Ya hemos comentado que la política es como el cine mudo: lo que importa es lo que pasa en la pantalla, no lo que toca el piano. En un estilo personal de gobernar como el de López Obrador, donde el piano es tan estridente y omnipresente, de repente se nos olvida voltear a la pantalla para ver qué está pasando. Algunos casos recientes ilustran esta dicotomía entre el discurso del Presidente y la realidad, ya no del país sino de su propio Gobierno.
La salida de Víctor Toledo del Gabinete era por demás esperada. Desde hace varios días sabíamos que de un momento a otro habría cambio en esa cartera. A diferencia de otras renuncias que habían sido crudamente honestas y que marcaban una esperanzadora diferencia con otros gobiernos, la de Toledo regresa a las viejas formas hipócritas de argumentar motivos de salud (todos sabemos que se trata de un problema digestivo: se atragantó con la 4T). Lo que sorprende no es, pues, la salida de Toledo sino el nombramiento de María Luisa Albores, que estaba a cargo de la Secretaría de Bienestar. Si al Presidente le interesara realmente la ecología, como lo dijo en el Informe, no se entiende que ponga a cargo de esta cartera a una persona cuya experticia es la economía social y que no tienen méritos en materia medioambiental. Pero, sobre todo, si las cosas marchan tan bien como dice en los programas sociales por qué cambiar de titular. La llegada de Javier May, un operador político tabasqueño cuestionado por los resultados del programa Sembrando Vidas, a esta cartera es más significativo y delicado de lo que parece: no solo se trata de recomponer los programas sociales sino de darles sentido político de cara a la elección.
El otro caso donde el ruido del pianista no deja ver con claridad lo que pasa en la pantalla es el de David León. Tras los videos donde aparece el ahora exfuncionario dando dinero a Pío, el hermano del Presidente, López Obrador dijo que no había delito alguno en aquella grabación, se trataba de donaciones del pueblo para la conformación de Morena. Sin embargo, a pesar de ello, primero le pidió a León que no tomara posesión de su nuevo encargo, la empresa gubernamental que se encargará de distribuir medicinas, y luego nombró a Pedro Zenteno en su lugar. Si no había delito, si León era como lo pintaban, “uno de los mejores funcionarios del Gobierno”, ¿por qué lo dejó fuera?
No vamos a caer en la ingenuidad de pedir que nadie, así sea –o crea ser– el hombre más honesto del mundo, se auto inculpe. Lo que sí debemos exigir a la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales, desde su arrogante libertad, es que investigue actos que pueden ser constitutivos de un delito, como desviar fondos del erario de un estado de la República a un partido, porque eso es lo que vimos en la pantalla, independientemente de los esfuerzos distractores del pianista.
La diferencia entre un Gobierno honesto y uno deshonesto no es que no existan problemas de corrupción, estos tristemente los habrá siempre, sino cómo se les trate. El AMLO en off se parece cada vez más a eso de lo de lo que el Presidente estridente, el pianista, reniega cada mañana.