Amor al odio
En un caso extremo de frustración personal y un sentido de vacío, resulta sencillo convertirse en fanático. El fanático parte de la premisa que al odiar a lo mismo, demuestra su solidaridad y pertenencia hacia el grupo.
Son tres los elementos que se complementan para que el odio colectivo se manifieste.
El primero es la motivación hacia el odio. Entre las ganancias secundarias de la persona está el que al ser parte de un movimiento, el individuo descansa de su propia lucha existencial. La persona se diluye en el grupo, renuncia a su ser para dejarse de cargar a él mismo y ser cargado en el grupo.
La segunda es es la proyección como fenómeno psíquico. La sombra, bajo el enfoque Jungiano, es aquella parte del psique que guarda todo lo que al ego no le gusta o le genera ansiedad, como envidia, sentimientos de inferioridad, impulsos violentos, sexuales, etcétera; al igual que las partes que no se desarrollan y se reprimen.
Lo interesante es que esta energía guardada en el subconsciente no se estanca, sino que emerge en diferentes situaciones, siendo la más común la proyección. Nietzsche decía que la locura es más común en grupos que en individuos, en función de que se activa un “chip borreguista” que afecta a la lucidez individual.
La tercera es el objeto del odio, es decir, el chivo expiatorio. Las cosas y personas objeto de la proyección, en realidad son como un espejo de resonancia que muestra partes de uno mismo a las que no se les quiere enfrentar y son reprimidas. Se necesita alguien o algo que sea la proyección de la sombra y que pueda ser sacrificado para purgar y limpiar nuestras culpas y defectos.
El chivo entonces se convierte en objeto de ataque constante que previene que los individuos, o la organización, se hagan responsables de ellos mismos.
Hasta las empresas necesitan de un chivo expiatorio y, metafóricamente, esta posición podría ser considerada dentro del organigrama. Lo mismo ocurre en las familias, los grupos de amigos, los equipos de trabajo.
Abundan empresas que se niegan a verse a ellos mismos: culpan a la competencia, al mercado, a los vendedores, a la situación, a los proveedores y, me ha tocado, hasta culpan a los clientes. Entra entonces el mecanismo del chivo expiatorio y se la pasan linchando a uno tras otro, como si cada linchamiento fuera una solución. Con el tiempo, inevitablemente el líder se queda solo y ya no tiene a qué o quién culpar. Pero persiste, se aferra al puesto y a su proceso, hasta que la empresa quiebra.
En una relación concomitante, para los fanáticos existe un líder que usualmente los explota y los manipula, de manera consciente o inconsciente. Resulta sencillo venderle a un fanático que desespera por un líder.
Fieles a esto, en nuestros días tenemos a Orban (Hungría), Trump (USA) y Giuseppe Conte (Italia) contra los inmigrantes; al tiempo que Maduro (Venezuela) agarra de diablo a los norteamericanos que, según esto, lo quieren derrotar.
Cuando a Hitler, que conocía de la fuerza unificadora del odio, le propusieron exterminar de golpe a todos los judíos contestó: “no, porque tendríamos que inventar a otros que suplan su lugar”. También decía: “no hay que confundir a las masas presentándole demasiados demonios. Es mejor concentrarse en un sólo adversario”.
Los movimientos masivos podrán nacer sin creer en Dios, pero no pueden hacerlo sin creer en el diablo. Usualmente la fuerza de un movimiento masivo es proporcional a la viveza y lo tangible de su demonio (Hoffer).
El fanático no piensa. Quiere secretamente morir por su causa y fundirse en un movimiento. Incluso, una causa buena se convierte en mala si impera el fanatismo.
Peace and love.