Guillermo Arteaga González
El conflicto entre Israel y Hamas, dos entidades antagónicas que han ocupado las páginas de los periódicos durante tiempo atrás, ha vuelto a resurgir con una magnitud inusitada, esta vez, la intensidad y la ferocidad de los enfrentamientos sorprenden, incluso, a aquellos que se habían acostumbrado al ritmo constante de tensiones entre ambas fuerzas en sus fronteras y al interior de ambos países, más allá de las querellas geopolíticas y territoriales que alimentan este conflicto, sobresale la naturaleza religiosa que lo define, aunque es una simplificación decir que la lucha entre Israel y Palestina es puramente religiosa, no se puede negar que las convicciones y narrativas religiosas tienen un papel protagónico, sin dejar de lado la pelea territorial que lleva años desarrollándose.
Por un lado, Israel, aunque define su identidad más en términos nacionales que religiosos, no puede separarse de su herencia judía, el sionismo, movimiento que propugnó la creación del Estado de Israel, nace en parte como respuesta al anhelo milenario de un hogar para el pueblo judío, un anhelo profundamente arraigado en las escrituras y tradiciones hebreas.
Del lado opuesto, el Pueblo de palestina y su brazo armado Hamas, que es más que un movimiento político-militar y que se identifica como una resistencia islámica, fundamenta muchas de sus acciones y retóricas en las enseñanzas del Corán. Su lucha, en muchos aspectos, es vista como un deber sagrado, una Jihad, contra la ocupación, que han condenado por parte del pueblo israelí en tierras que palestina reclama como propias.
Mientras el mundo observa con horror los bombardeos y los misiles, es imposible ignorar los tintes geopolíticos que subyacen, las grandes potencias, desde Estados Unidos hasta Rusia, y los actores regionales, como Irán y Arabia Saudita, tienen intereses definidos y posturas que, en ocasiones, añaden combustible al fuego, el apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel ha sido una constante, mientras que Irán, por otro lado, ha apoyado a Hamas y otros grupos en la región, estas alianzas, más allá de lo religioso, están impregnadas de cálculos estratégicos y económicos que complican aún más la situación.
Esta vez, el guion ha experimentado un giro particularmente siniestro, la reciente ofensiva de Hamas, marcada por una combinación sin precedentes de ataques aéreos y terrestres contra el sur de Israel, es un recordatorio perturbador de cómo el conflicto ha evolucionado y de la necesidad urgente de encontrar una solución duradera, a pesar de la condena que merecen estos actos, es crucial no caer en la trampa de la generalización, no todos los palestinos apoyan o justifican estas acciones, así como no todos los israelíes apoyan la expansión de asentamientos o ciertas tácticas militares, la acción de un grupo no debe ser usada para estigmatizar o demonizar a toda una comunidad.
Hamas ha argumentado, durante mucho tiempo, que sus acciones son respuestas a la ocupación y bloqueo israelí, sin embargo, la naturaleza indiscriminada de estos ataques, especialmente aquellos que apuntan a civiles, socava cualquier pretensión de justicia o resistencia legítima, la sostenida falta de una solución a largo plazo para el conflicto israelí-palestino crea un caldo de cultivo para este tipo de actos violentos, la comunidad internacional, especialmente las naciones que tienen influencia sobre Israel y Hamas, deben jugar un papel más proactivo en buscar una solución justa y duradera.
El Estado de Israel, bajo el liderazgo de Benjamin Netanyahu, no tardó en responder, la declaración de estado de guerra y los consecuentes bombardeos en la Franja de Gaza, uno de los lugares más densamente poblados del planeta, han reavivado un debate intenso y profundo sobre los límites de la legítima defensa y la necesidad de proporcionalidad, todo Estado tiene el derecho inherente de defenderse contra ataques externos, y en este sentido, Israel no es una excepción, la responsabilidad primordial de cualquier gobierno es proteger a sus ciudadanos, y tras los ataques de Hamas, era esperable que Israel tomara medidas para asegurar su territorio y su población, Netanyahu, al invitar a los ciudadanos a seguir las directrices del ejército, reafirma este deber estatal.
El uso de la fuerza en respuesta a un ataque debe ser proporcional, los bombardeos en la Franja de Gaza han resultado en la muerte de cientos de palestinos, muchos de ellos civiles y niños, estas cifras, dolorosamente altas, plantean serias preguntas sobre si la respuesta de Israel ha sobrepasado los límites de una represalia justa y proporcional, esto representa un escenario complejo para cualquier operación militar, cualquier ofensiva en esta región corre el riesgo de causar bajas civiles, Sin embargo, la magnitud de las bajas en esta última operación sugiere una necesidad urgente de reconsiderar y recalibrar las tácticas empleadas.
Es fundamental condenar de manera tajante y categórica cualquier acto que ponga en peligro la vida de civiles, las vidas de los ciudadanos israelíes ya sean judíos, musulmanes o cristianos, no son fichas de cambio en un juego geopolítico, los cohetes que caen sobre hogares, parques y escuelas, y los grupos armados que incursionan en territorio israelí con el propósito de matar y secuestrar, no sólo constituyen violaciones flagrantes del derecho internacional, sino que también contradicen los principios básicos de humanidad.
La historia del conflicto entre Palestina e Israel está plagada de dolor, resentimiento y, lo que es más trágico, un ciclo recurrente de violencia que parece no tener fin, la reciente escalada de tensiones y enfrentamientos entre ambas partes ha reavivado antiguas heridas y ha causado pérdidas innumerables en ambos bandos, es imperativo, desde cualquier perspectiva humanista, condenar enérgicamente esta espiral de hostilidades y hacer un llamado vehemente a la paz.