Aldo Valdez Segura
En cada rodada, los ciclistas de los distintos clubes del municipio —y aquellos que prefieren aventurarse en solitario— descubren paisajes que bien podrían ilustrar una postal. Montañas cubiertas de neblina, senderos bordeados por árboles centenarios y cielos que pintan el horizonte con tonalidades únicas, conforman el escenario de estas travesías en las que la naturaleza, en su máximo esplendor, se convierte en la gran protagonista.
Diariamente, decenas de entusiastas del ciclismo se congregan con un mismo objetivo: desafiar nuevas rutas y conquistar terrenos inexplorados. La preparación básica para estas salidas incluye el uso obligatorio de casco, agua suficiente para la hidratación, un botiquín con herramientas y primeros auxilios, y sobre todo, una actitud dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo que se presente en el camino.
El llamado “ciclismo de exploración” ha ganado terreno en los últimos años. Cada vez son más las personas que se suman a esta práctica que va más allá del deporte competitivo. Aquí no hay carreras ni medallas; lo que une a los participantes es la experiencia compartida, la búsqueda de nuevos senderos y la conexión con la naturaleza. Con el paso del tiempo, estos grupos se convierten en pequeñas familias unidas por el amor al ciclismo y la aventura.
La bicicleta, en este contexto, es más que un medio de transporte: es la llave que abre la puerta a rincones ocultos y vivencias inolvidables. En cada pedaleo, los ciclistas no solo recorren caminos, sino que construyen historias dignas de contarse.