta de los cañutos sobresale un cinturón que al cortarlo y limpiarlo sirve como agarradera de un bordón. Esa es la razón del nombre de la cañada. Era paso obligado para llegar a La Unión. Dicen que iba un chantito con una mula cargada de mercancías jalándola. Hacía rato que la gente de la zona aseguraba que ahí había tigres y leones. Seguramente era una forma regional de llamarle así al jaguar y al puma. Caminando en lo profundo de la cañada se oye un rugido que suena como una explosión que sale de las entrañas de la bestia como ráfagas de aire expulsadas por el hocico abierto. Fue lo último que el chantito y la mula oyeron. Dicen que otros caminantes encontraron los despojos de la acémila y del comerciante. Mira Lapo yo me voy por la alegría. Mejor caminemos a donde estaban las casas de la felicidad: La Sirena, El Atorón, La Ola Azul, El Pulpo y El Churro. Eso lo platicamos otro día.

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