Jorge Zepeda Patterson
No existe un manual del usuario para dirigir un país, que yo sepa; ni una escuela en donde se aprenda a ser un buen Presidente. Los mandatarios terminan descubriendo en qué consiste pilotear esa enorme nave que es la nación cuando están por terminar su sexenio y a veces ni entonces. Conducir desde Palacio Nacional (y antes Los Pinos) se asemeja a sentarse al volante de una gigante excavadora mecánica y descubrir a fuerza de intentos el impacto de cada una de las palancas y botones que aparecen en el tablero. No solo se trata de una cabina compleja, distinta a la de los autos que hasta ahora hemos manejado; el problema también es de perspectiva. Resulta difícil maniobrar cuando nos encontramos a tres metros de altura.
Me parece que Andrés Manuel López Obrador se encuentra justo en esa tesitura. Buena parte de su larga experiencia como líder opositor no solo no le está ayudando, sino en ocasiones me parece que le está perjudicando para convertirse en jefe de Estado. Las palancas de velocidades que aprendió manejar en su vida anterior no se parecen en nada a las que ahora manipula. En lo personal creo que es un hombre bien intencionado, sus objetivos (un país más justo y menos pobre) son atendibles y su austeridad y capacidad de trabajo constituyen una novedad en la galería de presidentes frívolos, corruptos o mediocres que nos han tocado en suerte. Solo espero que la curva de aprendizaje termine pronto y en el proceso no cometa más errores de los imprescindibles.
Mientras tanto, en lo que descubre en qué consiste convertirse en un buen Presidente, hay un recurso infalible del que podría echar mano: hacer lo contrario de lo que haga Donald Trump. Alguna vez tuve una compañera que era tan desorientada que bastaba preguntarle en qué dirección había que comenzar a caminar para descubrir cuál era la mejor ruta: invariablemente la dirección contraria. Algo similar sucede con Trump. Es tan ostensible mal Presidente, que intuitivamente sabremos que estamos en la zona correcta si procuramos no hacer lo que él.
Trump se ha enzarzado en un pleito personal con CNN, un medio de comunicación que lo crítica sistemáticamente. Trump ignora la estadística que no apoya sus opiniones y genera las suyas propias, por ejemplo sobre economía o violencia. Trump está rompiendo las reglas de civilidad con su Congreso, abusando de prerrogativas que por lo general el ejecutivo no solía esgrimir en contra del poder legislativo; por ejemplo el llamado a declarar una emergencia nacional sin que existan las razones.
Resulta poco tranquilizador constatar que en algunas acciones de López Obrador encontramos paralelismos con su colega del norte. Nuestro Presidente tampoco esconde la urticaria que le provoca un medio de comunicación, en su caso el diario Reforma, al que reiteradamente llama fifí y lo declara enemigo personal. De igual forma, parece manejar su propia estadística cuando la que ofrecen los organismos internacionales, los bancos o las calificadoras difieren de las que él desearía. Y su relación con el Congreso no es mucho mejor que la de Trump. Designar a un general que apenas está solicitando el retiro para hacerse cargo de la Guardia Nacional y pretender cumplir así el acuerdo que Morena había hecho con la oposición (un mando civil) a cambio de la aprobación de la ley, es una jugarreta de mal gusto. Más cercana a las tácticas abusivas de Trump que a las del Jefe de Estado que nos prometió en su discurso inaugural. Tampoco ayuda que Trump haya tenido una desavenencia con Jorge Ramos en una conferencia de prensa.
Desde luego que la discusión del periodista de Univisión con el Presidente mexicano no alcanzó la hostilidad que caracterizó a la que sostuvo con el equipo de la Casa Blanca. Pero lo que llama la atención es lo gratuito de esa fricción, en la mañanera de Palacio Nacional. Como político López Obrador siempre se caracterizó por su mano izquierda para navegar por encima de los detalles. Ante el reclamo de Ramos de que la estadística de asesinatos era preocupante y a ese ritmo terminaríamos peor, bastaba con que el Presidente hubiera dicho que ninguna cifra de muertos resulta menor, que mientras los haya su Gobierno no descansará y que justo ese día presentaba un equipo en el que confiaba para comenzar a resolver el problema. En lugar de eso se enfrascó en una discusión absurda de números que terminó perdiendo porque su propio secretario de Seguridad horas más tarde la dio la razón al periodista.
En suma, los errores son inevitables en el difícil proceso de aprender a ser Presidente. Pero muchos de ellos podrían obviarse si AMLO observa a Trump detenidamente y decide hacer lo contrario. Por desgracia hasta ahora, en más de un sentido, parece estarlo imitando.