Y solo es el principio
La crisis económica provocada por el coronavirus está provocando un efecto devastador en nuestra economía. Un efecto mucho mayor al que causa en términos sanitarios. El problema es que, a diferencia de lo que pasa en el terreno de la salud, parece claro que no hay una respuesta para los efectos económicos
Los efectos de la pandemia del coronavirus, se ha dicho en todos los idiomas existentes, serán mucho más notorios -y dolorosos- en el terreno económico que en el de la salud, porque el confinamiento al que hemos sido obligados al menos un tercio de los habitantes del planeta, derivará -deriva ya- en una recesión económica nunca antes vista.
Y en ese sentido, los número son absolutamente contundentes. En nuestro país, de acuerdo con las cifras reveladas ayer, se perdieron, tan solo en el mes de abril, más de medio millón de puestos de trabajo, según dejan claro las cifras del Instituto Mexicano del Seguro Social.
¿Qué implica este número? En una primera aproximación, simple y descarnada, implica que en solo un mes hemos perdido incluso más que todos los empleos formales creados en lo que va del sexenio.
Pero lo peor de todo no es eso. Lo peor es que apenas estamos hablando del comienzo, pues la parte más desagradable de este episodio todavía no la hemos visto, sino que aún está por venir.
En una lectura más detallada, lo que implica esta cifra es que estamos ante la peor crisis económica de nuestra historia moderna y que ni siquiera tenemos claro cómo vamos a enfrentarla.
Esto es así, porque el Presidente de la República ha dicho que si las empresas, es decir, los entes que generan los empleos formales, deben enfrentar la quiebra, pues que los empresarios asuman los costos, porque los contribuyentes no tienen por qué “rescatarles”.
En el imaginario de Andrés Manuel López Obrador, las empresas -y los empresarios- son entes ajenos, lejanos, abstracciones cuya suerte no debe importarnos porque su suerte no está vinculada a la de la economía nacional y, al final, lo que cuenta es “apoyar a los pobres”.
No está equivocado el Presidente cuando señala que los más desprotegidos merecen mayor protección por parte del Estado. El matiz está en el hecho de que las empresas que generan el empleo formal en México también requieren apoyo, porque la solidaridad con los pobres depende de los impuestos que estas empresas pagan.
La destrucción de más de medio millón de empleos en solo un mes constituye una catástrofe para el país. Y lo es más en la medida en que no tengamos un plan para que esos empleos sean recuperados a la mayor velocidad posible.
Y aquí no estamos hablando de los “dos millones de empleos” que el Presidente ha ofrecido crear el resto del año -algo que, por cierto, no ha ocurrido jamás en México- porque esos que López Obrador llama “empleos” en realidad no lo son, pues se trata de subsidios otorgados gracias a los impuestos que paga la economía formal.
Ya hemos perdido medio millón de puestos de trabajo. La cifra todavía podría multiplicarse por dos y, en el peor de los casos, por tres. Esa es una realidad que, de materializarse, nos hará retroceder años, acaso décadas, en el proceso de generar una sociedad más igualitaria.
Los pobres, a los que el Presidente dice querer ayudar, serán quienes más sufran si la catástrofe actual se multiplica.