Editorial

Poder político

By Despertar Redacción

September 23, 2021

Jean Pierre Leduc

Muchos de nosotros sabemos cómo el momento político está dominado por el cambio climático. Pero muchos imaginan los efectos de acuerdo con la vieja forma de pensar, como en el tiempo de los ciclos largos y regulares de la naturaleza y de las actividades humanas que dependían de ella. Sin embargo, la cuestión no se limita a la transición de un clima a otro. Nada sucederá de esta manera. Todo cambia. Incluso el modo de cambiar. Ahora estamos inmersos en una situación completamente nueva de incertidumbre permanente que es “estructural”, es decir, que resulta de la naturaleza misma del curso de los acontecimientos. Tranquilizo a mis lectores: no me dedicaré aquí a una meditación sobre la naturaleza del tiempo como resultado de lo que ya he escrito desde el punto de vista político en mi libro La era del pueblo. Sólo evoco la idea general: el tiempo es una propiedad del universo social en el que éste se despliega. Por lo tanto, hay tiempos dominados y tiempos dominantes. Bajo esta forma de pensar, la planificación ecológica es una reconquista del tiempo largo que se libera de la dictadura del tiempo corto que rige en la sociedad capitalista de nuestro tiempo. Hablé de la “propiedad colectiva del tiempo largo” a través de la planificación ecológica. Me opuse a la propiedad privada del tiempo, tal como éste existe cuando los ritmos cortos del mercado y de la sociedad de mercado, del “justo a tiempo”, se imponen a todos. Estando así planteadas estas premisas, me ataco a los desafíos que esta manera de ver se plantea a sí misma en la actual era de la incertidumbre.

La propiedad colectiva del tiempo largo y su prioridad en los ritmos sociales abre la posibilidad de armonizar los ciclos de la actividad humana con los de la Naturaleza. Este es incluso el propósito principal bajo la regla verde. Por lo demás, la afirmación de ésta lo dice ya en bajo relieve: “no arrancar ya más a la naturaleza más de lo que ésta puede reconstituir“. En este caso, el ciclo de producción está alineado con la temporalidad específica (duración) que le lleva a la naturaleza “reconstituir lo que se le ha quitado”. Todo esto presupone algo esencial: la capacidad de prever, de anticipar. Y la previsibilidad, a su vez, requiere de una condición inicial: debe haber estabilidad en la relación de causa a efecto. En la realidad concreta, esta relación a menudo parece directa y automática.  Sin embargo, es sólo muy altamente probable, aunque no nos demos cuenta. Si la causa A corresponde a un efecto B en el 90 por ciento de los casos, la posibilidad de no verlo ocurrir otra vez es casi nula. Sin embargo, esta relación, incluso dominada por un determinismo conocido y científicamente establecido, sigue siendo sólo muy probable, aunque no totalmente seguro, incluso si no lo sabemos. Esta incertidumbre (baja en este ejemplo) es una propiedad del universo material. Es insuperable. El cambio climático rompe la fuerte cadena de causas y efectos. Por ejemplo, cuando las estaciones ya no producen los mismos efectos de lluvia, viento o temperatura:  digo bien “por ejemplo”. De esta manera, se encuentran puestos en duda la mayoría de los saberes tradicionales basados en la observación de asociaciones de hechos y comprobaciones de regularidad. Además, estas regularidades se han observado y han sido retenidas y transmitidas gradualmente gracias a su coincidencia con posiciones estelares o solares. El ascenso de la estrella Sirio correspondía a la inundación del Nilo. A la ocurrencia de esto correspondía todo tipo de eventos naturales como floraciones, estaciones animales. Pero también todo tipo de eventos sociales y políticos. Por ejemplo, el establecimiento del impuesto después de la medición de nuevas áreas aumentadas por el aluvión. O la reanudación del transporte fluvial de grandes bloques piedras de construcción gracias a la subida de las aguas y por tanto de los yacimientos que las utilizaban. En este caso, la previsibilidad y la armonía de las temporalidades naturales, religiosas, políticas y económicas se lograron con un nivel muy alto de certeza y/o de probabilidad. Tal vez esta es la razón por la cual los periodos de la antigua civilización egipcia son de duraciones tan largas. Es como si la estabilidad de las condiciones esenciales fuera una especie de metrónomo imparable. Del mismo modo, la circulación de las aguas marinas entre los polos y el ecuador ha determinado durante milenios el ciclo de eventos climáticos y, por lo tanto, agrícolas y, por lo tanto, sociales. El derretimiento de los glaciares en los polos y el calentamiento agravado en los trópicos desentrañan las correspondencias entre la posición de los cuerpos celestes y la ocurrencia de eventos esenciales, como la lluvia y el buen tiempo, el periodo favorable al arado o la recolección de esta o aquella baya… Esta situación las aprendí en las discusiones que mantuve con los investigadores científicos franceses y bolivianos que conocí en el lago Titicaca en abril pasado. Pero también me devolvieron al camino de una reflexión personal muy antigua. Mi primer libro, publicado en 1991 (A la conquista del Caos [“A la conquête du Chaos”]), trataba de fenómenos cuyo curso no es lineal, es decir, no regularmente progresivo. O, dicho de otra manera, donde los efectos no son proporcionales a las causas. Este tipo de fenómenos es el que a menudo se resume por medio del ejemplo del aleteo del ala de una mariposa en Madrid que desencadena un tornado en Tokyo. Pero sé que esta definición es muy inconveniente a pesar de su brillante simplicidad. Por mi parte prefiero la del vehículo que circula a velocidad constante por una carretera recta cuyo conductor … es picado por una avispa. Sólo un pequeño parámetro interviene y todo el sistema experimenta un cambio de trayectoria.  Y éste, a su vez, causas docenas de eventos totalmente impredecibles en su nuevo curso. Por el contrario, este tipo de fenómenos, lejos de ser marginales, son extraordinariamente numerosos en la realidad. Desde el punto de vista de un sistema dinámico, resumimos con una palabra: produce una bifurcación. En esta circunstancia, la incertidumbre que acompaña al vínculo de causa y efecto es muy grande.

Por lo tanto, debemos ver otra consecuencia de esta situación. Si bien los conocimientos tradicionales son puestos en entredicho por el cambio climático, que deshace las coincidencias milenarias, éstos no son los únicos conocimientos afectados. El conocimiento científico sobre las relaciones y el funcionamiento entre los elementos de un sistema global como el clima, se aplica también a dinámicas que a su vez se vuelven “altamente no lineales” y sujetas a bifurcación. El clima es un sistema global “metaestable”, es decir, que se encuentra en la frágil frontera del equilibrio. Al ser desviado de su trayectoria, pasa a otro estado global. Pero este nuevo estado puede ser aún más inestable en su evolución ulterior. La incertidumbre reina en plazos y formas impredecibles. A partir de ahí, la temporalidad en la conducción de la política, como también el contenido de la planificación se presentan de una manera completamente diferente. Se colocan bajo el signo de una incertidumbre particular.  Es una incertidumbre insuperable. Esta incertidumbre no depende de nuestras herramientas o razonamientos para comprender lo que está sucediendo. Se debe al carácter mismo de los acontecimientos. Mientras estuve en Bolivia, escribí un artículo de opinión en el JDD sobre esta incertidumbre. Lamento que ésta no haya sido discutida por los planificadores ecologistas (pues hay muchos).