Andrés y el qué dirán
Sorprende –y preocupa en serio—que el Presidente de México parezca más obsesionado con el qué dirán de aquellos al que considera sus adversarios que en mantener firmemente las riendas de este país. Grave si sus decisiones las toma –o las cambia— en fusión de lo que puedan pensar sus detractores. Lo cierto es que esa ha sido una constante en las últimas semanas y especialmente explícito ante el conflicto con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en torno a la aprobación de la contra Reforma Educativa.
Andrés Manuel aseguró este jueves que “dio instrucciones” [sic] para que se saque del dictamen correspondiente todo aquello que “afecte” a los maestros… para que no se diga que su Gobierno es igual al anterior. Lo más grave es que, al hacerlo, pasa por encima del Poder Legislativo, en cuyas manos supuestamente está la aprobación de la reforma. Y que lejos de argumentar motivos razonables de su imposición arbitraria, la refiera machaconamente a su afán de demostrar que él es diferente.
El tabasqueño fue enfático al afirmar en su monólogo matutino que “en todo aquello que pueda significar afectar a los maestros he dado instrucciones de que se quite todo… porque no les voy a dar el gusto a los conservadores de que digan de que somos iguales, no”.
Insistió una y otra vez en que los conservadores tratan de hacer ver a su Gobierno igual al anterior. Y recalcó: “Hay grupos que son conservadores, con apariencia de radicales y lo que quieren es hacer sentir o proyectar la idea de que somos iguales nosotros. Entonces no, no somos iguales, no somos simuladores”.
La obsesión de López Obrador ha aflorado repetidas veces. Cada vez más parece actuar no en función de sus convicciones o su proyecto de Nación, sino en no parecerse a los neoliberales y conservadores y en que éstos no tengan pretexto para “vociferar” en su contra. Recientemente ocurrió en la inauguración del estadio de beisbol de los Diablos Rojos del México, en la capital, así como en sus giras por Sonora y Baja California y en sus conferencias mañaneras.
Es temor al qué dirán.
Qué dirán del Tren Maya, decidido como una panacea turística para el sureste mexicano sin tener siquiera a estas alturas los indispensables estudios de impacto ambiental, costo-beneficio y viabilidad económica y operativa.
Qué dirán en fin quienes escucharon varias veces a López Obrador afirmar que las pistas de Santa Lucía empezarían a construirse en dos meses, y cuando ya han transcurrido cuatro resulta que ni siquiera existe un estudio aeronáutico ni un proyecto ejecutivo ni se ha ejecutado un metro de terraplén.
Qué dirán aquellos que confían en las promesas presidenciales sobre un respeto absoluto a la libertad de expresión y a las opiniones diferentes cuando escuchan a AMLO un día sí y otro también denostando a los medios y a los periodistas que según acusa lo “golpean” al ejercer su obligación de informar, así como a los analistas e intelectuales que difieren de sus postulados por que unos y otros obedecen a intereses ligados a la mafia del poder y al neoliberalismo que se resiste a morir.
Qué dirán de muchos de los nombramientos por dedazo vil de funcionarios que no responden precisamente a un perfil de honestidad y capacidad, sino al compadrazgo y al pago de favores que recuerda las peores prácticas de los “oscuros años” de los gobiernos del PRI y del PAN.
Qué dirán en fin quienes creen que de veras en este país se acabó la corrupción. Válgame.