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Editorial

Al tiempo perdido, los santos lo lloran

Clamor por un nuevo federalismo, una reforma fiscal progresiva y una auténtica política hacendaria son tres ejes que, de una u otra forma, han sido objeto del olvido deliberado en cuanto que en México quien tiene la bolsa garantiza la corona. Además, ha habido una negligencia superlativa, que es a la que me quiero referir ahora.

Con motivo de la presentación del llamado “Paquete Económico”, entregado en la Cámara de Diputados y que contiene la visión de la Presidencia de la república sobre lo que ha de ser el Presupuesto General de Egresos de la federación, se inició una polémica sobre los recortes y reajustes que tendrán las aportaciones y participaciones a las entidades federativas.

A la cabeza de un severo cuestionamiento se ha colocado el Gobernador de Chihuahua, Javier Corral Jurado, quien ha hecho pública su intención de buscar el apoyo entre sus homólogos panistas en los estados para “levantar la voz”; es decir, no mantenerse en la pasividad que hasta ahora se ha visto como tendencia general por la obsequiosidad con la que se conducen quienes están al frente de las entidades federativas. Le han apostado al oneroso cabildeo, a los tratos cortesanos, a las buenas relaciones y a la articulación de favores, como lo exhibió, pongamos por caso, el escándalo conocido como la “estafa maestra”.

Es prematuro. En todo caso habrá qué esperar la consecución de los hechos para ver la magnitud de la oposición que puede levantar el proyecto lopezobradorista de Presupuesto y, desde luego, el escozor que cause la Ley de Ingresos que, dicho sea de paso, se tramita en ambas cámaras del Congreso de la Unión. Eso lo veremos a lo largo de lo que resta de 2019. El tema da para mucho, además será una buena vitrina para observar el curso de una decisión con consecuencias por ahora insospechadas.

Pero a los panistas con poder, y en particular a Javier Corral, les falta expresar, por mínima que sea, una autocrítica, porque ya no estamos hablando de aquel PAN conformado por “místicos de la democracia”, sino de un PAN que ocupó doce años la Presidencia de la república, que firmó un Pacto por México, que alabó el hoy Gobernador de Chihuahua, y que en diversas etapas ha tenido un peso congresional sustancial y muchas gubernaturas y ayuntamientos de una importancia sobresaliente.

Quiero decir con esto que el PAN, sobre todo en la etapa de Vicente Fox, abandonó la agenda federalista, y fue precisamente al inicio de esta centuria cuando maduraron las condiciones para una reforma de gran calado en esa materia, pero se dedicó a perder el tiempo, lamentablemente sin hacerse cargo, por su acendrado catolicismo, que los santos lo lloran, como dicen los versos del poeta y periodista Renato Leduc.

Ante la ausencia de iniciativa, soportada en un bono democrático grande, a Fox y al PAN les estalló el problema en las manos, cuando era previsible que los gobernadores opositores se levantarían más por sus proyectos de poder que por su obligado sentido federalista. Fue así como surgió ese adefesio llamado “CONAGO”, que existe contraviniendo la carta magna de la república (artículo 117 constitucional), e incluso hubo convocatorias para el debate hacendario que no se concretaron en una reforma sustancial en todo esto. Calderón continuó en esa inercia y ambos traicionaron lo que durante décadas dijeron en contra del centralismo, en especial del municipalismo que tanto entusiasmó al fundador de Acción Nacional, Manuel Gómez Morín. Los panistas tuvieron una oportunidad de oro y la desperdiciaron; por eso está vigente la legislación en materia de coordinación fiscal, base de un colonialismo interno.

Pero hay algo más en la postura de Javier Corral: los pecados que le recrimina a la federación son los propios pecados que él comete contra municipios importantes de Chihuahua, a la hora de estructurar los presupuestos locales y un reciente Plan de Inversiones que se quiere hacer transitar a la realidad, en menosprecio del Congreso local que es el que, en última instancia, tiene el poder competente para tomar esa decisión.

Para tener credibilidad, hay que reconocer la historia de los propios errores.

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