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Editorial

Libertad para disentir

Como si Humberto Moreira fuera impoluto e impecable. Como si cientos de columnistas no hubieran escrito críticamente sobre sus tropelías, su cinismo, sus abusos. Pero el caso de Aguayo es especial porque nadie como él ha escarbado la dura realidad de Coahuila, la masacre de Allende en la cual Los Zetas acribillaron a todo un pueblo, mientras Moreira miraba, impasible. Y en venganza, Moreira lo demanda, sabiendo que puede poner el Poder Judicial a su servicio, como lo demuestra la sentencia del magistrado Huber Olea Contró, conocido como #HuberLordFerrari por el carro que maneja y con el cual arriba a los tribunales capitalinos. Conocido también porque su hermano fue beneficiario de una notaría otorgada por Rubén Moreira, y por ese solo hecho debió haberse recusado. 

Así ha operado nuestra República mafiosa; así ha permitido los conflictos de interés y doblegado a la justicia y silenciado a los críticos y atentado contra la libertad de expresión. Porque la embestida de Moreira busca criminalizar el derecho a pensar. No demandó a un periodista por información falsa, sino a un académico por una opinión personal. Y por eso es tan preocupante, tan indignante. Sólo los países autoritarios niegan el derecho a pensar; sólo los regímenes dictatoriales lo criminalizan.

En el caso de Sergio Aguayo se juega la libertad de disentir, de criticar, de opinar, para todos. La sola existencia de la demanda trae consigo un efecto inhi­bidor. Lleva a que cualquier columnista, cualquier tuitero, cualquier conductor de radio o televisión se vea sujeto a algo similar. De esa manera surge la autocensura, la mordaza colocada por miedo a ser demandado, temor a ser penalizado, angustia ante la posibilidad de perder el patrimonio y ver cómo lo embargan.

Si el poder antes controlaba a la prensa crítica a través de la distribución del papel, o el chayote, o la entrega de publicidad oficial, ahora puede hacerlo en los tribunales. Con magistrados a modo y sentencias parciales o desproporcionadas. Con la utilización de la legislación que no tasa el daño moral y le permite a un juez determinar la compensación de forma arbitraria. Sergio Aguayo ha sido víctima de un exgobernador, pero también de un Poder Judicial al cual la transformación aún no llega. La podredumbre sigue ahí y se expresa con sentencias como la aventada contra Aguayo.

El hedor judicial es una herencia del pasado y un reto del presente. La Cuarta Transformación no debe convertirse en la Cuarta Criminalización y por eso preocupan los documentos de trabajo de la Fiscalía General de la República, filtrados en tiempos recientes. Ahí, en la propuesta de creación de un Código Penal Único hay iniciativas regresivas que ponen en riesgo la libertad de expresión. Ahí se vuelve a considerar la difamación como un delito que podría llevar a la cárcel. Ahí se revive algo que se había derogado después de que Lydia Cacho denunció la corrupción y la pederastia. Además se buscaría “sancionar penalmente a quienes profieran expresiones que dañen la reputación de una persona; imputar a alguien un hecho cierto o falso, determinado o indeterminado que le cause deshonra, descrédito o perjuicio”. Adicionalmente se penalizaría “toda manifestación o expresión dolosa que tenga por objeto desprestigiar, ridiculizar o destruir las instituciones fundamentales del país”. A la cárcel, entonces, con cualquiera que dañe el honor de alguien, que critique el comportamiento de un funcionario o de una institución. El poder mismo colocará el bozal.

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